Héctor Timerman murió perseguido, acosado, difamado, hostigado hasta las puertas de la muerte, en extrema vulnerabilidad, en un esfuerzo supremo para defenderse de una acusación infame. Su muerte se convierte en testimonio de una canallada política que manchará la historia de este país.

Ni hace falta discutir. Si se acusa a alguien de traición a la patria, sabiendo que la Constitución solamente aplica ese cargo en situación de guerra, es evidente que los acusadores sólo buscaron impacto público, escándalo, y ruido sin consecuencia legal. La muerte enfatiza el ensañamiento contra el acusado postrado por el cáncer terminal y la campaña mediática mentirosa que ocultó a sabiendas los argumentos indiscutibles de la defensa. La declaración de Ronald Noble, el jefe de la Interpol, desmintió la acusación desde un principio.

Había intereses internacionales en juego entre los que impulsaban el endurecimiento con el gobierno iraní y la administración Obama que buscaba un pacto con Teherán. La derecha norteamericana en la oposición se alió con la derecha israelí representada por Benjamín Netanyahu, en el gobierno. Los directivos de AMIA y DAIA, muchos de los cuales son ahora funcionarios del gobierno derechista de Mauricio Macri, introdujeron por la ventana esa disputa internacional en la Argentina que, por el contrario, tiene una larga tradición de convivencia pacífica entre todas las colectividades. Asumiendo la lógica de la política israelí desde la visión derechista de Netanyahu, ellos fueron los que más se ensañaron con Timerman.

Netanyahu es hoy uno de los pocos mandatarios que asistirá a la asunción del presidente de Brasil, el fascista Jair Bolsonaro. Los dos se han declarado “socios estratégicos”. La persecución y acoso de Héctor Timerman en Argentina no solamente fue una forma de “extranjerizar” al judío argentino al actuar en función de intereses ajenos al país, sino que además lo hizo con las banderas de la discriminación y el odio racial.