Los feminismos irrumpieron en la agenda pública en 2015, desde entonces crecimos en masividad, reivindicaciones y transversalidad. Realizamos tres paros, copamos las calles en decenas de ocasiones y nos volvimos indiscutiblemente uno de los principales emergentes de resistencia a la derecha local e internacional. También nos organizamos por el derecho al aborto, y a pesar de la barrera que dispuso el Senado, nuestra lucha dejó un enorme saldo. Por un lado se multiplicaron las redes de profesionales, socorristas y pibas organizadas; y por el otro seguimos avanzando, como sucedió recientemente con la conquista de la producción de misoprostol para uso ginecológico. 

El saldo de nuestro recorrido histórico no puede ser mirarnos solo entre nosotras, enamorarnos de nuestras construcciones, hablarnos entre convencidas. El poder feminista de nuestro movimiento radica en la masividad y las alianzas inéditas: la tarea sigue siendo construir mayorías. ¿Cómo podemos resistir el repliegue y no volver al lugar minoritario que tuvimos las feministas en los movimientos populares? 

En 2004 participé por primera vez en un Encuentro Nacional de Mujeres, viajé en un micro de la Universidad de Madres donde también estaba Lohana. Ella, que años después sufriría en carne propia el travesticidio de Diana Sacayán y moriría algunos meses más tarde, despedida en la Legislatura de la Ciudad por muchas compañeras, junto a la Virgen de Urkupiña, la Wiphala y la bandera roja. Dos cosas me sorprendieron en ese viaje: encontrarme con un movimiento inmenso y plural alimentado por compañeras que nos dábamos en los talleres el espacio para pensarnos desde diferentes recorridos. Otro aspecto que me resultó inesperado, con los ojos de quien descubre un nuevo mundo, fue la militancia de la Iglesia que se colaba en los talleres y esos tipos que defendían a Cristo Rey en la Catedral. Esa confrontación a medida que pasaron los Encuentros también fue cambiando. En la actualidad vemos como novedad a los sectores evangélicos convocando a movilizarse contra el aborto y la ESI. Esto no quiere decir que la Iglesia haya cambiado su posición histórica respecto de la moral y la familia patriarcal, pero hoy la figura del Papa Francisco, nos guste más o menos (o nos enfrente con nuevas contradicciones), es de los principales actores globales que discute contra la depredación neoliberal. ¿Esto quiere decir que la Iglesia sea de pronto “buena”? Para nada. ¿Supone que olvidemos las complicidades patriarcales o autoritarias? Tampoco. Pero sí implica asumir que la religiosidad está presente también de manera transversal en todos los sectores sociales, y que es un sentido en disputa. Hay quienes como el Padre Mujica o Camilo Torres han construido desde una religiosidad combativa y transformadora. También las Católicas por el Derecho a Decidir han puesto en tensión a la religiosidad y la cuestión del aborto. Uno de los valores más importantes para la militancia en la que nos formamos muchxs es nuestro pensamiento crítico y el análisis de la realidad, que supone no erigir nuevos dogmas de “izquierdas”. Tampoco nos sirven en este momento los feministómetros o los carnets de feministas impolutas, porque supondría perder en la radicalidad masiva, popular y diversa de nuestro movimiento, para que queden solo algunas pocas.

Una de las cosas que más molestan en los medios hegemónicos es que seamos un actor político. Clarín publicaba después del último encuentro de mujeres, lesbianas, travestis y trans de Trelew que nos “ideologizamos”. Les perturba que pensemos, elaboremos y hagamos política. Sabemos que si este gobierno consolida su pretensión hegemónica, nosotras somos las más perjudicadas. Si continúan las políticas de deuda y desposesión, desempleo, pérdida de salarios, recorte de presupuesto para políticas públicas, no hay ley de aborto que nos vaya a salvar. ¿Esto supone abonar a la idea de que nuestra lucha por la legalización es una cuestión secundaria? En absoluto. Pero sí supone asumir que ambas peleas van de la mano, que no hay feminismo posible en un contexto de desigualdad y por lo tanto nuestro mayor desafío es resistir organizadas, y ser parte de la opción que logre sacar a Cambiemos del gobierno el año próximo. Cuando decimos que la unidad es con nosotras, nos estamos refiriendo justamente a esto: las feministas nos ganamos un lugar en el debate político y queremos ejercer nuestra propia voz. Y pensar que tenemos que subordinarnos a la opinión del varón con quien hacemos alianzas es tan machista y estúpido como pensar que por haber obtenido el voto de Lospenatto nos íbamos a convertir en liberales.

Hay un aspecto central que motivó la confluencia de muchas feministas y militantes populares  en el Frente Patria Grande, como aporte a una unidad más amplia. Nos juntamos para reivindicar la referencia de Cristina en su rol de oposición frontal a este gobierno y su candidatura para el 2019. Ella, que proclamó al feminismo como una bandera central del movimiento nacional, popular y democrático; que defendió numerosas conquistas como la Ley de Identidad de género y la Ley contra las violencias; que votó a favor del aborto en el Senado pero no lo legalizó durante su gobierno, con contradicciones e importantes logros a cuestas, es la esperanza para el pueblo. Y nos aliamos con Juan Grabois, dirigente social de la CTEP, que representa a la economía popular, otro de los actores emergentes de la lucha contra el modelo neoliberal, para reforzar un proyecto popular que se la juegue en el mismo sentido. El feminismo que queremos es el que asume las contradicciones como desafío, que busca crecer y expandirse entre aquellos sectores con los que compartimos las calles. Estamos frente a una oportunidad histórica, y no vamos a jugarla en la delimitación, sino en una unidad que para ser tal no puede establecerse sólo entre convencidxs. Este debate es una invitación a que pensemos qué vamos a hacer las feministas para que la alternativa que despleguemos nos tenga como parte constitutiva. Nos mueve el deseo de ser libres, y vamos a darlo todo para que el 2019 sea el comienzo de la vida que queremos.

Q Directora del Ogypp, referenta feminista de Mala Junta y del Frente Patria Grande.