Ha muerto P.F., el  Nijinsky morochazo del Olimpo televisivo bailable, lloriquean por ahí. Se nos van los que bailan mejor, reconocen tantxs que se colgaron de sus zapatillas de media punta y de la punta también. Me piden que le haga un homenaje. Y justo en esta fecha donde SOY destaca cómo el arte ha sabido retorcerle el cuello al sida a lo largo de estos años, me piden a mi que tire lágrimas de despedida. ¿Me lo piden a mi? Yo sólo lloro en la mazmorra. Jamás en el camposanto. Sabiendo que estx servidorx ha estado bailando en todas las bambalinas, me pregutan si tengo algo que decir de sus pasos en esta tierra. ¿Le piden a Lux que recuerde lo bailado? Entonces, agárrense, y olvídense de los in memoriam de cemento, metal o bronce, porque la memoria de Lux es babosa, babosienta, iluminada por el semen, por las gotitas de transpiración y, si no hay cortes,  por las lluvias doradas. Mi memoria decodifica en lenguaje de señas, de torsos, pantorrillas, deditos de los pies y tal vez algunos meñiscos, si hay futbolistas o bailarines. Así que allá vamos.¿Por qué una vez no patear el tablero y ganarle la batalla no ya a la muerte sino a la solemnidad de los siniestros ritos funerarios, a la rigidez nefasta y lacrimógena de las exequias? Recordarlo es volver a vivirlo. Cierro los ojos y lo recuerdo en un baile inolvidable. tengo que recordarlo bailando 

Era una orgía en un departamento privado, provado de toda moral, toda buena. Entre los libidinosos concurrentes comenzó a sonar el rumor de que el famoso P.F. se encontraba entre nosotres y, como buenos hijos de Platón y del pervertido Sócrates  comenzamos a dialogar sobre el  vino, las drogas y el amor y a intentar pactar qué porción del delicioso Banquete nos tocaría gozar. El choclulismo no se achicharra en una orgía. Al revés, el gallinero se había alborotado. Cuando salió de la habitación donde dejó a la loca renga aullando de envidiado placer, bello, desnudo y envanecido de sus enormes atributos aun semidespiertos mirando al cielo, comenzamos a disputárnoslo con la mirada y luego, velozmente como aves rapaces a acercarnos, a tocar, a tironear de la carne como leonas, como seguramente habrán tironeado Démeter y Afrodita de la piel de Adonis. –Esperen– dijo–. ¡Ay! Cuánta sabiduría salio de sus labios: Si nos organizamos… Luego se llamó a silencio. Debo decir que como el jardinero mudo del Decamerón nos sirvió con cristiana generosidad y nos dejó satisfechos a todes. Fue el King Kong de Tulio Carella, el Antonio de César Moro, el chongo ideal de Pasolini. Cuando me tocó el turno y mientras movía sus piernas potentes y su pubis peludo dentro mío con la armoniosa y salvaje cadencia con que se deslizaba en la pista contemplé un instante sus profundos ojos marrones y me sorprendió la vitalidad animal con que brillaban, especialmente cuando llegó al éxtasis paradisíaco que nos es concedido a los mortales. Levanto la copa y la mano saludadora con la que se saluda al placer inolvidable, y al amigo muerto.