El asunto no admite muchas vueltas: hay músicas que hacen bien, y punto. Cuando se iba el domingo, los pocos transeúntes que pasaban cerca del Luna Park podían sentir algo quizá definible como el rumor de la felicidad, las maquinarias de la alegría echándose a rodar. Sobre el escenario, una pequeña multitud de músicos abrazándose entre ellos y a la distancia con el auditorio; allí, cinco mil personas entregadas al baile, al acompañamiento y al coro, a esa sensación de plenitud que la música puede producir. En el centro Kevin Johansen, un tipo que a esta altura no necesita mayores cartas de presentación porque cada vez que se presenta está bien defendido por las canciones. El responsable de la paradoja de llamar a un espectáculo Fin de fiesta, y que lo desatado sea una fiesta sin fin.

Desde su regreso a la Argentina, en el turbulento fin de siglo y a caballo del disco The Nada y el hit “Guacamole”, Johansen fue construyendo una sólida carrera que se traduce en seis discos de estudio y dos en vivo, y una identidad en la que no se trata de un solista sino de un artista siempre bien acompañado por una banda –la misma The Nada– que embellece sus melodías y sus juegos de palabras, que fue igual de numerosa y multifacética cuando la cosa no se verificaba en grandes estadios sino en pequeños bolichitos. El domingo hubo una dedicatoria especial a un ausente de peso, el legendario baterista Enrique “Zurdo” Roizner –reponiéndose de una neumonía– pero poco ha variado en la banda, que es ya parte indivisible y responsable del delicado entramado de las canciones. Temas que terminan componiendo un setlist homogéneo, que integra títulos de Mis Américas Vol. 1/2 como “Tiene algo” y “Es como el día” con momentos de aquel debut como el inevitable éxito de sabor mexicano y “El círculo” –enriquecida por la voz de su hija Miranda– o “Sur o no Sur”, que vuelve a cobrar dolorosa actualidad frente a una situación económica que provoca exilios obligatorios.

Pero ante todo está el disfrute y la franqueza, la frescura con la que Johansen se cuelga la criolla, la guitarra de doce cuerdas o su eléctrica rosa con la imagen de Hello Kitty y conecta de inmediato con el oyente. Kevin festejó el décimo aniversario de este espectáculo con la calidez de quien invita no a un gran estadio sino al living de su casa, y la mesa está bien provista. Tanto como para ofrecer un momento íntimo junto a Miranda, que allá lejos y hace tiempo, apenas una niña, puso su voz en el bellísimo cierre de City Zen “Everything Is (Falling into Place)”, pero ahora coprotagoniza y da más vuelo a “El círculo” y “Es como el día” para desatar la primera ovación dirigida a los invitados.

Porque todo buen festejo cuenta con convidados, y así Johansen se dio unos cuantos gustos. Con María Paz Ferreyra, más conocida como Miss Bolivia, para volver a hacer juntos “Dios de la marea” y el ardiente rap a capella de “Paren de matarnos”, que desató otro griterío general al cerrar con “Miren cómo nos ponemos”; con Lisandro Aristimuño, dándole forma a una perfecta combinación de voces para “Hindue Blues” y la declaración de principios de “No digas quizás”; y sobre todo –sin intención de faltarle el respeto a los demás–, con Jorge Drexler, que no quería perderse la ocasión, viajó desde México y protagonizó la cumbre de la noche.

Así Jorge & Kevin, gente de múltiples orillas, hicieron gala de la hermandad musical y humana que los une, con una andanada de esas que erizan la piel: “Todo se transforma” y “La edad del cielo” del uruguayo, y “No voy a ser yo” del argento-alaskeño, convirtieron la noche en apoteosis, en puro disfrute de un encuentro de artesanos de la canción compartiendo melodías sanadoras. Todo podría haber terminado allí, pero habría más posibilidad de brindis, de falsas despedidas, hasta ese “Fin de fiesta” con los músicos desfilando por el escenario, entonando que ya se terminó, ya se va la gente, con la memoria llena y sin querer borrar ni una foto. Porque, como bien canta Johansen con sonrisa amplia y contagiosa, hay mucha historia detrás, mucho en la memoria emotiva. Pero si la vida es una orgía lenta, lo mejor debe estar por llegar. Y así no hay epílogo que valga para tanta fiesta.