Dos meses atrás en el Palacio de Vistalegre de Madrid, la misma antigua plaza de toros en la que Podemos realizó sus Congresos partidarios, la formación de ultraderecha Vox celebró su primer gran mitín político. Frente a unas gradas colmadas por miles de españoles que agitaban banderas nacionales, el líder, Santiago Abascal, aseguró que “la voz de la España viva” tendría muy pronto representación en todos los parlamentos del país. 

El día siguiente, los medios de comunicación españoles oscilaron entre advertir el crecimiento de la ultraderecha, no darle espacio a una expresión política marginal, y preguntarse si Vox podría realmente ingresar en la escena política vernácula. Era lógico preguntárselo porque no existía en el parlamento una formación que criminalizara abiertamente a los inmigrantes, exigiera el fin de los gobiernos autonómicos, y pidiera derogar la Ley de Memoria Histórica (que reconoce a las víctimas de la Guerra Civil Española y la dictadura franquista), y la Ley de Violencia de Género, sin sonrojarse. 

La pregunta ya tiene respuesta. En los recientes comicios de Andalucía, Vox logró un 11 por ciento de los votos. No solo ingresará doce diputados al parlamento andaluz sino que podría ser la llave para un gobierno autonómico liderado por el Partido Popular (PP) o Ciudadanos (Cs), las dos formaciones de derecha con chances para desplazar al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que dominó la política andaluza por más de tres décadas.

La irrupción de Vox constituye uno de los cambios más importante en la política española desde la constitución de 1978, que el jueves pasado marcó su cuarenta aniversario. Incluso, podría ser más determinante que el 15M, la expresión de hartazgo por la crisis económica del 2008 que supo canalizar en su momento la formación Podemos.  

En el corto plazo, Vox puede definir el perfil del próximo gobierno de Andalucía. En una conferencia de prensa en Madrid, Abascal afirmó que Cs y el PP debían aprovechar una “oportunidad histórica de desalojar a los socialistas de la Junta de Andalucía”. Aunque aseguró que esperaría a que ambos llegaran primero a un acuerdo, fue claro sobre las medidas que deberían cursar para obtener su beneplácito: derogar las leyes de género y la Ley de Memoria Histórica, anular el impuesto a las sucesiones, devolver las competencias de salud y educación al Gobierno central, y promover la protección de la vida rural, de la caza y la tauromaquia. Ni más ni menos que el corazón de su programa.

Adelantándose al convite de Vox, el periódico El País firmó a mitad de semana un editorial con el que envió un mensaje al PP, Cs, PSOE y Adelante Andalucía (formación de izquierda alineada a Podemos), para que excluyeran a Vox de un futuro gobierno autonómico: “Cualquier coalición es legítima, salvo con fuerzas que vulneran la Constitución”. Dependerá de ellos legitimar o no el poder de Vox. Sobre todo del PP y Cs que, en el último año, adoptaron de forma más moderada banderas centrales del programa de Vox como el odio al inmigrante, el nacionalismo, y una actitud beligerante contra cualquier iniciativa soberanista en Cataluña o cualquier región de España.

En el mediano plazo, los cambios pueden ser más profundos. Un vox normalizado en la política andaluza puede expandir su alcance al resto de la nación. La reciente bravata de Abascal presumiendo de la afiliación al partido de mil personas diariamente, podría transformarse en una realidad inquietante. En cualquier caso, ya nadie oculta que su aparición confirma un cambio fundamental en las bases del sistema político español.

“Nos encontramos con la definitiva disolución del bipartidismo -o turnismo- que había dado estabilidad a España durante décadas”, afirma Santiago Alba Rico, escritor y filósofo español. “Tenemos no ya cuatro sino cinco partidos disputándose las instituciones, lo que obligará a gobernar a través de alianzas”, precisa.

La pregunta que surge es cómo se ordenarán esas alianzas. De allí la importancia de lo que resulte en Andalucía. Durante el acto de celebración del 40 aniversario de la Constitución que se realizó el jueves pasado, el líder del PP, Ignacio Casado, dejó algunas pistas sobre el camino que podría seguir la derecha. Habló de “optimizar espacios”, y le sugirió a Cs captar votos en la centroizquierda. Sobre su propia estrategia guardó silencio, pero se intuye que su aspiraciones irán por el extremo opuesto. 

Alba Rico cree que Vox “puede marcar la hegemonía discursiva de la derecha”. Un escenario que, en sus palabras, obligaría “a la izquierda a escoger entre hacer concesiones al discurso de Vox –sobre todo en las cuestión ‘nacional’ y en la política migratoria– o elaborar un discurso propio, realmente democrático, con el riesgo de quedar fuera de juego”. En ese contexto, “es más fácil para la derecha que para la izquierda llegar a un acuerdo”, concluye Alba Rico.

Una disyuntiva con una dinámica parecida a la que refiere el experto atravesó a Podemos en su segundo Congreso en Vistalegre (2017) cuando apostó por endurecer su discurso, y priorizar la presencia en las calles por sobre las instituciones. No está claro si esa estrategia es la responsable del presente de la formación morada. Lo cierto es que desde aquel “sorpasso” que anunciaba Pablo Iglesias cuando las encuestas ubicaban a su partido por delante del PSOE durante las elecciones de 2015, no ha dejado de caer. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, lo deja en cuarto lugar, detrás de Cs, el PP, y el PSOE que representa Sánchez. 

La explicación de Alba Rico es que “buena parte del electorado potencial de Podemos, que había saludado con tanta ilusión su entrada en política, lo identifica hoy con un partido tradicional”. Reúne lo peor de un “partido ‘de régimen’ –oportunismo electoral– y  lo peor de un partido de izquierdas    –aparato, guerra de facciones, arrogancia infantil”.

Ante este panorama, buena parte de los sectores progresistas españoles se preguntan si existe un dique de contención para el ultraderechismo de Vox. Para algunos, la respuesta está fuera de la política partidaria: el movimiento feminista. La marcha del ocho de marzo que reunió a millones de personas en las calles del país para exigir la igualdad de género, probó que el feminismo es una expresión social, política y cultural creciente en España. Un reciente barómetro realizado por la consultora 40dB en el marco de las jornadas Feminismo: ¿Burbuja o realidad? de la revista CTXT, precisó que un 58% de las mujeres y un 46% de los hombres se declaran feministas.

“La capacidad de movilización que ha logrado el feminismo es muy importante”, señala la antropóloga Nuria Alabao. “Vox podrá ganar elecciones, pero le será difícil aprobar una agenda contraria a las leyes de igualdad de género”. Sin embargo, la inquietud sobre la posibilidad de hacerle frente al crecimiento de la ultraderecha, no se agota allí. “La gran pregunta es si el feminismo logrará avanzar en una agenda política, de transformación y ampliación de derechos, que no sea simplemente una reacción”, concluye Alabao.