Tal vez lo más ignominioso de todo este show del G20 sea que echaron de la ciudad a los que están en estado de calle. Los que pasan hambre y frío. Los que afean una ciudad tan bonita y opulenta como Buenos Aires, construida a costa de la miseria de tantos, la pobreza que crece, el hambre que adelgaza los cuerpos y mata las esperanzas.

Había que sacarlos. Son impresentables. El Gobierno no quiere que los ilustres mandatarios que llegan al país vean que hay gente que vive en las calles. Macri y los suyos quieren mostrarle al mundo un paisaje de armonía y pujanza. También se desesperan por ser vistos como grandes organizadores. Todo estuvo cuestionado por el fatídico Ríver-Boca. Exageró Macri cuando –en su afán por mostrar la racionalidad del país– pidió una hinchada visitante en el súper clásico. Pero ahí empezó la cosa a tomar estado de polémica. Por fin pasó lo que pasó: hubo zona liberada, micro con jugadores de Boca agredidos y culpa sobre los argentinos como pueblo salvaje, incivilizado. Había que llegar al G20 en las mejores condiciones posibles.

El G20 de Macri semeja el primer centenario que festejó la oligarquía argentina. Los opulentos del país y el mundo se pavonean en la gala del Colón y Macri se saca fotos con todos. Luego le harán una publicidad que lo mostrará estrechando las manos de Trump, Macron y otras celebridades en tanto escuchamos: “Ahora estamos en el mundo”. El G20 es una máquina de la propaganda macrista, como los juegos olímpicos de la juventud   y como debió serlo el River-Boca que      –aunque Ríver no quiere– se jugará en España permitiendo rebautizar la Copa Libertadores de América como “Conquistadores de América”. No falta ingenio en este país.

La ciudad quedó blindada y sus habitantes, sitiados. Hasta francotiradores pusieron. El operativo de seguridad fue descomedido. Pero ha establecido un hecho: hay fuerzas represivas enormes, híperabundantes. El macrismo está preparado. El ajuste salvaje del presupuesto requiere un gran aparato represivo como el que hizo su presentación durante el G-20. No obstante, se organizó una marcha de repudio que llenó varias cuadras de una ciudad vacía, o tomada por el oficialismo y su fiesta ostentosa. No hubo participación del kirchnerismo. Había desborde de banderas rojas. La clase media ve esas imágenes por tevé y concluye: “Es Macri o el comunismo”. Para beneficio electoral del feliz mandatario, que sigue dando bien en las encuestas. Estuvo Nora Cortiñas, con su fe de siempre, su dignidad. Hubo un gigantesco muñeco de Trump con pañales. 

Nadie fue a recibir a Macron. Que le dio la mano a quien encontraba. Por no sentirse tan solitario, claro. Macron tiene una París en estado de guerra. Miles de manifestantes con chalecos amarillos voltean semáforos, atacan el Arco de Triunfo y levantan barricadas. El disparador de la protesta fue un aumento del 4 por ciento en las naftas. La policía reprime con camiones hidrantes y gases lacrimógenos. Los manifestantes tienen máscaras antigás y les tiran de todo a las fuerzas del orden neoliberal.

Entre tanto, en Argentina, Macron despliega su simpatía. Visita la librería Grand Splendid, pregunta por las Madres de Plaza de Mayo y se interesa por la recuperación de los nietos. Después ofrece una conferencia de prensa junto a Macri. Una periodista le informa que todos dicen que tanto él como su colega argentino “gobiernan para los ricos”. Será Macri el que responda. Dice que su mayor preocupación son los pobres y la pequeña y mediana industria. El índice de pobreza pasó el 35 por ciento y las pymes se funden día a día. No importa, parece que Macri no lo sabe. O lo olvida cuando tiene que responder sobre esos temas.

El G-20 es a Macri lo que el Mundial de Fútbol fue para los militares. Una gran cortina de humo. Un desmedido   hecho propagandístico. El evento se ve como la entrega de los Oscar de Hollywood. En la gala del Colón los presidentes entraban como estrellas de cine. Traían a sus primeras damas con sus vestuarios exquisitos, carísimos. Todos sonreían y se sacaban fotos. Trump se comportaba como el dueño del mundo. Alto, saco abierto, corbata roja, se desplazaba con una arrogancia insuperable. Lo dejó mal parado a Macri cuando –luego de la reunión que tuvieron– su vocero dijo que habían coincidido en la condena a Venezuela y a la actividad “depredadora” de la economía china. Macri quedó en medio de los dos gigantes, chiquito.

El hambre en el mundo, el cambio climático y la distribución de la riqueza no se debatirán en este lujoso evento. Así, el G-20 dejará poco para la humanidad. Macri, su esposa elegante, Rodríguez Larreta, Marcos Peña se habrán sentido en la cima del mundo durante estos días. El lunes todo volverá a ser igual. O peor. El enojo social crecerá ante el espectáculo de una fiesta ajena, hecha para que la gilada se deslumbre y crea en las mentiras del poder. Putin saludó como a un amigo del alma al príncipe saudí que cortó en pedazos a un periodista. ¿Quién es esta gente? ¿Qué vinieron a hacer aquí? Son los responsables de las guerras, de la muerte de los niños hambrientos, de la pobreza extrema. Que se vayan todos.