@humoristarudy

¡Qué tiempos aquellos que no volverán! decía el tango evocando con nostalgia épocas que, quizás por haberse ido a vivir al recuerdo, no pudieron llevarse todo por un tema de exceso de equipaje, y entonces dejaron lo peor y se llevaron lo suficiente como para que queramos, de tanto en tanto, ir a visitarlas y compartir posverdades añejas.

Como en esas reuniones de familia o de amigos, o de compañeros de escuela o colegio, donde se recuerda, con una piadosa sonrisa, lo que quizás en su momento fue angustiante, doloroso o en todo caso, olvidable. 

  • “Nadie cocinaba como mi vieja” puede decir quien aún se recupera, al cabo de varias décadas de indigestión materna. Y dice la verdad: Nadie cocinaba tan mal, tan a disgusto. 
  • “Mi papá sí que sabía decir la palabra justa” recuerda posverdaderamente alguien a quien su padre quizás le dijo cuatro cosas en toda la infancia, y en tono imperativo, acusativo, o cualquier otra declinación o conjugación que no remita al amor si no al espanto. 
  • “Qué bien la pasábamos en el colegio” recuerda una víctima del bullying, que en esos tiempos no se llamaba así ni de ninguna otra manera.
  • “Con los militares sí que había orden”, se miente quien así opina obviando que en esos tiempos nefastos no podía , justamente, opinar, y qué , más que “orden” había “órdenes”

Por supuesto que no todas las personas gozan de esa amnesia reparadora. Algunos recuerdan/recordamos. Y nos angustiamos. Entonces, aparecen otros “amigo/as” que, cual ansiolítico mal recetado, lo/a conminan a “crecer” para no angustiarse: “¡Dale, éramos chicos, mirá si te vas a acordar con bronca de eso que pasó hace tantos años. ¡Madurá! “. 

Porque para muchos, muchas y muchas, crecer no es sinónimo de elaborar y resolver, sino de olvidar. Como si “elaborar sin olvidar” fuera  algo infantil y la “amnesia mediática” fuera un síntoma de crecimiento. Pero, como dice sabiamente la propaganda de un medicamento: “si la inflamación no se va, el dolor vuelve”

Si nos olvidamos de lo que pasó, y re-convocamos esos “horribles tiempos gloriosos”, capaz que tenemos mucha mala suerte, y vuelven. Pero vuelven como son, no como quisiéramos que sean. 

Y lo peor de todo, es que cuando vuelven ni siquiera tenemos la excusa de que “No sabíamos”. ¡Sí que sabíamos, deudólares, sí que sabemos!”

Pero estamos en un momento de gran amnesia nacional, continental y mundial, que le permite a nuestros funcionarios decir que la culpa de todo la tienen los extranjeros, o sea, sus propios padres y abuelos (y los míos, y los suyos y suyas), tan extranjeros en su momento como los actuales inmigrantes ahora.

Mientras se habla de poliamor, se exalta el poliodio.

La política económica expulsa, echa y excluye, destruye identidades. Uno no sabe quién es, porque no es más el que era, lo sacaron de ahí. Le dijeron que “durante doce años le hicieron creer que usted era usted y su circunstancia, pero ahora, usted es solamente su circunstancia.

Los excluidos son, entonces, nuevos, más extranjeros a quienes odiar, como símbolo de status, de identidad. Porque parece que cuanta más “gente a la que odiar” haya, mejor nos va. 

De hecho la propia Patrífice de Seguridad afirmó que quien quiera ir armado, lo haga, de manera de poder resolver los odios de forma rápida y adrenérgica. Very fashion, Mainstream. Como si fuera un juego de computadora.

Hace pocos días, el ministro de Defensa se tomó un descansito de tanta búsqueda de excusas ridículas por no encontrar el submarino perdido, y se dedicó resarcir económicamente a aquellos militares que defendieron a la democracia, atacándola. “La mejor defensa es un buen ataque”, puede haber pensado quien, en su cargo anterior en Comunicaciones, desconoció la existencia de Internet.,

En este mismo diario ( Columna de Joe Goldman del viernes 2/ reportaje de Martín Granovsky a Thomas Friedman del lunes 5)  se mencionaba que lo que hay ahora no es “rechazo al extranjero” sino “aporofobia” o sea, rechazo al pobre. Me pregunto si los humildes no son, en este sistema mauritocrático que nos toca vivir, “los nuevos extranjeros”, más allá del sitio en el que vivieron al mundo.

Nos olvidamos de nuestros antepasados que vinieron con la esperanza de un lugar mejor, y lo volvemos un lugar peor. Nos olvidamos de la Shoá, del genocidio contra los armenios, de la dictadura y miramos para otro lado. 

Mientras, a un solo país de distancia, el odio, el poliodio –a humildes, mujeres, diversos, afrodescendientes, militantes, agnósticos, sin techo, lectores, ¿ciclistas, peatones?–  que “da identidad”, “hace pertenecer” a falsas mayorías, adquiere superpoderes a través del voto. 

Parece ser que el lema de estos tiempos es: “Mal de muchos, consuelo de fachos”.