A los dieciséis años, Vanit Ritchanaporn escapó nadando el Río Mekong de su Laos natal, huyendo de una guerra civil tras el conflicto bélico de Vietnam. En 1979, por iniciativa de las Naciones Unidas, llegó como refugiado a la Argentina, al igual que un grupo de ciudadanos del país asiático. Hoy vive con su familia en la ciudad de Chascomús, donde preside la comunidad laosiana más grande de la provincia de Buenos Aires. En cada uno de sus actos cotidianos, Vanit busca mantener viva su memoria y reconstruir un puente con su lugar de origen. Laura Ortego y Leonel D’Agostino dirigieron Río Mekong, donde Vanit cuenta su historia. El film se estrena el próximo jueves en el cine Gaumont. 

  Por un informe de un amigo de la dupla que trabajaba en el Ministerio del Interior les llegó a ambos directores la historia de la migración laosiana a la Argentina, específicamente en 1979, cuando el terrorismo de Estado concretaba su plan genocida en el país. “Ese fue el germen de la película, cuando supimos que había un informe de población sobre la migración laosiana en 1979, aunque hay que diferenciar migrantes de refugiados”, aclara Ortego. “Muchos no sabían a dónde venían y muchos no estaban convencidos de que venían a América porque les habían dicho que llegarían a América del Sur y ellos suponían que era una parte de Estados Unidos, así que llegaron acá pensando que estaban haciendo ‘la América’, pero la del Norte, y se encontraron con un país totalmente desconocido. Apenas por el Mundial 78 conocían algo”, agrega D’Agostino.  

–¿Qué tipo de película pretendían hacer, en un principio, cuando tuvieron ese material del Ministerio del Interior? ¿Se modificó con el correr de la investigación?

Laura Ortego:–En ningún punto decidimos modificarla. Desde el comienzo quisimos hacer una historia puntual de una persona. Cuando conocimos a la comunidad laosiana buscábamos a un personaje en particular para no contar la épica de todos sino contar una historia. Y fue así que conocimos a Vanit. 

–¿Cómo llegaron a él?

Leonel D’Agostino:–Haciendo entrevistas con referentes de la comunidad nos encontramos con él, que era el presidente de la comunidad laosiana en Chascomús. Entre ellos estaba el dilema de mantener las costumbres laosianas teniendo hijos totalmente argentinos. Así que encontramos el punto medio. Vanit fue de la primera generación que cruzó el Río Mekong, lo hizo siendo adolescente, casi como una travesura y con la idea de que del otro lado del Río Mekong había un futuro. Es un personaje muy entrañable. 

L. O.:–Es muy carismático. Fue involucrándonos con la comunidad laosiana.  Al principio hicimos fotos. Después, ellos tienen una festividad anual en Misiones y viajamos a esa fiesta.

–¿Por qué les pareció cinematográfico centrar el documental en un solo personaje?

L. O.:–A mí, por lo menos, me resulta mucho más interesante ver este fenómeno de los refugiados contando una historia en particular, metiéndote con las emociones de ese personaje. 

L. D’A.:–A la vez, hay algo universal en la historia de Vanit, que es la historia de toda inmigración. Nos pasa al ver las funciones, sobre todo con gente más grande, que terminan muy emocionados. Y, de alguna manera, contando la historia de Vanit estamos contando una historia universal, que es la de esa primera generación de inmigrantes o refugiados o de gente que escapando de un lugar llega a otro y tiene que empezar de menos diez. 

L. O.:–Me parece importante que sean laosianos porque acá hubo muchas migraciones. Pero es importante para deconstruir el eurocentrismo que demos a conocer la migración laosiana porque por el tipo de educación que tenemos nos sabemos de memoria los ríos de España y no distinguimos un laosiano de un japonés. Cuando ellos llegaron acá eran prácticamente extraterrestres por la poca información que uno tiene. Y eso genera prejuicios y no está bueno. No tenemos idea de cómo es un laosiano. Está bueno visibilizar esa otra historia y priorizarla respecto de otras migraciones que son las que más cómodas nos quedan. 

En Río Mekong se mezcla la cumbia con el pop laosiano.

–¿La asociación que formaron fue para sostener la herencia cultural laosiana?

L. D’A.:–Sí, en Chascomús se celebra desde hace muchos años la fiesta de los inmigrantes, donde se produjo algo bastante simpático: inmigrantes de muchas nacionalidades hacían una celebración y los laosianos veían que había por ejemplo bisnietos de griegos, y ellos que eran laosianos de primera generación no estaban representados. Entonces, entraron como en una batalla queriendo ganar un lugar en ese espacio y lo lograron, y queriendo ganar su representatividad dentro del universo de las comunidades de Chascomús. 

–Casi al final se lo ve a Vanit en su tierra natal. ¿Ustedes fueron con él?

L. O.:–Nosotros no viajamos con Vanit. Lo curioso fue que ese material que se ve sobre el final, él ya lo tenía grabado porque en 2011 viajó a Laos y lo trajo. Fue muy curioso –y por eso lo incorporamos– porque es como si él lo hubiera hecho sabiendo que ese material se iba a usar en algún momento. No nos conocíamos cuando lo grabó, pero lo grabó con mucha autoconciencia. Eso fue lo sorprendente.

–¿Cuánto de laosiano y cuánto de argentino tiene Vanit?

L. D’A.:–Vanit es una mezcla genial porque tiene todo el conocimiento laosiano y toda la picardía que uno ve en el argentino o que uno cree que es el estereotipo del argentino. Hace mil trabajos, a la vez está haciendo su casa y, al mismo tiempo, se junta con argentinos y con la comunidad. Y es referente en los dos lugares. En el barrio, en la comunidad y entre los hijos se mezcla la cumbia con el pop laosiano sonando casi en simultáneo. Esa comunidad, en particular, está totalmente amalgamada. 

–¿Río Mekong es el lugar que significa su liberación o parte de un trauma?

L. D’A.:–Es una mezcla de la nostalgia, del querer volver y, al mismo tiempo, es algo traumático que quedó allá y que ya está, no hay forma de recuperar. 

L. O.:–Para mí, el Río Mekong es como un rayo que lo atravesó y cambió su vida para siempre. Una curva de 90 grados, con todo lo bueno y lo malo que eso tiene. Traumático fue sin lugar a dudas: estuvo en un campo de refugiados en Tailandia, cambió su identidad, vino acá en chancletas, como dice él. Pero yo creo que, a la vez, Vanit le sacó el jugo a esa dificultad, sin que suene a cliché. Para mí, tiene algo de un acontecimiento único que cambia la vida de una persona para siempre.