La Sirena, un recuerdo imaginado surgió de las ganas de hacer algo escénico luego de haber atravesado el dolor de perder a una amiga. Effy Beth, fue artista conceptual, performer trans y mi amiga desde la secundaria. Durante el proceso de elaborar esta pérdida, empecé a sentir que había algo tabú con el duelo en la amistad, no así con otros vínculos (pareja, familia, etc). Entonces, con el paso de los años, la idea de intentar hacer algo artístico que transforme el dolor en otra cosa fue tomando cada vez más fuerza”, cuenta a Soy la actriz Flor Marsal, quien junto a Valentín Mederos llevan adelante la puesta de esta obra que puede verse en el teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378) los sábados de agosto a las 20.

La idea era poder hablar poéticamente del duelo y sobre todo de la importancia de la amistad en la configuración de la propia identidad. “Eso era algo que hacía mucho Effy en sus obras, interpelaba e invitaba a pensar la sociedad, y a pensar la propia identidad”, cuenta Flor. 

Según Flor y Valentín, la figura de la sirena fue clave para hablar de lo trans de manera indirecta, y a su vez les sirvió de disparador para anclar el mundo de la obra que es lo acuático, ya sea el mar o una pileta de natación. A partir de la idea de lo acuoso también surgió otro eje importante de la obra que es el concepto de la mezcla. En la obra se “mezcla” el recuerdo con la ficción, lo urbano con la playa, la rima con la prosa, la tristeza con un chiste. 

“La amistad como mezcla, en particular en la adolescencia y juventud donde estamos forjando nuestra propia identidad a partir de esos vínculos”, dice Flor.

Cuando el texto estuvo más o menos delineado, comenzaron a abordar la puesta lumínica. Desde un principio sabían que la idea era trabajar por un lado con colores cálidos para toda la parte en rima que lleva el relato más “poético”, y con colores fríos para el universo de la “pileta de natación”. Luego comenzaron otra fase más exploratoria de prueba y error, porque desde un inicio sabían que querían utilizar agua en escena, pero no encontraban de qué manera hacerlo. 

“Hasta que llegamos al retroproyector, que sintetizó de manera perfecta lo que queríamos. Fue un punto de inflexión en el proceso, nos ordenó y entusiasmó. Luego durante el montaje fuimos ajustando, reescribiendo, modificando, y tachando. También de a poco nos animamos a mostrar algún ensayo a amigos y colegas, que fueron clave para dar su opinión y aportes que nos orientaron mucho”, explican. 

“Estamos muy conformes ya que la obra viene teniendo una gran recepción, siendo valorada en palabras del público tanto por la sensibilidad del relato como por los distintos dispositivos escénicos que utilizamos para ir llevando adelante la narración. Nos comentan que la sensación es de un “viaje inmersivo”, dicen Flor y Valentín. Y concluyen: “es interesante cómo, conociendo o no la historia de Effy, quien ve el espectáculo puede dejarse llevar por la historia de dos amigas y conectarse tanto con la ternura de los vínculos, la importancia de los mismos en la identidad de cada quien, como en la angustia que provocan las pérdidas, y la transformación posible de ese dolor. Hay algo de celebración de la amistad que el público recibe y nos devuelve con mucha emoción.