Alguien comete un delito. Una violación. La denuncia pone nombre y apellido. Pero al mismo tiempo sabemos que no es individual. Que esa violación se teje en una maraña de prácticas, que van desde las zonas grises en las que habitan muchos vínculos hasta los trabajos que por precarizados ponen los cuerpos a disposición de otros. No es el derecho de pernada feudal, tan sistemático, pero sí lo hereda. Lo hereda en la presunción de que hay peajes a pagar, favores a hacer, privilegios que sostener. Lo hereda y lo desplaza. Porque si allí era derecho de señorío sobre todos los bienes y cuerpos asociados a la tierra, en el caso cuyo relato hoy hace temblar la tierra, se desplaza hacia la elección: la víctima de violación es elegida y el perpetrador un hombre arrastrado por la pasión que ella es culpable de despertar. En el fondo, como si la histeria fuera condición y cuando se dice no es por el pudor de afirmar lo que efectivamente se desea. Alguien comete un delito, pero ese delito lo trasciende. Está consentido y legitimado, se vuelve posible en un marco en el que se enaltecen las dotes del seductor, el cazador, el coleccionista. Que, de tan orgulloso de lo que porta, no puede creer que alguna lo desdeñe. Y si lo hace, ella estaría mintiendo. Más incomprensible una piba que diga que no, que un peronista para Borges. El sistema de complicidades, malentendidos, omisiones, silencios que amparan las violaciones es lo que estamos discutiendo. 

El colectivo de Actrices Argentinas acompaña a una colega a denunciar una violación. Arman estrategias de cuidado y de resguardo. Logran cadena nacional. Gritan: se acabó el tiempo de la impunidad. Exigen la revisión de las prácticas de la industria cultural, el sistema de chantajes, la presión por los contratos, la precariedad laboral. Todo lo que hace que una muchacha haya callado o deba callar. La salida colectiva es central. Convierte a cada una en militante. Este tipo de actos, fuertemente políticos y fundacionales de otras tramas, ponen en juego una idea de justicia y de reparación. Lo que repara es, finalmente, la posibilidad de generar otras condiciones para las que llegan o para nosotras mismas. 

Es interesante confrontar esta acción colectiva con la multiplicación de los escraches virtuales como lógica punitiva. Circula, en estos días, una interesante reflexión de Rita Segato discutiendo la práctica del escrache: “si las feministas en términos históricos hemos defendido el derecho al justo proceso, no podemos defender el escrache. Tiene que haber un derecho a la interlocución con el acusado, si no estamos cayendo en los mismos funcionamientos de aquellos que consideramos ser nuestros antagonistas de proyecto histórico. Yo no quiero un cambio de manos del poder, de la capacidad de opresión, de la reducción del otro mediante la burla y el escarnio: estamos luchando por un mundo diferente, no por un mundo igual en otras manos”. Hace unos meses, se discutió acerca de las denuncias contra Omar Pacheco. En ese caso, como en el del actor Juan Darthes, la denuncia implica enfrentar a una persona con poder y resonancia pública. La trama colectiva funciona como condición de posibilidad para hacerlo, porque la violación o el abuso también fueron posibles en una trama social que los vuelve tolerables. Estas denuncias van más allá de la acción en redes o de la denuncia entre pares. Se configuran como acciones políticas, que religan y constituyen un nuevo repertorio de luchas. 

Como nunca, tenemos que ser capaces de singularizar. Preguntarnos por las diferencias de poder, por la punición y la gradación de las penas, por las imágenes de sociedad deseable que se juegan. El colectivo de Actrices mostró algunas imágenes potentes: la solidaridad, el cuidado, la fuerza común, la postulación de una idea que va más allá de la denuncia individual para poner en cuestión las enteras prácticas que se sostienen. Provocaron un temblor. Porque sabemos que una acción de esa índole es ejemplar. Es experiencia puesta a disposición. Recordatorio de todo lo que aún no pudimos decir. Pero también estrategia para poder decirlo. Para confrontar a quienes disponen de sus espacios de poder como zonas liberadas para ejercer su derecho de conquista y pernada. Un temblor. Que está menos en el contenido de la denuncia que en la fuerza que configura y deja insinuada. Que caiga lo que deba caer.