“Receta para obtener un niño melancólico” forma parte de una colección de textos extraños donde los niños son protagonistas. Tuve la anécdota en mi cabeza durante dé- cadas sin poder dar con su forma hasta 2017, año en el que también escribí varios de los cuentos de El amor es una catástrofe natural. Llevaba mucho tiempo empezando y abandonando novelas y leyendo colecciones de cuen- tos. En esas lecturas, me descubrí harta de cierto realis- mo (conformista, gris, sin incidentes). Quería volver a ma- ravillarme, sentir la verdadera potencia del relato de fic- ción, “aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos”, como quería Gustave Meyrink. Así que me concentré en leer solo cuentos de hadas, que era lo que más leía de chica. Volví a los clásicos, como Andersen y Perrault; des- cubrí versiones más antiguas y menos “políticamente co- rrectas”, como el Pentamerone de Giambattista Basile y la mayoría de los relatos originales de los Grimm hasta lle- gar a las reversiones de Margaret Atwood, Emma Donog- hue y Angela Carter. Me la pasé bien. En algún momento, esas lecturas se colaron en lo que estaba escribiendo y nació esta serie de relatos de crueldad sobre niños des- amparados, potentes, únicos. En alguna parte leí la hipó- tesis de que los cuentos de hadas son, en verdad, histo- rias realistas de la lucha por la supervivencia escritas en clave para que los niños estén preparados a resistir el mundo adulto. Quisiera pensar que lo contrario también es cierto, que los adultos los leemos para el niño roto que to- dos cargamos dentro: velamos así por su supervivencia (debo a una charla con mi amiga, Maira Purman, la clari- dad de este pensamiento). Así como Carson McCullers declaró que La balada del café triste fue su intento de es- cribir “un anti cuento de hadas”, “Receta para obtener un niño melancólico” fue el mío de escribir el “anticuento de navidad”. Mark Twain, Alejandra Pizarnik, Julio Cortázar, Oscar Wilde y Truman Capote seguramente están también en el origen de este relato.