La proximidad entre desconocidxs es tan teatral como despiadada. La primera imagen que se tiene del otro funciona como totalidad y, al mismo tiempo, se puede mentir sin sufrir las consecuencias. A veces esa certeza de estar frente a alguien que no volveremos a ver, propicia la confesión, como si se tratara de una forma disimulada de soledad. Allí se encuentra el corazón de Tres veces al amanecer. La novela de Alessandro Baricco que se vuelve dramaturgia intrigante, necesidad extrema de develar al otro, de entenderlo para alivianar un poco el drama interior. En el texto de Baricco, adaptado por Mónica Viñao, la temporalidad es el elemento más equivoco. El primer encuentro funda la trama del policial que todavía el espectador desconoce. En realidad todo lo que allí ocurre podría ser una historia de amor, casi imaginada por lxs dxs protagonistas, donde un hombre y una mujer, escapadxs del mundo, se quedan después de hora en la habitación de un hotel, cuando él supuestamente ya se fue y ella jamás llegó, a desandar sus vidas maltrechas. 

A partir de la segunda escena el tiempo será imposible pero eso no afectará ni la trama ni la verosimilitud. El efecto que propone el escritor italiano se acerca a la noción de temporalidad de Alain Badiou. El filósofo francés sostiene que somos contemporánexs de aquellas personas que viven los mismos dramas, las mismas luchas que nosotrxs aunque se encuentren en épocas lejanas. Se trata de pensar la contemporaneidad como la semejanza dada por las circunstancias y la singularidad de los sentimientos, como la matriz propia de un tiempo solo posible en la ficción. 

Lo fundamental en esta obra dirigida por Viñao es que en cada uno de estos encuentros ocurrirá algo definitivo. Verónica Pelaccini y Lautaro Perotti serán adolescentes, viejxs y jóvenes de cuarenta pero no de manera simultánea aunque tengan la misma edad. En esos diálogos que parecen inevitables pero que están consumidos por la misma desesperación de encontrar alguna guía frente a lo que les pasa, habrá una transformación, como si cada unx le brindara el permiso al otro para salir de la fatiga de su vida .

Lo que parece casual será determinante en Tres veces al amanecer, un poco porque cada escena ocurre en ese momento de pasaje entre la noche y el día donde todo se respira irreal. Un instante donde las buenas costumbres aconsejan estar dormidxs pero que aquí facilita la invisibilidad de la huida. Hay algo de policías y delincuentes en esta obra tan existencial, de perseguidxs y autoexiliadxs del mundo que le regala a la tristeza la voluntad de convertirse en acción. 

Tanto Pelaccini como Perotti deben realizar el proceso de caracterización frente al público. Viñao decide con acierto que cada transformación en la edad de los personajes se dé fundamentalmente desde la actuación. Es allí donde los recursos de los actores se mezclan con la ilusión que propone la narrativa de Baricco, ese juego entre la imposibilidad de la convivencia de dos temporalidades. Cuando ella es adolescente, el personaje que interpreta Perotti es un viejo y cuando ella se vuelve una mujer cercana a la jubilación, él es prácticamente un púber. La actuación lee esas transformaciones de los personajes desde una verosimilitud escénica que no piensa el realismo como mimesis sino como una capa desde la cual contar los efectos que ese rol produce en la experiencia misma de lxs protagonistas y la escena. 

Lo importante será lo que se narra y la persistencia en la aventura de escaparse siempre. De ir tras el fugitivo para rescatarlo o apresarlo bajo la idea que alguna vez también se pudo estar rendido, en el lugar del otro.  

Tres veces al amanecer se presenta de miércoles a domingos a las 20.30 en el Teatro San Martín. Corrientes 1530. CABA.