Las palabras, en ocasiones, suelen soldarse unas con otras hasta formar un puente óseo, tan sólido como invisible, tan eterno como preexistente. Durante los siete años que llevo publicando en Rosario/12, he recibido por parte de los lectores, felicitaciones, críticas, observaciones, asociaciones, pero sobre todo mucho afecto, alargándome la vida, empujándome a seguir. Existen cartas que se las adjudico a un rayo hechicero, a las hadas y hados, al misterio del eco, al deseo del mar. Debido a mi última contratapa, "Calles mías", recibí estas líneas como oleadas mágicas que decidí enviar al diario ya que no me considero el destinatario final de este mensaje, me siento sólo un medio, un testigo, un representante de una generación dueña de un sueño de amor y paz, protagonista involuntario de una pesadilla en nuestras amadas islas. Transcribo a continuación el correo de Sergio Oscar Anuchnik, tal vez cuestione el repetido refrán "no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo", los sentires parecidos trascienden, se encarnan, perviven, enfrentando olvidos, venciendo a la muerte.
Buenas tardes, Víctor.
Ante todo, mi agradecimiento por incluir al pie de su columna en Rosario/12 su correo electrónico, lo cual invita a escribirle, agradecerle por su contenido, y agregar algunas apostillas que me ha generado su lectura. Soy un ciudadano platense que sólo conoce Rosario a través del amor por la Trova, por Jorge Fandermole, y especialmente por el querido Lalo De los Santos -tan tempranamente fallecido- y su bello y eterno legado. He tenido la dicha de verlo en vivo, aquí en mi ciudad, en varias oportunidades, allá por fines de los '80 y a lo largo de los '90, y jamás olvidaré su virtuosismo, su talento para tocar y cantar, y su accesibilidad y don de gente para charlar con sus admiradores, al final de sus recitales.
A la par, le cuento que soy un exsoldado combatiente de Malvinas, y he dado charlas en colegios secundarios de mi ciudad (como muchos de mis compañeros de la guerra) en las que, entre material histórico y charla franca y llana con alumnos y profesores, he decidido incluir algunas canciones emblemáticas y alusivas, generalmente desconocidas para todos, en estos tiempos, lamentablemente. Trato de difundir, específicamente, aquellas que no son las más recordadas en los medios de comunicación, cuando se conmemora la guerra. Por ejemplo, una de Pedro y Pablo, y una de Alberto Cortez. Pero hoy, en este mensaje, quiero referirme a otra, que tampoco es muy conocida. Respecto de esa canción, siempre tengo muy presente una anécdota, contada en vivo por el propio Lalo, que, felizmente, alguno de sus amigos inmortalizó en youtube. Textual, del querido Lalo: "No podría yo hacer una canción por encargo; generalmente, eso es más propio de un jingle. Yo creo que una canción parte en general desde bordes emocionales, y tiene que ver más con un sector luminoso del alma que con alguna parte inteligente de la cabeza. Cuando hizo una catarsis en mi corazón, me salió una historia de amor."
Y no puedo dejar de relacionar la sensibilidad de querido Lalo, al componer tan bella canción, con el testimonio de un exsoldado de Malvinas: Daniel Terzano. "Con la prórroga del servicio militar, ya me había recibido de psicólogo. Así que [al regreso Malvinas] me dediqué a mi trabajo; al poco tiempo, me casé y empecé a escribir el libro. Yo ya escribía, antes de Malvinas (...). Así que cuando volví, dejé que fluyera el recuerdo; empecé escribiendo cosas sueltas, que después se fueron armando con el tiempo. Lo que quería, aunque no sabía si lo iba a conseguir, era reproducir el clima de guerra. Cuando se publicó mi libro 5.000 adioses a Puerto Argentino, hablé del tema en radio, en televisión y después, por un tiempo, me aparté de todo eso. Pero hay historias que vuelven, sobre todo una que durante mucho tiempo traté de escribir, y nunca pude. Cuando todo terminó, recibí una carta fechada en Gualeguaychú, [Entre Ríos] de la familia de Carlos [Mosto], mi compañero de posición que había muerto cuando nos atacó la aviación inglesa. Me invitaban a un homenaje que iban a hacerle en la plaza de la ciudad, descubriendo una placa en su memoria. Era una situación terrible para mí, porque él había muerto casi al lado mío, yo había sobrevivido, y entonces, la familia me pedía que les contara cómo habían sido sus últimos días. Finalmente, decidí no ir, pero me quedé muy mal. Me acuerdo que también me escribió la novia, preguntándome por él, y eso me llevó a pensar en esa chica: ¿qué sería de su vida? Porque, ¿qué era? Había perdido un novio, un amor, pero no por un abandono, ni por una separación, ni siquiera por una muerte normal. Ni siquiera era una viuda. Había quedado en el aire, como suspendida en el tiempo. Así la veía yo. Entonces, yo trataba de imaginarme llegando a un pueblo, imaginaba un personaje llegando a ese pueblo la noche anterior al homenaje, sin que nadie lo supiera, merodeando por ese pueblo con todas las imágenes de Malvinas, que volvían en una noche helada. Y después, el momento en que tiene que resolver el conflicto entre una obligación moral de ir al encuentro de esa gente, para hablar de lo que ya no quería hablar nunca más, y su deseo de irse de ahí. Finalmente, se va, de algún modo los traiciona, porque ha estado allí esa noche, muy cerca de ellos, casi espiándolos sin que ellos lo supieran, y al final se va, sin hablar, y sin ser visto. (…) No sé cómo seguiría esa historia. Tampoco sé cómo seguirá la vida verdadera de esa chica, en esa ciudad, con la placa del novio muerto, en la plaza, para siempre. Cuando una guerra toca una vida, todo se da vuelta." (…)
Tarde de abril
Calles desiertas, bien de provincia,
siesta en el pueblo, y una llovizna
iba anunciando el otoño del '82.
Una historia de amor rondaba en el andén...
Ella guardaba tanta tristeza...
Él le decía: --Sé que en las guerras
siempre bendicen las armas en nombre de Dios...
aunque, esta vez, no sé de qué lado estará.--
Cuando el tren esté lejos, miraré
tus ojos en mi corazón,
para sentirme fuerte.
Cuando llegue el invierno, volveré;
será más grande mi amor,
voy a vencer a la muerte.
Ella lo espera, todos los días,
con su mirada sobre una vía,
que --igual que su esperanza-- se pierde hacia el sur;
pero ella sigue allí... quizás lo pueda ver...
bajo los muros del viejo puente,
o en aquel beso de adolescentes,
o en el murmullo de alguna llovizna de abril...
quizás pueda escuchar su voz, y aquel adiós.
Cuando el tren esté lejos, miraré
tus ojos en mi corazón,
para sentirme fuerte.
Cuando llegue el invierno, volveré;
será más grande mi amor,
voy a vencer a la muerte.
Lalo De los Santos
Por todo lo antedicho, quería manifestarle mi satisfacción y orgullo, al enterarme --a través de su nota-- de que una calle de un barrio rosarino lleva el nombre del querido e inolvidable Lalo. ¡Y ojalá esa idea se siga replicando en muchos otros barrios y ciudades, de manera tal que las próximas generaciones tengan a la vista y a flor de labios, entre sus actividades cotidianas, nombres dignos que recordar cada día! (Si estuviera a su alcance, me encantaría ver una foto de un cartel indicador de calle, con el nombre de Eduardo "Lalo" De los Santos).
Un saludo cordial desde la ciudad de las diagonales y los tilos.
Atte,
Sergio