Desde Corrientes

Esta vez le tocó a él, Mario Bofill, o el mayor ídolo popular del chamamé correntino en vida, ser el peso pesado del debut. Pero habría de correr bastante agua bajo el puente para que sucediera. Seis minutos pasadas las nueve de la noche del viernes, la vigésima séptima edición del festival del género cumple con todas las de la ley: ingresa la Virgen de Itatí, a caballo, proveniente de los fondos del anfiteatro, el Mario del Tránsito Cocomarola. La escoltan un sequito de gauchos de cuchillo en la cintura y otro de héroes de Malvinas, con las islas en celeste y blanco. La primera voz que se escucha, claro, es la del padre Julián Zini, un titán cultural del pago, a quien León Gieco y Antonio Tarragó Ros le compusieron “Pai Julián”, grabada en el disco tres de la magistral De Ushuaia a La Quiaca. Dice cosas impersonales pero sugerentes en su oración inicial. Embiste contra la pobreza y el desempleo de la era. Se pregunta què pasó “con nuestra tierra y con el agua”. Le pide a diosito librarnos de la codicia, el consumismo y la violencia. Nada mal, lo del pai, para que ahora sí, empiece la fiesta.

Y empieza nomás, con rayos láser contorneando en siluetas multicolor los mapas de Argentina primero, y de Corrientes después. Sigue con Paquito Aranda y su sexteto (cuatro violas, piano y bandoneón), cuyas figuras pueden verse a distancia larga, gracias a dos imponentes pantallas ubicadas al costado de la escena. Las primeras parejas que se animan a bailar en las esquinas y los calurosos minutos de la primera luna chamamecera que, como es de rigor, deviene en la presentación de la Orquesta Folklórica de la provincia. Las banderas de Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil, que también forman parte de la iconografía escénica, indican que también se trata de un festival regional (el decimotercero bajo el manto del Mercosur) y una interpretación de la bellísima “Bajo el cielo de Mantilla”, en la voz de una de las cantoras invitadas por la orquesta: Aurelia del Valle. La pieza suscita los primeros grandes aplausos y alguna pregunta entre butacas: “¿Qué pasó con Teresa Parodi?... mutis por el foro. Nadie entre el público lo sabe.

Sí que el también queridísimo hijo del pago, Nini Flores, tenía que recibir otro cálido homenaje. El notable acordeonista y bandoneonista, fallecido el 7 de agosto de 2016, fue bajado a tierra, otra vez, por su hermano Rudi y su sexteto de cuatro acordeones y dos guitarras. “Estamos recordando la memoria de un acordeonista correntino. No solo nos unían lazos de sangre, sino la pasión por el chamamé, y que hoy podamos verla en estos jóvenes ya es algo muy importante. Nini solo se fue físicamente, pero se inmortalizó con su música”, dijo su hermano mayor, nacido en Mburucuyá. Y siguió diciendo en música, mediante dos gemas regionales, instrumentales y universales de Nini: “Refugio de soñadores” y “Noches de San Antonio”. Ambas impecables, para oídos finos. Concepto también aplicable, con todas las salvedades del caso, a Coqui Ortiz. El crédito del Chaco, pisa el Osvaldo Sosa Cordero ataviado con su típica boina verde y un ambo gaucho blanco, para sahumar, armonizar la noche, con piezas calmas, reflexivas y sosegadas: “Para Chaco y Corrientes”, compuesta junto a Luis Salinas (que estaría tocando esta madrugada) o “El sauce y el río”, de Lino Mancuello. A tal altura de la noche, primeros minutos del sábado, ya, el anfiteatro explota de gente, literalmente. Entran doce mil, pero parece que hay más. Además de las siete mil butacas totalmente ocupadas, los pasillos por los que generalmente se camina están abarrotados de gente, y las sillas portátiles son un salvavidas para las cinturas de los categoría seniors. La mitad más uno (por no decir la totalidad menos uno) sigue esperando por Bofill.

Hay que esperar que pase el eléctrico trío Del Valle-Fernández-Galarza; el dúo brasileño que conforman Mauricio Brito y Humberto Yule; Facundo y Nazareno Duarte, que arriesgan una versión muy heterodoxa de “Kilómetro 11”, y Julián Zini, ahora en su condición de recitador, junto al grupo Neike Chamigo. “Para salvarse, hay que juntarse y arremangarse”, arenga el religioso que tiene a Alvaro García Linera, el vicepresidente de Evo Morales, como uno de sus referentes políticos. Es uno de los momentos más emotivos de la primera noche el del curita que grita ¡Viva la Patria!, y que repite, como en cada edición que, digan lo que digan, las Malvinas fueron, son y serán Argentinas. Tras el refrescante trago de nacionalismo del bueno que ofrenda Zini, un grupo que le hace honor a la santita de los milagros (La Pilarcita) ralenta la ansiedad por la aparición del ídolo, a través de su chamamé maceta, bien de bailanta, hasta que por fin llega.

La aparición de Bofill en escena provoca un estruendo inenarrable en el Cocomarola. Muestras de júbilo, alegría y emoción (genuina) que suelen verse poco en los festivales argentinos. Arranca tranquilo, con un saludo a su pueblo natal (Loreto); continúa con un derrotero de clásicos que entremezclan todo tipo de sentimientos humanos, solamente perceptibles (o vivibles) si se es de Corrientes, y se nace, desarrolla y muere, como las historias de Bofill (entre la realidad y el enigma) cuentan. Suceden la calma y melodiosa “Conjunto pena y olvido”; “Estudiante del interior”, una balada melancólica y nostálgica, que provoca lo inexplicable para todos los que pasaron por tal desarraigo (el de emigrar en los pueblos, para estudiar en los centros); “Si no vuelvo”; “Cantalicio vendió su acordeón” (uno de sus máximos clásicos) y lo más esperado de cada año: “La galopera”, versión 2017. Para explicarlo por analogía, “La galopera” de Bofill (también senador provincial por el FPV-PJ) tiene el modus operandi de las murgas uruguayas, que cada año bajan línea con la realidad, y el nivel de impacto es directamente proporcional a la cantidad de gente a la que llega. Se descarta que las de Bofill son de alto impacto, al menos para la región. Ya en a primera décima, pide por la libertad de Milagro Sala y Romero Feris. “La Tupac Milagro Sala y Don Tato aquí en Corrientes, con problemas diferentes, ruegan por su libertad”. La segunda va más a fondo (“Don Macri me despido, andá a llorarle a tu abuela, el ajuste es cosa seria, chau tu plata al fin de mes”). Tampoco falta algún palito para Cristina, para Ricardo Colombi (gobernador radical de su provincia) y un anclaje en la economía nacional: “Sube la luz, sube la nafta, la inflación tuicha o caru, solo queda por decirle, y pojhi co aña membui”. Primera noche consumada.

Segunda noche. El cartel anuncia a Los de Imaguaré como número fuerte y, al igual que la noche anterior, habrá que esperar. En este caso, al grupo Alborada, al Toto Sehman y su oda a gaucho Gil (“Antonio Gil”) y el tema “Chamigo”, dedicado a Horacio Guarany; a Gustavo Miqueri y Trébol de Ases, que presenta un sustancioso homenaje a Salvador Miqueri, otro pilar del pago; el original dúo que conforman el brasilero Jonathan Dalmonte y el ¡holandés! Nino Zannoni, que canta (y compone) en castellano y guaraní como demuestra en “Retrato de mi taragui”; Ismael Echague y su guitarra norteña, del Paraguay; el histórico Ricardo Scofano, el chaqueño Lucas Segovia y algunos números más, hasta que el segundo estruendo humano del festival anuncia la presencia de Los de Imaguaré, que aprovechan la ocasión para conmemorar sus cuarenta años de existencia.

Podrían destacarse varios pasajes del repertorio-aniversario. La brillantez musical de “Alma de Calandria” del histórico Julio Cáceres, uno de sus fundadores allá por 1977, que canta con porte de tanguero y tacto guaraní. También la conmoción que produce, en las doce mil personas presentes, la ejecución de otro clásico: “Avío del alma”, que el mismo Cáceres compuso junto al Pai Julián, “Serenata para una muchacha”, o la afectuosa “Niña de Ñangapiri”. Pero la puñalada mayor la dan con el duro y necesario “Cuchillero”, poema de Osvaldo Sosa Cordero, cantada con justeza por Federico Cáceres, en el que se reivindica, entre otros hitos, al caudillo federal entrerriano Ricardo López Jordán y al General San Martín. No es poco en estos tiempos.

Tercera noche. Algunos, medio cansados por el agite de una de las bailantas sacrificadas al capricho del sol (la de Puente Pexoa), otros frescos por haberla evitado, vuelven a colmar todos los recovecos del Cocomarola. El número fuerte de la noche del domingo (y madrugada de ayer) es Soledad, pero, como en las noches que fueron y en las que vendrán, habrá que esperar. Por ejemplo, que el formoseño Tito Avalos, muestre su original agrupación profusa en instrumentos, se escucha violín, flauta traversa, sikus y quena, entremezclados en piezas claves del acervo regional como “Niña del Ñangapiri”, con el aporte del histórico Scofano. También habrá que esperar a Rudi Flores, a que complete el homenaje a su hermano que había iniciado la noche del debut. Esta vez, el guitarrista sale con tres pares suyos (más un bajista) a redimir a Nini a través de cuatro de sus formidables piezas instrumentales: “Corrientes norte”, “Noches de San Antonio”, “Añorando” y “Refugio de soñadores”, muy revisitada a esta altura de la fiesta. Unos números más adelante, aparece otro referente de la región. El “nómada” Joselo Schuap, cuya frase madre da con el climax humano que lo recibe: “No vinimos a buscar el aplauso fácil, sino el silencio cariñoso”, dice, antes de salir con una pieza acorde al latir de la región, “El Paraná es chamamé”, bien adobada por el sonido de un arpa paraguaya. En otra línea estética, aparece Juancito Guenaga y su conjunto que repite –aunque con matices– la línea de La Pilarcita: chamamé-maceta-de-bailanta. La gente explota ante este grupo que es presentado como original de Curuzú Cuatiá “la sucursal del cielo”. Es la una y media pasada del lunes y, ahora sí, la Sole se planta en escena con un glamour acorde: pelo recogido a lo Evita, aros arandela de inmenso diámetro, y conjunto folklórico rojinegro. Con su simpatía habitual, pese a las dieciséis horas que le había insumido un viaje en micro desde La Rioja, fue campeando la noche hasta llegar al cenit con una linda interpretación de “Bajo el cielo de mantilla”. Momento álgido que logra conmocionar a gurises y guainas, tanto como una pieza que solía compartir con su autor (Horacio Guarany) y lo utiliza como homenaje: “Por las costas entrerrianas”. Ambas piezas, y su clamor en escena, le dejan el piso caliente a Julio Cáceres, otro gran referente del género, que ya había hecho lo suyo la noche anterior junto a Los de Imaguaré, para hacer juntos una notable versión de “Compadre qué tiene el vino”, que incluye un sentido homenaje a los héroes de Malvinas: “Los que eligieron morirse por no saber traicionar (…) los que dejaron su vida por Malvina y Soledad”.

Otro toque de argentinidad que los correntinos saben como defender, sin dudas.

Gentileza Zulema Ruiz
La aparición de Bofill provocó una ovación en el Cocomarola.