Cuenta la leyenda que una santa virgen cristiana de 18 años, llamada Catalina, fue martirizada y encarcelada en Alejandría por orden del emperador Maximino, quien tras el encierro la mandó decapitar, luego de lo cual su alma fue ascendida al Cielo, y que de su cuerpo incorrupto (cuyas heridas habían sanado durante su cautiverio los ángeles, que luego lo llevaron en gloria al Monte Sinaí) mana sin cesar un aceite balsámico restaurador. Cuenta la historia que una valiosa imagen suya de mediados del siglo XVII, obra del pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo, estuvo desaparecida 35 años exactos, del 2 de noviembre de 1983 hasta el 2 de noviembre de 2018.

El jueves fue día de fiesta en el Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estevez, que con gran despliegue de medios y seguridad y en presencia de la intendenta Mónica Fein y otras de las principales autoridades municipales, recibió de regreso en su casa a La asunción de Santa Catalina (1750). En 1983, la pintura había sido cortada de su marco (que quedó) y robada presuntamente por grupos de inteligencia y grupos de comando de la dictadura que se estaba acabando por esos días, junto con otras cuatro obras muy valiosas, de las cuales dos ya fueron recobradas. El reencuentro, como señaló el secretario de Cultura, Guillermo Ríos, no fue casual sino el resultado de una investigación llevada a cabo por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario, Interpol Argentina e Interpol Uruguay. 

"El 2 de noviembre nos avisaron que habían recuperado la obra. Estaba viajando en una camioneta desde Montevideo a Punta del Este, se la estaba transportando, en condiciones muy precarias, y ahí es cuando la intercepta Interpol. Entonces, el 6 de noviembre viajamos a Montevideo para hacer el reconocimiento de la obra", contó Clarisa Appendino, subsecretaria de Industrias Culturales y Creativas. "Después de eso, la obra pudo viajar de Montevideo a Buenos Aires, en donde nosotros fuimos a verla oficialmente y finalmente hoy llega a la ciudad, donde será restaurada", anticipó Appendino y agregó que, en el contexto de una seguridad reforzada para velar por el patrimonio en general, la obra de Murillo recuperada va a ir a un proceso de restauración tanto física como un estudio histórico y artístico, "porque hace 35 años las metodologías tanto de restauración como de investigación no estaban tan desarrolladas". En estos 35 años la pintura no estuvo cuidada. Tiene restauraciones muy burdas y está pegada sobre otra tela, según detalló la funcionaria.

Andres Macera
El Equilibrio y la composición magistral que exhibe la obra.

Pintura y marco se exhibieron por separado, en una coincidencia no intencional con la hagiografía de la santa, cuya cabeza coronada en visiones por los serafines fue separada de su virginal cuerpo por el malvado emperador. Debido a las lóbregas condiciones de conservación y a restauraciones torpes, el martirio sufrido por la pintura durante su cautiverio de 35 años no fue poco. Pero los ángeles del Instituto de Investigación, Conservación y Restauración de Arte Moderno y Contemporáneo (IICRAMC) calculan que podrán sanarlas en seis meses. "Al fin vuelve a su hogar", se alegró Analía García, directora del Museo Estevez, al contemplar la espléndida pintura al óleo de 89 cm de ancho por 1,15 metros de alto. Es una de las diversas imágenes de la santa que pintó Murillo, el maestro del barroco sevillano. Había sido adquirida legítima y legalmente por el matrimonio de Firma Mayor y Odilo Estevez en 1921 en Madrid, donde les fueron expedidos el boleto de compraventa y un documento de la aduana de la capital española autorizando el ingreso de la obra a la Argentina. Hace 50 años, tras la donación testamentaria de Firma Mayor de su casa y su colección a favor de la ciudad en memoria de su esposo, la obra pasó a integrar el patrimonio del Museo con el número de inventario 0002.

Mercedes Murúa trabaja en el Estevez y conoce su patrimonio bien a fondo. Contó de memoria y con los dedos de una mano las pinturas de grandes maestros españoles que fueron sustraídas de allí en 1983. "Se robaron: Retrato de Felipe II, atribuido a Alonso Sánchez Coello; Doña María Teresa Ruiz Apodaca de Sesna, de Francisco de Goya; El profeta Jonás saliendo de la ballena, de Diego de Ribera; Retrato de un joven, de El Greco, y la Santa Catalina de Murillo". Se recuperaron ésta y las dos primeras; faltan aún el Greco y el Ribera.

Justamente, Jonás saliendo de la ballena es un vívido recuerdo de la niñez de Nydia Estevez de Recalde, conocida por su apodo "Chicho" y sobrina directa de Odilo Estevez. "Mi padre era hermano de él", dijo y comenzó a revivir las visitas familiares a su tío, en una época en que los chicos no se juntaban con los grandes ni se atrevían a preguntarles nada. "Hay que pensar en el tamaño (un metro y medio por uno ochenta), en lo que significaba aquella imagen a aquella edad", explicó con afecto y nostalgia por la fabulosa escena, si no por su severa crianza. Y pidió que si la llegaban a encontrar le avisaran.

"Es más linda que la Apodaca", comenta Mercedes sobre Santa Catalina, quien sostiene en su mano izquierda la palma del martirio y en ese mismo antebrazo un manto rojo; "siempre tiene algo rojo", aclara. Le pregunta la cronista si el manto y la palma son atributos del santo o santa mártir porque pertenecen también a la Pasión de Cristo en Jerusalén. Mercedes contesta afirmativamente. Y señala la corona.

La mano derecha de la santa señala su propio corazón. En una composición magistral, un serafín aparece trayendo una corona de rosas, desde el ángulo superior derecho de la escena, o el izquierdo, para el espectador. La corona es símbolo místico de la Persona suprema de la Divinidad, y la rosa (para el movimiento Rosacruz, que alcanzó gran difusión en los ambientes intelectuales y artísticos del siglo XVII) es un emblema del alma, "crucificada" en la materia. Hay un juego de miradas muy barroco donde la santa, con el rostro vuelto hacia el punto fuera del cuadro desde donde viene la misteriosa luz que baña su dulce rostro casi infantil, eleva los ojos hacia esa luz divina pero no mira de frente al ángel. Este tiene algo de fantasmal y ella en cambio es muy sólida, firme y tierna a la vez. El perfecto equilibrio compositivo entre las dos masas y esa terceridad de pura luz que las envuelve (los serafines, teológicamente, están contenidos en Dios) evoca por analogía el motivo de la Anunciación de la Virgen. La escena remite al episodio hagiográfico de la visión que tuvo Santa Catalina en la cárcel. Al contemplarla es posible meditar, además de gozar de su belleza. A un espíritu filosófico del Barroco no le costaría comprender el mensaje de que estamos presos en la materia, ni su invitación a mirar siempre hacia la luz que viene de lo Alto.