La época dicta la aparente necesidad de asociar a muchas más bandas al rock que la cantidad de bandas de rock que hay. No es el caso de Eruca Sativa, que construyó un camino desde el under a base de distorsión, riffs y contundencia cancionera. Más de diez años de trabajo llevaron al trío a ser lo que es hoy, un grupo con reconocimiento a nivel local e internacional. El aporte de cada uno de sus integrantes es esencial, y pocos tocan la batería como Gabriel Pedernera, quien abordó el género rock a partir de una formación foránea. Desde el poder crudo de La carne hasta la consumación electroacústica de Huellas digitales, Eruca Sativa mostró en Barro y fauna su última versión: “La preparación del show de Huellas digitales nos llevó a recurrir más a lo electrónico, y ahí empezamos a explorar un poco más esta cosa medio nerdie, porque nos encanta programar”, explica el baterista.

“Todo parte de una necesidad de cambio permanente: necesitamos modificar el sonido y buscar nuevas texturas todo el tiempo”, expone. Eso lleva a la próxima meta fonográfica, a cumplirse el próximo año, que los tiene ocupados entre escenarios. “Empezamos a investigar un poco para ver qué pasa con las historias nuevas; estamos encontrando algo súper especial y lo estamos disfrutando mucho. El próximo paso es darles forma a estas canciones y transformarlas en un material que podamos compartir”, se entusiasma el batero del trío que completan Lula Bertoldi y Brenda Martín.

Y a punto de subirse a un avión rumbo a México por una nueva gira, el baterista desgrana qué pasa con Eruca cuando usa el pasaporte. “Hay lugares como España, Chile o Colombia donde se da algo muy especial. Lo mismo en México, donde tienen un respeto muy grande por todo el rock argentino. La primera vez que fuimos, en 2011, tocamos en un festival en Guadalajara, entre otras fechas, y antes de subir pasaban Las Pelotas, Divididos, Soda Stereo, Los Enanitos Verdes, Los Auténticos Decadentes. ¡Hasta Rodrigo! ¡Estábamos en Argentina! La música era más argenta que acá. Siempre nos reciben muy bien. Y conectan mucho con la parte fuerte, con la distorsión y la potencia del vivo. Siento que nos ven casi como una banda de heavy metal.”

Tienen más de diez años como banda. ¿Vieron cambiar mucho las cosas durante ese lapso?

--La cosa se va moviendo todo el tiempo. El rock se desfigura, por suerte. Cuando arrancamos con este grupo, en 2007, las propuestas under y mainstream eran otras. Hay gente con una filosofía más fundamentalista, al estilo Pappo, que sostiene que si no se parece a AC/DC, no es rock. Yo creo que necesitamos que la música se renueve, no podemos ahogarnos en la melancolía de que todo tiene que sonar siempre igual. El rock tiene ese espíritu. Durante la última década hubo una renovación fuerte, y hoy tenemos grupos que al menos a mí me ponen los pelos de punta. Me encanta sentirme parte de esa nueva generación, con Francisca & les Exploradores, Huevo, Sig Ragga o hasta un performer como Louta. Esos le hacen bien a la música.

También son testigos de la penetración de otros géneros sobre el público joven. ¿Cómo lo viven?

--Esos cambios se notan mucho en las entregas de premios. No era lo mismo ir a los Latin Grammy hace 15 años: hay tendencias que van copando el mercado, que cambia por el mismo ritmo de las comunicaciones. Hoy tenés que escuchar la música de una manera, mañana cambia todo, nadie usa celular, y los parámetros se mueven. El mundo se ha convertido en una vorágine tecnológica que también nos lleva a cambiar las expresiones. El disco, por ejemplo, ya pasó de estar un poquito en duda a estar cien por ciento en duda. Los grupos no saben si fabricar un CD, ¿para qué? Yo mismo, que me dedico a esto, no tengo dónde poner un CD en mi casa. Todos los movimientos socioculturales, tecnológicos y demás hacen que la música tome distintas formas. Un proyecto como Louta habría sido inviable en los ‘70.

¿Cómo repercutió el uso de secuencias en la composición, en su caso?

--Tratamos de que la composición nunca sea igual. Para Barro y fauna trabajamos como nunca lo habíamos hecho, en nuestras casas, en estudios caseros, tipo laboratorio. Nuestros discos anteriores son más de sala. Por eso tiene momentos como Sin la red o Somos polvo, canciones distintas, en las que empezamos a desconfigurar la cosa del power trío. Ojalá que nunca un disco nuestro sea igual a otro.

A diferencia de sus inicios, hoy hay una sensación de que el rol de la mujer se naturalizó más en ciertos ámbitos siempre dominados por hombres. ¿Cómo lo vivieron?

--Se naturalizó más, y ojalá que así siga. No me quiero imaginar lo que hubiera significado ser mujer y tocar rock en los ‘60 o ‘70. Noté un gran cambio desde que arrancamos. Siento mucha admiración por mis compañeras, porque las veo como fuertes referentes de la lucha de las mujeres, que afortunadamente hoy está en boca de todos. Se están logrando cambios muy grossos a nivel mundial, como lo que pasa con la campaña Me Too, que antes era impensable. Hay cosas que ciertamente van cayendo: se caen las máscaras, vemos que vivimos en una sociedad muy oscura. Con Harvey Weinstein, al saltar las denuncias en su contra varios dijeron “Y sí, todos sabíamos lo que pasaba”. ¿Cómo se permitió? Me pasa que gente que escucha nuestro grupo me dice que mis compañeras tocan muy bien “para ser mujeres”. Ese tipo de frases de Neandertal siguen naturalizadas en algunos casos. Es el momento de ponernos firmes y de seguir con los cambios. Nos tenemos que despojar de prejuicios y sacarnos la mochila de discursos que tienen miles de años.

* Sábado desde las 16 en el Rock & Pop Festival, junto a Blondie y The Vamps, entre otros, en el Estadio Obras, Avenida del Libertador 7395.