Vito es italiano y vive en Camagüey desde hace más de una década. Veterano actor y director de teatro callejero en su país natal, eligió radicarse en esta ciudad apacible y serena, la puerta de entrada al oriente cubano. Acá se casó dos veces y tuvo a su primera hija, Isabella, una beba de diez meses. Vito vive en un caserón colonial inmenso y precioso, una propiedad a la que nunca podría acceder en su Italia natal. Lo acondicionó y obtuvo los permisos necesarios para recibir huéspedes, en su mayoría turistas que viajan por la isla hospedándose en casas de familia. 

Maison Margherita es, en efecto, la casa de familia de Vito, que vive rodeado de mujeres: su joven esposa Lizbet; la abuela de ella que ayuda en la crianza de Isabella; y las primas y tías que trabajan en los menesteres del hospedaje. En la entrada hay un gran patio interior decorado con muebles antiguos, y al lado un cuarto que oficia de galería de arte con obras de artistas locales y las máscaras de piel de vaca, chivo o carnero que confecciona hace treinta años. “Yo fui uno de los primeros en hacer la famosa máscara veneciana”, se jacta este italiano tan bonachón como gruñón y querible. 

Todos el mundo conoce a Vito por acá, tanto como a Pepe, su amigo, un fotógrafo local que se presenta temprano para ser nuestro faro en la ciudad. Camagüey es pequeña y cualquier personaje resalta. Vito, por italiano y conversador; Pepe, por su compulsión a registrar la ciudad, retratar a sus habitantes y por supuesto conversar. Caminar con ellos por la calle significa detenerse a cada instante, saludar, dialogar. Porque en Cuba se cultiva el habla como en pocos sitios. Los cubanos son grandes conversadores, cultos y afables. 

Pepe propone una visita no convencional en Camagüey: el mercado, poco frecuentado por turistas. Las ferias siempre resultan sitios atractivos, que reflejan el pulso de una ciudad. Y hacia allá vamos. 

EL MERCADO La casa de Vito está en medio del casco histórico, que atravesamos y al que volveremos más tarde. La caminata, que a priori durararía 20 minutos, termina extendiéndose por hora y media. Deambulamos lentamente bajo un sol que a las 11 de la mañana despliega sus rayos con furia sobre estas calles añejas. Nos adentramos y demoramos entre fotografías que pintan la vida cotidiana y sosegada de esta ciudad con ritmo pueblerino, sus personajes y una charla sin fin cuyo foco inevitable es la política y actualidad cubana. Pepe se entusiasma hablando de la historia y los líderes de la revolución, y reivindica la figura del Che sin dejar de lado la crítica o los puntos flojos que, según su punto de vista, tiene el sistema cubano. Aun así, aunque pudo haber emigrado, eligió quedarse acá, en su país, en su isla, en su Camagüey. De su mano descubrimos otra cara de la ciudad,  tan pintoresca como el casco histórico, pero mucho más real. 

Nunca hubiéramos llegado solos a esta feria, y no es que sea lejos. Camagüey es pequeña, pero este no es un lugar frecuentado por forasteros. Las calles, a pesar de ser bulliciosas, son un alivio al lado del barullo habanero.  

En el mercado suena, como en toda Cuba, todo el tiempo, el disco de Buena Vista Social Club, que por suerte aquí le gana al reggaeton berreta que penetró en todos los poros de la isla, y le compite palmo a palmo a la salsa y al disco de la recordada película que puso la música de la isla en boca de todo el mundo.

En la entrada, al lado del baño público, está sentado un hombre que viste la camiseta de la selección argentina de fútbol. En la pared, detrás de el, una pintada dice: “Viva el 26 de julio y el cumpleaño (sic) del comandante”, con un dibujo de las banderas cubana y del movimiento revolucionario comandado por Fidel Castro entrelazadas. 

El mercado, de calles de tierra, es un conglomerado ecléctico. Algunos puestos son de concreto, otros de madera o chapa, con techos de teja o chapa acanalada. Un grupo de hombres saca plátanos de una casita que parece ser un depósito, mientras otro los carga y se los lleva en bicicleta; en un puesto un pibe tamiza los dientes de ajo, mientras la mayoría de los vendedores espera por sus clientes.  

Tenemos sed, vamos en busca de un coco. Preguntamos, parece no haber, pero al final conseguimos. El problema es que nadie tiene un machete para abrirlo. En cambio no cuesta ver toneladas de bananas, papaya, ajos, frijoles, mandiocas, granos varios, maíz, ajíes verdes y rojos que se venden en potes de helados Nestlé. La mayoría de los productos son de la provincia de Camagüey y cultivados por los campesinos en cooperativas. “Te voy a regalar una foto de un vendedor de coco ambulante”, ofrece Pepe, como prueba irrefutable de que los cocos abundan en su ciudad. 

Guido Piotrkowski
Las Chismosas, obra de la artista Martha Jiménez, y al fondo Nuestra Señora del Carmen.

UN POCO DE HISTORIA “Quien toma agua del tinajón o se queda o regresa”, asevera Pepe, caminando de vuelta por las inmediaciones del casco histórico. Los tinajones son el sello de esta ciudad, conocida por estas enormes vasijas de barro que, en épocas de sequía durante los tiempos coloniales, se usaron para acopiar agua. 

Atravesamos el Parque Casino Campestre, según nuestro guía fotógrafo el parque urbano más grande de Cuba. Al lado se erige el estadio de béisbol, el deporte  nacional, con capacidad para unas 10 mil personas. 

Poco después, ingresamos a las callejuelas del Centro Histórico Colonial. Una de ellas, Funda del Catre, es la más estrecha de Cuba. El casco antiguo es el más extenso de la isla; atesora iglesias y coloridos caserones con techos de tejas  en cuyos patios coloniales se pueden ver los famosos tinajones. Por algo será que la llaman la ciudad de los tinajones y las iglesias. 

Camagüey, además, tiene una rica tradición artística: después de México y Buenos Aires, fue uno de los primeros sitios latinoamericanos donde se proyectaron películas de los hermanos Lumière, en 1897, un año y dos meses después del nacimiento del cine en París. Desde entonces atesora una larga tradición cinéfila: la ciudad es sede del Festival de Crítica, del Festival de Video-Arte y subsede del Festival de Cine Francés. Por eso tiene “la calle de los cines”, que supo tener numerosas salas en sus tiempos de esplendor. Hoy solo quedan dos, pero los comercios de esta curiosa callecita llevan nombres alusivos a clásicos de la cinematografía mundial: una barbería se llama El Marido de la Peluquera, están la cafetería La Dolce Vita y el cine Casablanca. En sintonía con las artes visuales y escénicas, también se realiza el Festival Nacional de Teatro. Y un dato curioso: aquí se inauguró la primera estación de televisión fuera de La Habana, Televisión Camagüey, en el canal 11.

El casco histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2008. Camagüey fue una de las primaras villas fundadas por los colonos españoles en el continente, en 1514, cuando fue bautizada con el nombre de Santa María del Puerto del Príncipe. En 1903 cambió al nombre actual, que le debe al cacique Camagüebax, quien dominaba la porción de tierra entre los ríos Tínima y Hatibonico, el sitio donde se construyeron las primeras casas. 

Camagüey es la cuna del Nicolás Guillén y del patriota Ignacio Agramonte, uno de los líderes de la primera guerra de independencia contra España. “Para mí –opina Pepe– Ignacio fue el prócer más importante de la independencia. Martí fue más un intelectual y este hombre fue de todo”. 

La ciudad tiene un puñado de santuarios y plazas rodeados de construcciones en estilo ecléctico. En el punto más céntrico está la Plaza de los Trabajadores, con la Iglesia de La Merced, y sobre la misma peatonal Ignacio Agramonte, a un par de cuadras, se encuentra la Iglesia de la Soledad. Unas calles más abajo la Plaza Ignacio Agramonte y enfrente la Catedral Nuestra Señora de la Candelaria. Alrededor hay un puñado de barcitos y La Casa de la Trova, que por las noches se enciende con música en vivo. 

Un poco más alejada está la Catedral Metropolitana, y aún más la iglesia San Juan de Dios, una de las edificaciones más antiguas, erigida en la plaza homónima. Igual que la iglesia Nuestra Señora del Carmen, en una plaza seca donde se destaca el conjunto escultórico de Martha Jiménez, artista local que recreó personajes tradicionales como el vendedor de agua, el lector del periódico, las chismosas y la pareja de enamorados. 

Y ahí mismo está su atelier. Pero Martha, que vive cerca, hoy no está. Nos atiende su asistente, quien amablemente hace una breve introducción al trabajo de la artista, galardonada con el premio Unesco al Mejor Conjunto Escultórico por su proyecto La mujer sin prójimo. “Martha trabaja mucho el volumen alrededor de la figura femenina. Trabaja el picaresco, la ironía, el sentido del humor, el costumbrismo. Y al mismo tiempo, es una obra intimista y surreal”. Jiménez hace pintura, grabado, escultura, expuso en varias partes del mundo y tiene obras monumentales en Turquía, Francia y Alemania. “En su obra –retoma su asistente– la simbología es un aspecto muy importante. El bote con la idea de la insularidad o la migración son temas que trabaja en la serie El viaje. La luna con la feminidad, la fertilidad. Las aves con con la idea de libertad, de vuelo, de las fronteras, de ir más allá de los límites”. 

Por eso recorrer Camagüey sintoniza con su obra. La ciudad está justamente más allá de los límites del turista promedio que viaja a la isla. Que no sabe lo que se pierde. Bien vale la pena una visita.


DATOS ÚTILES

  • Cómo llegar: varias aerolíneas realizan el tramo Buenos Aires-La Habana (siempre con escala en otras ciudades). Desde $ 18.000 en temporada alta. Partiendo de la capital cubana, la empresa de micros Vía Azul cubre el trayecto dos veces al día por 33 dólares. www.viazul.com
  • Dónde dormir: Maison Margherita, [email protected].
  • Dónde comer: restaurante El Patio, calle República 379. Cocina cubana. Una “completa” viene con una porción de carne, pollo o pescado, porotos y ensalada. Desde 4 dólares por persona.