Hace pocos años, Diana volvió a Zavalla, su pueblo, en la provincia de Santa Fe. Se construyó una casa lejos del mundanal ruido –aunque siempre cerca del dolor social que no deja de latir en su poesía–, y estando allá escribe, pasea por las calles soleadas de la primavera y el verano a su perra Milonguita o toma mate a la sombra de la palmera pindó de su jardín. En esa copa verde y despeinada anidó un pajarito que le trajo de regalo un vecino y del que habla en “¡Oh, pajarito mío!”, uno de los primeros poemas de Fuerte como la muerte es el amor, su último libro. Mayormente inspirada en la vida en Zavalla, esta poética expresa, entre otras cosas, la fascinación ante lo nuevo a la vez conocido, eso que aunque estuvo en los comienzos de su historia, elige nuevamente y la vuelve a sorprender. 

La tarde en que nos vemos en su casa de Palermo para hacer esta entrevista, me pregunta qué diferencia encuentro entre éste y sus libros anteriores. Le digo que lo percibo “más blandito” y me responde, contenta, que es exactamente eso lo que buscó: “Desde Mate cocido vengo intentando hacer los libros aún más blandos. Aunque en el medio hubo algunos que me gustan mucho, pero que me dio trabajo escribir, como por ejemplo, Variaciones de la luz, donde tengo más relación con los sistemas de versificación cerradas. No es que al escribirlos estuve preocupada en eso, sino que se impusieron así. Pero después lo que más deseaba era hacer libros blanditos y escribí Pasos de baile. Me parece que este nuevo lo es aún más”.

Hace 16 años, en la Federación Libertaria Argentina, donde funcionaba la Biblioteca Anarquista, Diana presentó Mate cocido, una larga serie de poemas que habían empezado a gestarse durante las épocas previas al 2001 y contenían toda la intensidad social de ese momento. Aquél día la inmensa sala de la FLA se llenó completamente y fue una fiesta, porque su poesía le ponía voz a aquella revuelta popular que copaba las calles y las asambleas, se amalgamaba con el habla coloquial, con las imágenes sencillas de la vida cotidiana. Fuerte como la muerte es el amor sale a la luz, como aquel libro, también en un momento crítico y comparte con Mate cocido el hecho de rendir homenaje a héroes y heroínas tan ceranxs a ella como su vecina Belkys, la pintora de paredes con nombre de reina. “Es la señora que vive en la casita pegada a la mía de Zavalla –dice Diana–, por mucho tiempo era la única persona del pueblo que me hablaba. Lo hacíamos de una alambrada a la otra o en la vereda. Y después empezó a venir a tomar mate. Todo me llama la atención en ella, pero en aquel momento, además, su nombre me explotó en la cabeza: que se llamara como la Reina de Saba, por eso hay tanto juego en ese poema con el Rey Salomón. Belkys tiene una moto y pinta paredes de las casas, la escuela, la estación de trenes. Y ya tiene como setenta años también. No es fácil encontrar una mina de mi edad que ande en moto y que labure de pintora. Me pareció una persona extraordinaria. Y le gustan mucho las plantas además. Tiene plantas exóticas en su casa. Otra persona que me hablaba era un muchacho que me vino a decir el nombre de un pajarito y se quedó a tomar mate, a él también le escribí unos poemas muy amorosos. Ahora no me hablan muchas personas más, pero se sumaron dos o tres…”

–Estuviste hasta hace poco en África y conociste Saba: qué casualidad, pareciera en honor a Belkys…

–Conocí el que dicen que fue el Palacio de la Reina de Saba, en Etiopía. Una ciudad cuyo nombre no recuerdo, muy hermosa, donde hay ruinas muy antiguas porque es el más antiguo Estado africano. Ya lo era en 5000 a. C. Y el resto de África se cagaba de risa de los Estados, con sus pueblos nómades preciosos.

–Como contás en el documental El jardín secreto, toda la vida quisiste ir a África, Diana. ¿Por qué tardaste tanto?  

–Es el lugar soñado de la infancia, al que llegué a la vejez. Elegí ir antes a la India, vaya a saber por qué. Las lecturas que me llevaron a África son las de la infancia, Salgari, y además elegí el Cuerno del Índico que es lo que más leí de niñita. Eso va a tener que ver con el próximo libro. Si algo sale de esto, será en el próximo. De Zavalla a África. De ese pueblo perdido en el mapa a ese continente tocado por la mano de Dios.

–En el poema “Fuerte como la muerte es el amor”, con el que cierra el libro, a través de la figura de Belkys, reunís África con la llanura argentina. ¿La poesía tiene la capacidad de enlazar mundos diversos?

–Tal vez la poesía recupere la integridad original del mundo, quizás no haya tal división... Quizás no hay división en el tiempo. Pero el corazón bascula de un tiempo al otro y de un lugar al otro. 

–¿Se puede decir que en Fuerte como la muerte es el amor hay una vuelta al origen, a tu adolescencia a través de esos personajes de pueblo?

–Aquí hay de todo. Está ese poemita con el que abre el libro, que se llama “Parque Villarino”, que es un parque de verdad, pero la alusión de The Cure en sus versos lo vuelve otra cosa. No creo que sea un retorno a mi infancia, sino a Mate cocido. Es una vuelta a visitar esos seres humanos, a pesar de que Mate cocido fue escrito en alto grado en la ciudad y este libro casi todo en Zavalla, mi pueblo natal, y dos o tres en mi casa del Tigre. Es una revisitación muy diferente al pueblo, del que por algo salí huyendo en su momento, aunque ahora haya vuelto. 

–En uno de los poemas te preguntás qué hacés en ese pueblo donde hay un gringo ahí cerca, del que decís que no entiende nada, al que le respondés que vos no escribís por obligación sino por placer…

–Sí, era un señor que estaba ahí, en el bar, y me decía, mientras yo estaba tomando notas en un cuaderno, que estaba haciendo los deberes. Me dio un odio total eso. Pero este es un poema ocasional, mi poesía enojada no me gusta tanto.

–¿Cómo surgió ese título hermosísimo para el libro, que es también el del poema con el que lo cerrás? 

–Como suceden los títulos y los poemas, misteriosamente. Todavía no conocía a mi novia, era como que la estaba esperando, creo. Pero cuando apareció el título del poema sentí que el libro se llamaba así. Por el momento de mi vida, a los 72 años, estás más cerca de la muerte que del nacimiento, y que todavía sucedan esas maravillas… esos misterios maravillosos: que a los setenta te vuelvas a enamorar es algo extraño. Y supongo que por eso quedó como título.

–Igual, más allá de la circunstancia actual, en toda tu poesía hay un enamoramiento permanente, un maravillarse… 

–Maravillarme de que estoy viva. 

–¿Qué papel tiene la poesía en esta época tan terrible, tan poco enamorable, que estamos viviendo?   

–La poesía tiene un papel muy fuerte en estas épocas terribles. Y se adormece en las buenas. Pero me parece que en los momentos álgidos, de necesidad, de hambre, de mala leche, la poesía es de una popularidad extraordinaria. ¿Viste la cantidad de gente que va a escuchar poesía? Como lo fue a finales de los 90, a principios de los 2000, como lo fue en la presentación de Mate cocido que se llenó de gente de una manera loca loca, como una nunca esperaría de un libro de poemas. Pero me parece que es por eso, porque en los momentos como éste, la poesía, la retaguardia a la que pertenecemos, da un salto gigantesco y se coloca adelante. 

–Hace poco hubo un homenaje a la revista Feminaria, donde vos escribiste. ¿Cómo ves el proceso feminista que se desencadenó desde esos años hasta este momento?  

–La tercera ola del feminismo me agarra cansada. Creo que se ganaron muchos derechos que corren el riesgo de retroceder, porque va a retroceder todo, como va a retroceder Brasil. El fachismo avanza y cuando eso sucede todo retrocede, hasta que en un momento se pega un salto de pantera otra vez y se va hacia adelante. Ahora no estoy tan segura. Porque con los seres humanos mitad máquina, que va a haber dentro de poco, con todos los chips que no dejamos de mirar, está mucho más difícil la cuestión. Yo creo enormemente en la vida y creo que la vida es capaz de vencerlo todo. Si no es en este planeta será en otro. Pero me da pena por este y por la raza humana que ha hecho tanto. Tampoco quiero hacer un discurso melancólico, no quiero cerrar ahí ni esta entrevista ni mi vida. O sea, que sigo teniendo esperanzas. 

–Tus esperanzas tal vez tienen que ver con la conciencia de un proceso histórico mayor que este momento puntual que estamos viviendo…

–Mis esperanzas siempre tienen que ver con lo desconocido, pero en verdad no veo muchas cosas desconocidas. Veo un fachismo conocido y del otro lado un feminismo que ya conozco y que viví gloriosamente en las décadas de los ‘70 y acá en los ‘80. La repetición no me excita. Igual, se consiguieron muchas cosas impensables hace veinte años, las vivimos, las palpamos.  

–¿Y con la poesía joven, qué ves?

–Yo veía mucho más cinco o seis años atrás que lo que veo ahora. En ese entonces fue una explosión donde hubo de todo, desde el retorno a la lírica más antigua hasta la poesía más vanguardista. Todo se tocaba entre sí. Qué está sucediendo ahora con los jóvenes, no sé mucho. Pero por ejemplo leí el libro Martes verde, y otro más, sobre aborto, y me gustó más la intención que los poemas. Es difícil que a la poesía la conmueva el aborto, sí la conmueve la libertad de las mujeres. Sin la menor duda, es algo inevitable otorgarnos ese derecho, pero el aborto es algo tristísimo, no es la felicidad.

–Se están construyendo discursos muy explícitos en la poesía, con una intencionalidad claramente política...

–A mí me gusta lo que no es tan explícito. La juventud hace cosas así y está muy bien que las haga, porque llega a algún lugar finalmente. Y además les deseo muy buena fortuna. Pero a mí me parece mucho más interesante desde lo político lo que hacen poetas como Celia Iribarne o Ana Iniesta, que tienen grandes momentos líricos. 

–Hay una resistencia en el hecho de seguir publicando en un momento de malaria económica…

–Hay mucha más gente escribiendo poesía y también abriendo y sosteniendo editoriales. En el camino caerá mucha poesía y quedarán muchos poetas, pero no nos vamos a resignar. Aun cuando seamos minoría como ahora. Podemos perder mucho de lo que ganamos, lo pienso por los discursos del presidente electo de Brasil. Entonces resistiremos con alegría, que de algún lado la vamos a sacar; por la manera en la que aplaudimos en las lecturas, esa alegría está. Ahí hay una energía maravillosa, ya no me importa si me gusta o no me gusta la palabra que la convoca, solo me importa esa energía, ver esa gente que aplaude a rabiar. No sé qué aplauden, a mí me aplauden mucho, pero no sé qué aplauden. No sabemos qué es lo que despierta a esta nueva multitud, lo que importa es que la despierte. No sabemos cuánto durará esa poesía, pero yo se que la de Hugo Padeletti va a durar hasta el fin de los días.