Total normalidad en la arena internacional. Es decir, Donald Trump y Xi Jinping enfrascados en una guerra comercial de magnitudes que los tiene como principales pero no exclusivos protagonistas. Trump, además, enviando tropas para militarizar su frontera sur con México ante la llegada de miles de migrantes hondureños. La Rusia de Valdimir Putin ante un nuevo incidente naval con Ucrania en el estrecho de Kerch. Emmanuel Macron llegando a la Argentina luego de masivas protestas y disturbios protagonizados por los “chalecos amarillos” ante el aumento en el precio de los combustibles. La Italia del Movimiento 5 Estrellas y la ultraderechista Liga del Norte bajo amenaza de sanciones por parte de la Comisión Europea por su déficit fiscal y su excesivo nivel de endeudamiento. Brasil en crisis económica desde hace más de un lustro y en la transición desde un presidente ilegítimo como Michel Temer hacia un líder fascista como Jair Bolsonaro. Estados Unidos y La Unión Europea manteniendo sanciones financieras y tecnológicas sobre Rusia por la anexión de Crimea en 2014, y Rusia respondiendo con prohibiciones a la importación de alimentos provenientes de esos países. El Reino Unido sin poder concluir con éxito su proceso de Brexit. La Unión Europea sin poder dar solución al problema migratorio de África del Norte y Medio Norte. La tensión entre Turquía y Arabía Saudita por el asesinato en el consulado saudí en Estambul del periodista Jamal Khashoggi.Botones que valen de muestra de un escenario mundial tremendamente complejo y atiborrado de conflictos.

En el medio, Mauricio Macri intentó encarrilar una cumbre de líderes del G20 que imaginó bajo otras circunstancias: un mundo recostado sobre el multilateralismo y el “neoliberalismo progresista” si Hillary Clinton hubiese ganado las elecciones, y una Argentina que él soñó creciendo abierta al mundo. Pero la política de “inserción inteligente” terminó en corso a contramano en un mundo cada vez más proteccionista, más endeudado y con una mayor disputa por el exceso de ahorro global. 

Macri soñó la localía del G20 como la frutilla del postre de su modelo económico. Sin embargo, terminó padeciéndola. Solo atinó a salvar la ropa ante el mundo en un contexto de crisis económica, inflación, caída de salarios, aumento del desempleo, crecimiento de la pobreza y sobreendeudamiento de la economía. Claramente, pasaron cosas.

Los resultados de la cumbre no sorprenden demasiado. El principal “logro” fue la aprobación de la “Declaración de Líderes del G20. Construyendo consensos para un desarrollo justo y sustentable”. Como suele suceder en estos documentos, lo esencial se encuentra en los primeros párrafos: los y las líderes del G20 saludan el crecimiento económico de los últimos años, pero reconocen la existencia de “vulnerabilidades financieras”, “preocupaciones geopolíticas” y “temas comerciales”. Destacan el rol positivo que las políticas monetarias y fiscales pueden tener sobre el crecimiento y la estabilidad de precios. Reafirman la necesidad de seguir avanzando en las “reformas estructurales” (neoliberales). Y señalan que la deuda pública debe estar dentro de un “sendero sostenible”, lo que se entiende como un tiro por elevación a los países fuertemente endeudados, como la Argentina. Asimismo, renuevan su compromiso con un orden internacional basado en reglas, aunque no se observa ninguna definición concreta en la materia. Reconocen que el tema de las migraciones internacionales, en particular de los refugiados, es un problema candente del escenario actual, pero no existe ningún consenso, solución o propuesta al respecto. Queda clara la división entre los países firmantes del Acuerdo de París sobre cambio climático y los Estados Unidos, quien reitera explícitamente su decisión de retirarse del mismo.

En suma, un listado de reconocimientos de los principales problemas del capitalismo en la fase neoliberal, pero ningún compromiso serio para abordarlos y solucionarlos. Una Cumbre de Líderes del G20 con sabor a poco. Una cumbre que refleja el crítico estado de un sistema capitalista que muestra su peor cara: imposibilidad de salir del letargo económico, guerras comerciales a escala planetaria, desigualdades crecientes, migraciones masivas, sobreendeudamiento de las economías, reversión de los flujos de capitales desde los países pobres hacia los ricos, falta de avances en materia de reducción de los impactos medioambientales. Una cumbre sin conducción en un mundo en conflicto y sin un claro hegemón. Una cumbre entre caníbales.

* Docente investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y asesor de la CTA de los Trabajadores. Integrante de Mundo Sur.