Un notable economista húngaro, Karl Polanyi, escribió que el capitalismo produce un verdadero salto cuando transita de la economía de mercado a la sociedad de mercado. Es el punto en que el trabajo, la propiedad de la tierra, el capital y todos los vínculos entre los seres humanos se convierten en mercancías. El mercado se apodera de la acción colectiva y desactiva las acciones de todos a favor de profundizar las acciones individuales. 

En 2018, después de 35 años de democracia, la Argentina está más cerca de un escenario crítico que le hubiera encantado a Juan Alemann, secretario de Hacienda de la dictadura, representante en las décadas del '60, el '70 y el '80 de ideas muy cercanas al sistema financiero internacional y un personaje que operaba como arquitecto del vinculo entre los bancos locales y la fuga de capitales, en esos tiempos muy concentrados en la opaca Suiza . 

Al día siguiente de la elección del 30 de octubre de 1983, cuando triunfó la UCR, Alemann escribió en Ambito Financiero una columna con este título: “De nada, don Raúl”. Se jactaba de cómo la dictadura había desarticulado la base social del peronismo. Como luego harían Domingo Cavallo y Mauricio Macri, el gobierno militar había concretado una serie de cambios: apertura indiscriminada, industria fulminada, creación de un amplio espectro de entidades bancarias y parabancarias que fundamentaban el dominio de las finanzas en las operaciones de deuda, surgimiento de una aristocracia financiera. De paso, esa estructura fue suficiente para ahogar los planes iniciales de Alfonsín, que duraron poco más de un año. Pasó del “Vivir con lo nuestro” de Aldo Ferrer a la búsqueda de un refugio en el Fondo Monetario Internacional para solucionar lo que desdichadamente llamó “economía de guerra”. 

Alfonsín perdió esa guerra y así nació el puente la hiperinflación. En 1989 Carlos Saúl Menem se convirtió en el ingeniero del neoliberalismo, con apertura, desindustrialización, endeudamiento y privatizaciones. Un sistema que hacía inviable una recuperación del aparato productivo local. La destrucción de capitales y las crisis externas motivadas por los desajustes en la cuenta capital del sector externo y los límites de la convertibilidad solo pudieron resolverse con mayor deuda. 

El ciclo menemista sufrió el mas serio embate con la devaluación brasileña de 1999. Puso en jaque definitivo a la Convertibilidad y a la continuidad del modelo neoliberal como lo habían imaginado en esos tiempo.

Pero esos límites, pese a las advertencias que los propios empresarios más beneficiados por las medidas de Menem le hicieran al propio  Fernando de la Rúa, no fueron suficientes . El gobierno de la Alianza fue una colección de mismanagment de la macroeconomía (todos los desaciertos posibles fueron cometidos) y antes de los esperado el modelo implosionó. Otra vez el resultado fue que miles de pymes se estrellaron y subió brutalmente la cantidad de pobres y desocupados. 

La Argentina se había convertido en una máquina que en nombre de los mercados (en sentido amplio, pero ya en plena globalización dominados por el financiero y por la indomable deuda externa) construía edificios productivos y los derruía mediante la fuga de capitales y  la evasión. La aristocracia financiera ganaba cada vez más poder. 

Tras el derrumbe y el default el pueblo interpeló a su clase dirigente en retirada para que se ordenara una salida capaz de evitar conflictos y enfrentamientos mayores. Desde el gobierno, Néstor Kirchner dio vuelta una página de esa historia para iniciar una reuperación que pusiera límites al neoliberalismo reinante en la fase más dura de la globalización financiera. Encaminó una salida, renegoció con el capital extranjero dominante de los bonos en default  y terminó con la hegemonía intelectual del FMI. Salió de la crisis e impulsó una reactivación con cambios en la distribución, la producción y el empleo. Casi una proeza. Por primera vez en 20 años hubo un nuevo escenario que ponía en juego el dominio de las  fuerzas tradicionales con pequeños sectores emergentes de una burguesía local, aun cuando tuvieran más proyecto que poder y más ideas que patrimonio. 

Cristina Fernández de Kirchner avanzó con cambios y continuidades, pero con la imposibilidad de cerrar alguno de los desajustes. No hubo un programa final de industrialización. Funcionó un Mercosur políticamente relevante pero económicamente fragmentado. Hubo superávit comercial pero también fuga de capitales. Los grandes actores locales e internacionales, incluso muchos altamente beneficiados, fueron eliminando los grados de libertad que requería la profundización de un modelo que operaba como un motor en tres tiempos.

Con todo, gran parte de la sociedad sintió que ciclo largo 2003-2015 trajo más beneficios para las mayorías y mantuvo algo de lo que no pudo siquiera estrenar Raúl Alfonsín antes. Hubo consumo, inversión, ampliación de la oferta exportadora, mejora en la distribución del ingreso y aumento del empleo. Pero hubo también inestabilidades que llevaron a aceitar procesos de fuga de capitales que deterioraron la acumulación interna y frenaron la tibia industrialización necesaria para ponerle un límite a la inflación.

La puja distributiva la ganaron los más humildes. Y así, aunque la cúspide del poder se llevó lo mejor, los pobres fueron menos pobres y tuvieron juego en una mesa donde su valor pesó año a año en la discusión de los ingresos. 

Con Macri se invirtieron los factores en el poder. El gobierno hizo escuela del más puro neoliberalismo y del peor monetarismo. En tres años Argentina retrocedio en su economía en todos los sectores, menos en las finanzas y en las capas perceptoras de rentas (agrarias, petroleras, mineras, financieras). 

La sobreganancia de esos actores formó una mesa que rápidamente se alineó con los actores mas poderosos de la globalización financiera. Macri es el mejor aliado del sistema financiero internacional y el peor socio de la industria local, sea del tamaño que sea. La deuda que Cristina no había negociado la pagó Cambiemos sin chistar.  

El macrismo en el gobierno subió sin piedad la inflación, el desempleo, la inequidad distributiva, la fuga de capitales, los desaciertos en la formación de las tasas de interés, la fragilidad macroeconómica. Nada podrá ser modificado antes de 2020. Los servicios de la deuda se comen los ajustes fiscales,  el ingreso de jubilados y asalariados, lo que perciben los actores informales. El modelo de Cambiemos es un modelo a contramano. Un modelo incomprensible y de corto plazo que solo en un trienio ya buscó recuperar poder y ganancias para desarmar los beneficios colectivos alcanzados antes. 

Macri desarmó al sector industrial con un nivel de caída inédito. Redujo los salarios reales, las pensiones y las jubilaciones. Bajó el gasto educativo y las inversiones públicas. Pero incrementó los precios y servicios de sus empresas y concesiones como nadie, ni los propios, imaginaban. La deuda disciplina todo. Y el FMI es el piloto de pruebas del modelo aunque todos saben que, a esta velocidad, el prototipo no llega como fue concebido.

Polanyi señalaba que la sociedad de mercado tiene límites, y que esos límites los pone el pueblo cuando asume que no es una mercancía.

* Ex director del BCRA. Director del Observatorio de la Deuda de la UMET.