No puedo afirmarlo con conocimiento cercano a la certeza, pero creo muy seguro que mi amor por el folklore nacional –me refiero al norte argentino y, en general, a la música andina– proviene de mis tiempos de residencia en el extranjero, con las dificultades y las facilidadades que esa residencia concede naturalmente (dificultad que comienza en que la vida común transcurre en otro idioma distinto al natural de origen y sencillez fundada en la lejanía del mundo político-social del país de residencia). De allí procede mi conocimiento personal de Jaime Torres y su charango, en la breve anécdota que contaré contando con la complicidad de PáginaI12, según espero, como el conocimiento de otros tantos músicos argentinos, que incluye, por ejemplo, a Eduardo Falú y a la “Negra” Sosa.

Hace ya tiempo, próximo al año 1977/8, vi anunciado en una de las “mensas” –comedor universitario subvencionado por la Universidad estatal de la localidad– de la Universidad de Bonn, donde yo almorzaba naturalmente, un concierto de Jaime Torres y su conjunto, compuesto básicamente por él –charango y arreglos–, un guitarrista cordobés y un cantor salteño, joven y enorme físicamente, junto a algún otro que no recuerdo, todos músicos folklóricos de primera línea. Con mi señora nos aprestamos a concurrir y compré inmediatamente las entradas, muy baratas por representar un programa cultural universitario. El concierto no sólo provocó un éxito de público, estudiantes en su gran mayoría, sino que duró hasta que nos desalojaron. Los “bises” fueron tantos –incontables– que al pobre Jaime, como me mostró posteriormente, ya le sangraba algún dedo. Quiso la ocasión que asistiera al concierto el encargado cultural en la embajada argentina, por esos tiempos en Bonn, amigo mío como compañero de los años de estudio en Munich, también Alemania, aun cuando por esos tiempos la embajada argentina no gozaba de prestigio y, por lo contrario, era núcleo de manifestaciones políticas en contra del gobierno del país, razón por la cual él me pidió no ser identificado como tal. Terminado el concierto en un horario poco habitual para los alemanes, el agregado cultural de marras invitó a comer a Jaime Torres y los miembros del conjunto, y nos agregó a mi señora y a mí, a un restaurant que nosotros no podíamos darnos el lujo de visitar sino por invitación. La velada trascurrió fantásticamente bien y terminamos de conocer, de cerca, a un símblo de nuestra música folklórica. Lo interesante fue que, con los años, volvimos a encontrarnos personalmente un par de veces, por oficio de dos conocidas mías a las que extraño, también músicas y muy amigas de Jaime. Él no había perdido en su memoria el recuerdo de aquella noche que, como dije, revivimos en un par de oportunidades. Yo guardo como un tesoro esos recuerdos.

Cuento esto por la pena que me causa su desaparición que, para colmo de males, coincidió con la de Osvado Bayer, también ligado a aquellos años de otra manera, también símbolo cultural y, por tanto, irrepetible. ¿Será que mi mundo se termina?

* Profesor Emérito UBA.