La historia de Sig Ragga es una especie de cuento de hadas. Pero dicen que para que lleguen cosas buenas, hay que accionar de buena manera. O en el caso de ellos, claro, con la creatividad y las energías enfocadas en la música y el arte en términos amplios. Sin esperarlo, en 2010 fueron nominados a los Latin Grammy por una canción que integraba su primer disco, y el rumbo de la banda empezó a cambiar. Es que en ese momento los santafesinos habían venido a probar suerte a Buenos Aires pero las cosas no estaban saliendo del todo bien. "Estuvimos viviendo dos años, pero salimos un poco corriendo de Buenos Aires. Extrañábamos mucho nuestras casas, nuestras familias, la forma de vida. No estábamos cómodos allá, no nos podíamos sostener económicamente y decidimos volver a nuestro hogar", cuenta el vocalista y tecladista Tavo Cortés, vía telefónica desde su provincia natal. "Me encanta Buenos Aires, me parece una aventura, pero no puedo vivir ahí, con esa velocidad y nivel de estrés. No ver el horizonte, no ver el sol a las cinco de la tarde era asfixiante. Fue un contraste enterarnos que nos habían nominado", recuerda el músico, quien se presentará junto a sus compañeros de banda hoy a las 21 en Niceto Club, Niceto Vega 5510.

Después de diez años de tocar y haber grabado algún que otro demo, en 2009 publicaron finalmente su primer disco, Sig Ragga, un trabajo más centrado en el reggae y el ska, y producido por Diego Blanco, de Los Pericos. Hasta ahí, todo normal. Pero de la mano de ingeniero de sonido Eduardo Bergallo, quien luego se sumaría el equipo, les llegó una propuesta más que tentadora: la posibilidad de grabar el segundo disco en los estudios Sonic Ranch, en Texas, Estados Unidos. "No te entra en la cabeza cómo puede haber algo así. Es obsceno, son como cinco estudios adentro de un complejo, es una locura", describe Cortés. "Para nosotros era un delirio, porque no teníamos la plata para viajar y pagar un estudio así. Entonces, Eduardo le escribió una carta al dueño y se re copó. Nos pagó los pasajes, nos regaló casi todo, solo pagamos el servicio", destaca. Lo más curioso es que en el plazo de tres meses tenían que entrar a grabar, pero no tenían ninguna canción compuesta. "Edu nos preguntó si teníamos los temas, para reservar el estudio. Teníamos ganas de hacer un disco pero todavía no nos habíamos puesto. Y me acuerdo que le mentimos: 'Si, obvio, tenemos todo'. Nos pusimos a componer de una manera enfermiza, todos los días, muchísimas horas".

El resultado fue Aquelarre (2013), un disco notable con una búsqueda sonora y poética original, y repleto de buenas canciones, como "Pensando" y "Chaplin", ambas nominadas como "Mejor canción alternativa" también en los Latin Grammy, un evento en el que su participación ya es una costumbre. Con La promesa de Thamar (2016), su tercer disco, llegaron también a los Premios Gardel, y consolidaron su proyección internacional, especialmente en los países de América latina. Pero, más allá de las distinciones, la obra de Sig Ragga se sustenta con una sólida y arriesgada exploración estética. "Cada álbum muestra momentos distintos que estábamos atravesando. El primero habla de un proceso más largo, porque hubo diez años de trabajo que se terminaron condensando en un disco. En cambio, Aquelarre estuvo más signado por la muerte; estábamos de duelo, había fallecido mi papá. Entonces, las letras y muchas cosas aluden a eso, en relación a ese proceso que estábamos viviendo. Fue un momento de agarrarnos de la música para en algún punto salvarnos. O sea, transformar el dolor, la angustia y la tristeza en otra cosa. Y La promesa de Thamar ya nos agarra en otra instancia, sobre todo a mí y a mi hermano (el baterista Ricardo "Pepo" Cortés), en otro proceso, con otra perspectiva de vida. En este disco aparecen los nacimientos", detalla el vocalista de este cuarteto que se completa con el bajista Juanjo Casals y el guitarrista Nicolás González.

Lo interesante de Sig Ragga es que no se trata de una banda de reggae convencional. Este género fue apenas "una excusa" para empezar a hacer música y abordar desde ahí no solo otros estilos y estéticas, sino también otras disciplinas. De hecho, se trata de una propuesta integral que se complementa en vivo con visuales, una puesta en escena sugerente, vestuario y maquillaje. "Una intervención artística que coloca a las canciones por encima de todo", definen ellos, quienes en vivo no le dan lugar a las "palabras excedentes", sino que construyen "un relato sonoro y visual con todas las canciones". De este modo, en sus discos, especialmente en los últimos dos, transitan por el rock progresivo, la música sinfónica, la psicodelia y armonías del jazz. Y algunas líneas melódicas y el registro vocal agudo de Tavo Cortés remiten a Spinetta. "Nunca fui un gran seguidor del Flaco, quizás en los últimos años me empapé más de su música y poesía. No voy a negar que hay relaciones, pero quizá tienen que ver con referencias compartidas", entiende el cantante. Y se explaya sobre el carácter inclasificable del grupo: "No fue algo racional. Hacemos lo que tenemos ganas, se da naturalmente y vamos cambiando de lugares. Es un proceso espontáneo, no está trazado de una manera estructurada. Lo que nos entusiasma es no saber a dónde puede ir a parar la cosa".

-¿De dónde viene lo escénico, lo de contar también desde ese lugar?

-Viene de nuestra historia. Mi mamá era artista plástica, así que nos criamos desde muy chicos con sus pinturas y dibujos. Mi hermano y yo dibujamos. Nos gustan mucho las artes visuales, el cine expresionista, otras disciplinas estéticas, el movimiento surrealista. Como con la música, también quedó abierto el grupo a lo que tuviéramos ganas de hacer. En los comienzos, la cuestión de maquillarse estaba más relacionada con salirse de la vida cotidiana, de jugar a ser otros, de inventarnos un mundo de fantasía. De liberarnos de prejuicios y vergüenzas, había algo muy catárquico en las presentaciones. Una cuestión medio camaleónica, asumir máscaras. Está relacionado con la experiencia de lo teatral. Luego fuimos profundizando sobre eso, tomando distintas características. Nos dimos cuenta que la puesta en escena era algo a trabajar y no solo las canciones.