La escala es una excelente variable para convertir cualquier cosa en algo monstruoso. Y hay dato duro: la definición de la Real Academia Española alude directamente a las cuestiones de tamaño cuando define de “monstruo” como “cosa excesivamente grande, ser que presenta anomalías notables respecto de su especie”. Las dimensiones exageradas, las medidas desmedidas, constituyen en el cine un pase de magia infalible para dar instantáneo estatus de monstruo a gorilas, tiburones, anacondas y toda clase de animalitos (o hasta a juguetes, como aquel descomunal marinerito de malvavisco de Los Cazafantasmas). Todo esto está muy claro en la película australiana Boar, flamante historia de horror rural cuyo protagonista es un jabalí hostil y, sí, un poquito más grande que lo habitual, acaso como un rinoceronte, o tal vez, como un minibús. La película, por estos días al acecho a sólo un click en los montes online, rescata el lado más temible de una criatura no elegida caprichosamente. El carácter peligroso de los encuentros casuales con jabalíes forma parte de la tradición oral de las comarcas rurales, sean australianas o argentinas. Inclusive sus civilizados primos de granja, nuestros paisanos los cerdos, arrastran en sus lomos rechonchos y sonrosados una milenaria combinación de tabúes y maldiciones (“animal hereje”, en la mitología rural sobre su presunto gusto por la carne humana; “animal impuro”, en la prohibición religiosa y sanitaria de comerlo) que, de un modo u otro, imponen una distancia, un respeto y una desconfianza que no comparten con vacas, caballos, gallinas ni con otras bestias de la familia ganadera. 

La galería de personajes humanos de Boar honra todos los roles que pueden esperarse en una historia de terror sobre un jabalí asesino: están el viejo ermitaño, el turista imprudente, el cazador avezado y la damisela en apuros que termina por empoderarse. Pero también tiene una gran virtud para el género, la de coquetear con inusual equilibrio (al menos, durante gran parte del relato), entre el thriller animal con cierto verosímil y el tono fantástico más frontal e irrestricto. Porque antes de que al fin podamos comprender del todo cómo es y cuánto calza la imposible bestia que se aburrió de diezmar ovejas y ahora se cebó con la carne de los cowboys australianos, el villano artiodáctilo de Boar amagará con ser un mero animal salvaje cercado, pobre bicho, por el exceso de cercos. PáginaI12 entrevistó al director de Boar, Chris Sun, realizador australiano cuya filmografía previa al mito del jabalí sanguinario ha explorado otras formas de horror en las campiñas solitarias de su país, tanto a través de asesinos seriales (Come and Get Me) como de una violenta familia rural (Charlie’s Farm).

–¿Por qué un jabalí? ¿Cómo llegó a elegir un cerdo salvaje para darle el rol de monstruo? 

–Creo que lo que más me asusta son los colmillos, me refiero a que, de por sí, ya es bastante aterrador que un jabalí de tamaño normal te persiga con sus colmillos normales. Así que me imaginé una versión de jabalí de cuatro metros de largo, con colmillos de un metro, y pensé: “ahora sí que esto da fucking miedo”. Por otra parte, la idea de un chancho gigante me permitía trabajar sobre algo que me gusta mucho, las películas de monstruos de la vieja escuela. Los efectos visuales clásicos, más físicos, más orgánicos, en el estilo de los años 80, son muy divertidos de ver en pantalla. Por supuesto que algo de animación digital CGI tenemos por ahí metida, pero creo que para los fanáticos del cine de los 80, como yo, los efectos vintage se disfrutancien veces más.

–¿Cómo fue su trabajo para convertir un animal que es casi de granja en una bestia fantástica? ¿Dónde termina el miedo “racional”, el miedo a algo posible, y dónde empieza el miedo a algo sobrenatural? 

–Cuando diseñamos el jabalí, era importante para mí que pudiéramos notar su edad y cierto desgaste, es una bestia monstruosa pero deteriorada. Quise que se viera curtido, destrozado. Tiene un ojo ciego, del lado derecho, y heridas que simplemente no se curan. Todo eso ayudó a que se viera más real y a que el miedo se sintiera más verdadero. Creo que es una de esas criaturas que, una vez que le toman el gusto a la sangre humana, quieren cada vez más. Eso lo hace volverse inusualmente violento… y más grande, tal vez. En los campos de Australia existen cerdos salvajes bastante grandes, aunque por supuesto, ningún monstruo de cuatro metros como el de mi película. O sea que esta criatura está, definitivamente, en el lado de la ficción. Pero seamos sinceros, es una película y el público cuando ve estas películas, quiere ver monstruos gigantes que se comen a la gente.

–En el cine de terror australiano hay un antecedente directo para Boar, la película Razorback, de 1985, también con un jabalí asesino. ¿Cómo relaciona ambos títulos? 

–Nada se compara con la increíble Razorback. Esa película es perfecta. En mi opinión, se trata de la mejor criatura monstruosa del cine australiano. Boar es otra cosa, es otra película, con su propia historia y su propio monstruo. Creo que ambas películas son geniales a su manera y ambos monstruos, por razones distintas, son increíbles de ver en la pantalla.

–¿Qué otros monstruos cinematográficos fueron inspiración para Boar? 

–Tiburón, de Steven Spielberg, y Un hombre lobo americano en Londres, de John Landis, fueron verdaderos ejemplos para la producción de Boar, al menos en cuanto a la forma en que fueron filmadas. Tiburón involucraba el punto de vista del tiburón y eso me inspiró a usar algunas tomas desde el punto de vista del jabalí. Y también pensé en Un hombre lobo americano en Londres a la hora de la ambientación y en las escenas de muerte en los montes. En cuanto a elegir el momento exacto en el que revelar el monstruo… bueno, la verdad es que el inicio del rodaje no había un plan real sobre cuándo exactamente mostrar sólo un poco y cuándo mostrarlo del todo… Lo que sí quería es que, cuando por fin apareciera el jabalí, el efecto resultara realmente impactante.