Si acaso queda en estas horas algún espacio no absorbido por las circunstancias del River-Boca, y luego por los indicadores recesivos que desató el equipazo y que los medios oficialistas traducen como tranquilidad cambiaria, véanse dos episodios de repercusión muy despareja. 

El primero es el asesinato en La Matanza de Rodolfo Orellana, un militante de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Cayó muerto en medio de una represión a balazos de la Policía Bonaerense y ya se sabe que fue por un disparo por la espalda. Sólo este diario y unos pocos portales y programas le dan al tema su entidad imprescindible. Se agrega la denuncia del asesinato de un miembro de CTEP a manos de la policía cordobesa.

Cualquiera sea la derivación que establezca la pericia definitiva, se trata de otro capítulo trágico y explicado por dos aspectos excluyentes: la habilitación del clima represivo y el drama de la falta de acceso a la tierra, a la vivienda, a las condiciones más elementales de una subsistencia digna. En el guión facho solamente es otro capítulo de vagos versus vagos, de bolivianos contra paraguayos, de lúmpenes que nos carcomen. 

El segundo fue el discurso de Cristina en el Foro Mundial de Pensamiento Crítico, desarrollado en Ferro. 

Con todos los justificados cuestionamientos que de hecho merecieron sus alusiones a que derecha e izquierda son categorías que hoy no alcanzan, y a que los pañuelos verdes deben contemplar para la suma a varios de los celestes, CFK volvió a marcar la agenda. Le basta con una aparición.

El registro mediático corrió detrás de ella y se ratificó que es, por robo, el único liderazgo político realmente existente. La única figura que por hache o por be, por rencor o adhesión infinitos, por carisma, por capacidad retórica, por su sola presencia, es capaz de despertar sentimientos políticos profundos.

Casualidad o no, unas horas después lanzaron su espacio, o algo así, los viudos que se pretenden cruzados racionales de la avenida del medio. Básicamente, gobernadores opoficialistas que, por ahora, de votos sólo tienen la esperanza. 

La entrevista publicada en PáginaI12 del jueves a uno de los más altos intelectuales latinoamericanos, Álvaro García Linera, es un faro estructural como pocos para el intento de hallar alguna salida o explicación a este enjambre. Es más diagnóstico que receta, sirve aclararles a los alquimistas de las soluciones rápidas.

Subrayada por el vicepresidente boliviano, hay una verdad de a puño difícil de digerir porque invita mucho antes al enojo, y hasta la rabia, que a la comprensión. 

Es el hecho de que las izquierdas, además de hacer nuevas combinaciones en lo económico, deben construir otro relato en lo político. Llegan al gobierno con un discurso movilizador que agrupa a los agraviados por la derecha. Pero después resulta –casi inevitablemente, según pareciera– que una muy buena parte de los sectores favorecidos adoptan el punto de vista de los más conservadores. Y entonces se da esa horrible paradoja de que los gobiernos progresistas pierden gracias al voto de personas que ascendieron socialmente gracias a sus políticas de ampliación de derechos.

¿Qué te creíste?, como les declaró Javier González Fraga, el presidente del Banco Nación, en su ojalá y dudosamente inolvidable retrato, a las franjas medias y a la negrada que apenas se cuidó de nombrar como tal. ¿Que podías cambiarte la moto, el auto o el celular, viajar unos días al exterior, sacar un crédito para la casita? 

Lo gravísimo, naturalmente, nunca fue que ese funcionario haya incurrido en sincericido de clase, de modelo, de macrismo. Es que las víctimas hayan asumido su condición de tales; que les vendieron –y compraron– un avance en sus condiciones vida no correspondiente al esfuerzo neoliberal que se necesita; que el hostil no está en las bandas que históricamente se robaron el país, sino en lo imperioso de ganar la guerra de pobres contra pobres, la de los inmigrantes que vienen a sacarnos el trabajo, la del sacar pecho con el esfuerzo solitario que me protege porque a mí nadie me regaló nada.

“Lo que interpelan las redes –señala García Linera– es un conjunto de componentes del sentido común neoliberal: el miedo, el individualismo, la competencia, el gregarismo, el racismo y la salvación externa.”

En Argentina, y al margen o además de la construcción de asfixia que el llamado cepo cambiario trazó en las fantasías clasemedieras, nadie en sus cabales diría que el kirchnerismo fue vencido por la situación económica. Sí se aunaron factores restrictivos y caída del crecimiento, pero la base de la derrota fue considerar que algunas conquistas eran ya irrenunciables. Y que vencer a la corrupción real e inventada alcanzaría para mejorar quizá de sobra, por obra y gracia de las acciones de una pandilla de gerentes criados en los negociados con el Estado.

Cuánto más resaltar sobre el Brasil, donde los doce años del gobierno del PT sirvieron para que decenas de millones de habitantes salieran de la pobreza –incluso de la más extrema– para confluir en lo que el canon argentino denomina clase media-baja. Ganó ahora un fascista del libre mercado que volverá a sumirlos en el escenario de un país de relaciones esclavistas.

Por supuesto, esos apuntes genéricos pero no simplotes merecen todos los reparos que sean menester.

El ataque despiadado de los aparatos mediático-judiciales tuvo una virulencia probablemente desconocida. Las operaciones fueron, son y serán de un tamaño indescriptible.

El Imperio, que así sea preocupado por la expansión china y la amenaza rusa sigue siendo eso al igual que todos los gatos son gatos y todas las yeguas son yeguas, volvió a dedicarle mirada atenta a una Sudamérica “populista” que amenazó írsele de las manos. De allí el lawfare y demás acciones de su contraofensiva, y le va bien. Sólo subsiste Evo, es cierto, en una nación pluriétnica de importancia geopolítica relativa.

Aquí, desde la propia famiglia del Poder Judicial adscripto a esos intereses, acaba de determinarse que la cuenta en el exterior de Máximo Kirchner y Nilda Garré, concebida con la firma de Daniel Santoro antes de las elecciones de 2015, fue un invento que no tenía el más mínimo ni alejado viso de certeza (y se seguirá esperando que Clarín publique el fallo en algún lugar siquiera siberiano).

Lo mismo sucede con las bóvedas, la plata enterrada en la estepa patagónica, las financieras menos truchas que las filmaciones y declaraciones de arrepentidos y extorsionados, las rutas del dinero K que en todos los casos terminan en M. 

En Brasil hay, por si fuera poco, el escándalo de que voltearon a la Presidenta por una interpretación de manejo presupuestario. Y de que proscribieron al Lula ganador sin una sola prueba que no fuera la “convicción íntima” del juez y delincuente ideológico nombrado por Bolsonaro como superministro judicial.

Vale que semejante ofensiva sea puesta en consideración, para encuadrar la autocrítica exigida al progresismo por los verdugos de las oligarquías. Vale que las experiencias anómalas tengan su karma, sobre todo por la exigencia de incorruptibilidad aunque no haya nada más corrupto que un gobierno de derechas. Pero vale del mismo modo que el presunto sujeto “pueblo” es capaz de dispararse a los pies, y mucho más cuando rige la inexistencia de proyectos colectivos.

El propio concepto de “democracia” parece estar en juego, a favor de fascistas de alta o baja estofa. Inhibidos o desinhibidos. Para la Argentina, aquello de que acá no hay Bolsonaro pero sí bolsonarismos extendidos.

Basta ver, escuchar y leer a los energúmenos, directos o indirectos, que pululan en los medios tradicionales. Los que siguen marcando la agenda de las redes. Los que alientan la revancha. Los que promueven centrar al enemigo en los piqueteros, en los estudiantes secundarios, en los “violentos” de la manifestaciones, en los grupejos que les devuelven la pared, en el pasado que no debe volver por más que se viviera mejor, en el Estado policíaco que se requiere para que la ciudadanía blanca se sienta custodiada.

Dice García Linera que en la región estamos viviendo un corto invierno porque la vuelta al mando de las fuerzas neoliberales carece de expectativas a mediano y largo plazo. Que no han fundado su regreso en un horizonte de esperanzas sino en una muralla de resentimientos y odio, y que ese no es combustible que dure mucho.

Ojalá tenga razón. Y especialmente, que se milite y active para que la tenga.