El miércoles 8 de agosto, Camila Rojas, la diputada más joven de Chile, estaba en los alrededores del Congreso argentino. Puertas adentro, los senadores debatían el proyecto de aborto legal. El resultado de la votación no fue el que esperaba el movimiento feminista y buena parte de la sociedad. Tampoco lo fue para el grupo de legisladoras chilenas que viajó para la ocasión. Pero la discusión por el derecho a decidir ya estaba instalada. La marea verde era real, existía: eran miles de mujeres en las calles. “El poder conocer la experiencia argentina es fundamental para nosotras. Estar allá y ver ese proceso fue una de las experiencias más enriquecedoras que me ha tocado vivir como feminista. Somos superdistintos como países. Cada vez era más gente y se cerraban las calles de manera automática. Acá el aparato represivo es más potente”, dice Rojas.

Con 27 años, Rojas comenzó su carrera política en la Universidad de Chile, donde llegó a ser elegida presidenta de la Fech, su histórica federación estudiantil. Ya en 2016, durante su gestión, empezaba a emerger un movimiento que explotaría este año, cuando las estudiantes tomaron facultades y secundarios de todo el país. Esta vez, para exponer el machismo y el acoso de profesores y compañeros. La protesta fue bautizada como el Mayo feminista. Como en Argentina, las mujeres tenían motivos para no callar más.

–¿Cómo se explica esta movilización de las estudiantes chilenas?

–En términos generales hay un avance de organización y movilización feminista a nivel global, y tanto lo que ha pasado en Argentina con la necesidad de hacer ley el derecho a decidir, y por otro lado lo que pasó en Chile con las instituciones de educación tiene que ver con un contexto favorable al feminismo. En Chile hay una historia, no se trata de un hito, o del Mayo feminista, que fue el mes de mayor movilización durante 2018. Hay un proceso que se acarreaba desde antes, pero se lograron profundizar las demandas de malestar, y dentro de ello la educación no sexista fue una de las claves. Evidentemente los abusos venían hace tiempo, los casos bien dramáticos de abusos sexuales y de poder por parte de académicos y también de estudiantes y profesores se cristalizaron en una movilización muy potente durante el primer semestre de este año. Fue una situación que no habíamos vivido antes, donde las demandas feministas tomaron la palestra definitivamente, ya no como algo accesorio o secundario sino como el foco principal. Incluso el gobierno, que es un gobierno de derecha, se tuvo que referir a lo que estaba pasando en las instituciones de educación superior.

–¿Cuáles son los próximos pasos a seguir para plantear una agenda feminista y de ampliación de derechos desde el Parlamento?

–La reivindicación partió por el pedido de espacios seguros para poder estudiar, algo muy básico. El reclamo por una educación no sexista luego es sobrepasado por demandas sociales que tienen que ver con los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. En los últimos años ha empezado en Chile una discusión importante sobre el derecho al aborto, que es bien distinto a lo que ha pasado en Argentina, pero en nuestro contexto también ha tenido una base relevante. Claro que quedan muchas cuestiones pendientes que profundizar y desde el Congreso hemos querido tomar parte de ello. Por un lado con la agenda de educación no sexista, por otro lado con la agenda de derechos sexuales y reproductivos. Presentamos un proyecto de derogación de la objeción de conciencia institucional, que es una de las trabas que puso el Tribunal Constitucional a la ley de aborto en tres causales, que además es una maquinación evidente en contra de los derechos de las mujeres. Además presentamos un proyecto de despenalización. No es un proyecto de aborto libre porque no está dentro de nuestras facultades poder presentar un proyecto así. No porque no estemos de acuerdo o porque no queremos conquistar ese avance. Pero dentro de todas las limitaciones que tenemos en un país extremadamente presidencialista, lo que podíamos hacer era presentar un proyecto de despenalización que es hasta las 14 semanas. Ahora estamos coordinando con las diputadas para hacernos cargo de la implementación efectiva la ley de aborto en tres causales que se aprobó el año pasado y generar avances en la despenalización del aborto.

–¿Por qué no está en las prerrogativas del Parlamento presentar una ley de plazos referida al aborto? 

–No es que no esté como posibilidad de discutir, pero quien la presenta debe ser el Ejecutivo, porque todo lo que incluye recursos lo tiene que presentar el gobierno. Entonces un proyecto así hecho por diputadas no es admisible, pero por el gobierno sí lo es. Si el Ejecutivo hiciera un proyecto, se discutiría en el Congreso, pero con un gobierno de derecha no va a existir esa presentación. Pero la despenalización del aborto hasta las 14 semanas sí está dentro de nuestras atribuciones. No asegura la prestación porque no incluye recursos, pero va en la línea con la despenalización legal y social. Vivimos en un país que es bastante conservador y socialmente el aborto también está penalizado. El aborto es un derecho de las mujeres, es nuestro derecho a decidir y es supernecesario tener este debate abierto. 

–La Iglesia Católica, enemiga histórica de los derechos reproductivos, está seriamente golpeada por los casos de violación. Parece ser una oportunidad para discutir el tema. 

–Creo que así lo asumimos al decidir que vamos a seguir empujando la agenda por los derechos sexuales y reproductivos. Uno de los factores es lo golpeada que está la iglesia católica, que siempre ha intentado influir en estos debates y en Chile ha sido muy decisiva en el debate por el aborto, por la identidad de género, jugando un rol muy activo y muy incisivo sobre las votaciones de los diputados y diputadas. Claro, hoy día tenemos un contexto más favorable porque la iglesia católica, con las situaciones que han ocurrido a su interior, difícilmente tenga la misma legitimidad que antes. 

–Aunque también están la derecha religiosa y los grupos evangélicos, cada vez más influyentes. 

–Sí, hay un avance global de las iglesias evangélicas y Chile no es la excepción. No hace mucho un medio de comunicación presentó una investigación de todos los recursos que habían recibido las iglesias evangélicas tanto en el gobierno de Michelle Bachelet como en el de Sebastián Piñera. Por lo tanto su crecimiento no solo se debe a sí mismo sino también a los aportes que han hecho los gobiernos para que ese crecimiento exista. Y evidentemente ahí hay posturas conservadoras que van en contra de los derechos de las mujeres y posturas fundamentalistas, radicales, que además tienen una base social. Están disputando las conciencias todos los días, a cada rato, por lo que nosotros tenemos que tener una ofensiva en este sentido. 

–Chile es mostrado como un caso de éxito económico en América Latina, pero al mismo tiempo es el país más desigual de la región. ¿Por qué se da esta situación? 

–Es un caso muy particular, porque el neoliberalismo chileno es un ejemplo a nivel global. Los años que existió la dictadura permitieron tener este modelo que se instauró con sangre. No hubiese sido posible instaurar de otra manera. Esto se profundiza con los gobiernos democráticos, durante la Concertación y luego con la derecha. Durante la década de los 90, las cifras económicas y los buenos augurios del modelo hacían creer que en Chile estaba todo bien. Chile estaba bien posicionado a nivel global, con una economía estable, los ingresos per capita promedio parecían avanzar más. Cuando yo era chica lo que más se decía en la tele era que éramos los jaguares de Latinoamérica. Se forjó una conciencia colectiva respecto de que el modelo que nosotros teníamos era algo completamente exitoso. Pero a mediados de los 2000 empiezan a suceder las críticas más masivas al modelo precisamente por los efectos de la desigualdad. Efectos muy dramáticos en educación, en salud. Un país que no tiene asegurados los derechos más básicos, donde los servicios están privatizados. Para tener una buena educación hay que pagar, para tener una buena salud también. Entonces la lógica de rascarse con las propias uñas, un modelo completamente individualista, está muy enraizada en Chile. Si uno lo piensa en términos históricos, este es el período más largo que hemos vivido. Un período de avanzada neoliberal que se ha sostenido por más de cuarenta años. Y hasta ahora no hay un atisbo de generarle una alternativa. En Chile están las dos caras, la de ese Chile neoliberal en auge, donde se supone que todos estamos bien, versus la potente desigualdad y la falta de derechos que tenemos. Cuando tú te enfermas o tienes un problema con tu trabajo quedas en una situación muy expuesta. Cuando estás trabajando puedes tener un buen sueldo y asegurarte cuestiones básicas, pero si te pasa algo no tienes nada asegurado para ti ni para tu familia.    

–La de 2017 fue una muy buena elección para el Frente Amplio, pero estuvo marcada por la vuelta de Sebastián Piñera a la presidencia. ¿Faltó unidad dentro de la izquierda?

–En este contexto de neoliberalismo extremo que tenemos en Chile, desde el Frente Amplio hemos buscado ser una alternativa política. Somos una coalición joven, de un año y medio, y nuestros anhelos tienen que ver con más democracia política y social, con aportar en revertir el neoliberalismo y que esto sea un aporte a una pelea que es más bien a nivel global. El Frente Amplio quiere hacerse eco de las luchas que han estado muy presentes en Chile, por ejemplo para que el sistema de pensiones cambie y terminar con las AFP, para tener una educación que sea un derecho. La diferencia con la centroizquierda y con el proyecto de la Nueva Mayoría y lo que fue la Concertación en su momento es que a nosotros ese modelo no nos acomoda. Nosotros queremos ser un modelo a la alternativa neoliberal y lo que vemos en los gobiernos de los 90 y los 00 es que incluso siendo de centroizquierda lo que hicieron fue profundizar el modelo neoliberal. Si tú revisas el caso de la educación en Chile, cuando más universidades privadas se crean y cuando más crece su matrícula es durante los gobiernos democráticos, no durante dictadura. Hay entonces varias cuestiones que se instauran en la dictadura y que se profundizan en democracia. Nosotros en el Congreso con una bancada de 20 diputados y un   senador evidentemente generamos alianzas en ciertos proyectos, alianzas tácticas para avanzar en ciertos puntos y está bien. Tiene que haber puntos de encuentro siempre que permitan profundizar la democracia y hacer avanzar los derechos sociales, sexuales y reproductivos. Por tanto desde el Frente Amplio tenemos la tarea de permear con nuestra agenda a otras coaliciones.

–¿Qué hicieron mal los gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría?

–Durante mucho tiempo tuvimos un sistema binominal, no solo en lo formal sino en toda su expresión. El problema es que parte de la centroizquierda se terminó mimetizando con la derecha. No por ejemplo en temas como el divorcio. En ese tipo de agenda la centroizquierda tuvo un rol. Pero si hablamos de materia económica y social, hay una mimetización muy importante entre ambas coaliciones. Ese fue el gran error. Haberse comprometido con este modelo de desarrollo creado en dictadura y quedar atrapados en esa lógica. Hay parte en ese mundo que reconoce esos errores. Y me parece fundamental que nosotros estemos en constante diálogo con esos sectores que son capaces de reconocerlos. Hay que encontrarse. 

–Un dato importante es que la mitad de los chilenos no votó en 2017. ¿Puede decirse que hay un malestar social?

–Las cifras de abstención han sido bien importantes en las últimas elecciones y nos hablan mucho de la separación concreta que hay entre la política y la sociedad. En Chile ha habido mucha movilización en los últimos años. Ha existido mucho interés en que haya transformaciones, en que haya cambios. Eso ha estado muy presente. Sin embargo hay también una profunda desconfianza y una profunda molestia respecto del sistema político y de cómo opera. Porque todas esas demandas sociales no encuentran cauce en el sistema político. Desde el Frente Amplio le hemos puesto harto eco a esa situación, porque las cifras de abstención hacen evidente que hoy día el sistema político no responde a las necesidades sociales. Eso hay que cambiarlo. Si uno lo piensa en el contexto global, la participación política no se reduce solo a las votaciones. Existe participación política, luego igual en las votaciones hay una alta abstención. El modelo neoliberal no solo ha permeado las relaciones económicas, sino las relaciones sociales. Hay una conducta imperante muy individualista en Chile. Acá hay muchas posibilidades de tener una movilización activa pero la posibilidad de asociarse y de tener proyectos más colectivos no tiene la misma convocatoria. 

–¿Cuál es el proyecto político de Piñera en este segundo gobierno?

–Hay un contexto global de derechización y en Latinoamérica además lo estamos viviendo de manera bien evidente. Y además nos pilla desarmados desde los proyectos de izquierda o progresistas porque veníamos de una estrategia progresista que no pudo generar un cambio de mediano o largo plazo. En ese sentido se profundiza esa derrota que se arrastra de las izquierdas. Entonces el gobierno de Piñera tiene un contexto global favorable. Además le fue bien en las elecciones, y asume con suficiente potencial, buscando retroceder los pocos avances que se han logrado en materia de derechos sociales, sexuales y reproductivos. Buscando profundizar la militarización en el Wallmapu a raíz del conflicto mapuche, teniendo una agenda marcada por los temas de seguridad, pero muy asociado a un populismo penal profundo. Esa es la agenda que ha tenido hasta ahora.   

–Más allá de que la derecha de Piñera se muestre como moderna, muchos represores de la dictadura están libres o en cárceles VIP y los carabineros asesinaron hace pocas semanas al joven mapuche Camilo Catrillanca. 

–Hay un discurso que nos habla de una derecha social, de una nueva derecha, una derecha democrática, pero en los hechos es una derecha igual de conservadora que quiere imponer una agenda que se concentra en temas de seguridad, con harto punitivismo penal. Lo más preocupante es que avanzan rápido y solos porque no hay una oposición que les pueda hacer frente. Cuando se habla de la derecha en los discursos, y en los hechos no exista, nosotros nos preguntamos si existe una derecha así en Chile. Lo que nos queda claro son los dichos de los ministros, como los que niegan las violaciones a los derechos humanos, con varias faltas a raíz del asesinato de Camilo Catrillanca a manos de Carabineros. Esa derecha democrática no existe. O al menos hasta ahora no ha aparecido. Si bien estuvo presente en la campaña, se ha visto todo lo contario. 

–El triunfo de Jair Bolsonaro le dio un nuevo giro a la derecha en la región. ¿En dónde quedaría la derecha que representa Piñera? 

–La situación de Brasil es preocupante. Quienes queremos transformaciones, los luchadores sociales, tenemos que estar alertas sobre lo que pase en los países hermanos. Además de que es una de las economías más grandes a nivel mundial, todo lo que pase en Brasil nos afecta y nos tiene que preocupar. Son dos caras de la misma moneda que es la avanzada de la derecha, que además es una derecha muy conservadora y muy peligrosa. Son dos caras distintas pero que se complementan y se potencian entre sí. Cuando sale Bolsonaro, el presidente Piñera felicita ese triunfo, sin preocupación de los efectos que va a tener una presidencia de alguien como él. Hay una versión más extrema, pero comparten la misma estrategia. Seguramente van a trabajar en alianza todo este tiempo.