El Protocolo urdido por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich viola el Código Penal y la Constitución. Se multiplican los cuestionamientos en el Agora, en Tribunales. Gobernadores no-PRO se plantan defendiendo sus competencias y marcando distancias. Hasta un comisario, el Jefe de Policía de La Pampa, la da una lección de federalismo a “Pato”. 

De todos modos, ella ha cumplido sus objetivos primordiales: radicalizar a la Policía, concitar adhesiones en la opinión pública (nada desdeñables en número), colocarse en el centro de la escena.

Los críticos emparentaron al protocolo con la apodada “doctrina Chocobar”. La analogía es didáctica aunque no estricta. Chocobar mató a una persona en base a su propio criterio en medio de una contingencia sorpresiva. Bullrich y el presidente Mauricio Macri lo glorificaron y arroparon con posterioridad al hecho consumado.

Sería más atinado hablar de “protocolo Rafael Nahuel”. Hace más de un año, en Bariloche, Bullrich instigó a Prefectura para que disparara con armas letales contra civiles. La balacera, el homicidio fueron consecuencia directa de sus órdenes. Hubo premeditación, alevosía y mandatos de la autoridad civil en ese crimen.

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El manto de impunidad pretendido por Bullrich carece de asidero legal. Los argentinos son expertos en Obediencia Debida. Saben que haber recibido órdenes de la superioridad para cometer crímenes no exime de responsabilidad penal a los uniformados. 

El objetivo de Bullrich es amedrentar a la gente común y enrarecer debates públicos posteriores, presionar a los jueces, arrasando al estado de derecho. Macrismo recalentado, el eterno plato del día. 

El (ab)uso de la violencia es funcional al modelo. Para arrinconar a la gente puertas adentro, para aterrorizar. 

El senador pejotista Miguel Pichetto se sumó, canchereando, a la ofensiva de Bullrich. La Policía tiene que pegar sin miedo, como en Francia, informó y propuso. El ejemplo no lo ayuda. Los flics (canas) franceses reprimieron a mansalva.  La protesta, lejos de amainar, creció, consiguió su primer objetivo, no cesa. Va por más mientras el presidente Emmanuel Macron retrocede.

La brutalidad no bastó porque las demandas de los nuevos protagonistas armonizan con amplias franjas de la sociedad civil. La violencia estatal, pretendidamente legítima, pierde base de sustanciación, hasta algunos policías se niegan a reprimir.Rehusamos los paralelismos simplotes pero el ejemplo instruye. 

Bullrich habla “de los delincuentes” pero tiene en la mira a los militantes o ciudadanos que se movilizan por sus derechos.

La experiencia argentina lo enseña:darles manos libres a las fuerzas de seguridad es llamar a la muerte. Todavía está fresca la sangre de las víctimas del 19 y 20 de diciembre, de Maximiliano Kosteki, Darío Santillán, Nahuel.Bullrich, una funcionaria con experiencia y sin escrúpulos, lo sabe.