Ayer, a las 10.26 hora de Pekín –23.26 del miércoles, hora argentina–, la Administración Nacional del Espacio de China (ANEC) comunicó que la sonda Chang’e 4 había conquistado el cráter von Kármán, la enorme depresión que conforma la cuenca Aitkenen el polo sur de la Luna. El acontecimiento constituyó un verdadero hito en la historia de la exploración humana del universo, porque es la primera vez que una tecnología consigue posarse en la cara oculta del satélite y recorrerá esta zona no observable desde la Tierra. La sonda había sido enviada el 8 de diciembre por un cohete desde el Centro de Lanzamiento de Satélites de Xichang, en la provincia suroccidental de Sichuan.

“Cuando la Luna gira alrededor de la Tierra siempre nos enseña la misma cara. Lo que ocurrió es inédito y como toda primera vez estamos muy expectantes. Si bien ya se contaba con fotografías de este hemisferio –tomadas por EE.UU. y la URSS durante la Guerra Fría– jamás una nave había conquistado esta región”, señala Diego Bagú, astrónomo y director del Planetario de la Universidad Nacional de La Plata. Como relata el especialista, la cara oculta de la Luna había sido fotografiada en 1959 por una nave soviética. A partir de aquel momento innumerables misiones estudiaron, mapearon y clasificaron este escenario, pero la deuda pendiente era comenzar con los estudios in situ. “China nos había dejado un antecedente inmediato en 2013, cuando su agencia descendió un vehículo (Chang’e 3) en la cara visible. Sin embargo, este nuevo suceso es fundamental: sencillamente, es la primera vez que un dispositivo construido por el ser humano se posa en una región tan poco explorada”, detalla, por su parte, Mariano Ribas, periodista científico y coordinador de divulgación científica del Planetario Galileo Galilei de la Ciudad de Buenos Aires.

Ahora bien, ¿qué es una sonda? ¿Con qué propósitos recorrer esta zona de la Luna? ¿Solo se trata de una disputa geopolítica entre EE.UU. y Rusia en la que se cuela China, o bien, existen enigmas cósmicos que requieren explicaciones más robustas por parte de la ciencia? Para comenzar –y de modo sintético– es posible afirmar que hay dos tipos de sondas: las que descienden y las que se caracterizan por orbitar alrededor de los satélites y planetas. Chang’e 4, sucesor de Chang’e 3, es un dispositivo del primer tipo y, por lo tanto, no se quedará fijo sino que se trasladará por el escenario lunar con propósitos múltiples y bien variados. Realizará observaciones astronómicas, describirá su composición mineral y sus profundidades, así como también buscará precisar las características del medioambiente. Asimismo está previsto aprovechar al máximo las virtudes de “Yutu-2” (que significa “liebre de jade” en mandarín), un vehículo explorador (Rover) que acompaña a la nave nodriza y ya tiene asignados varios experimentos, entre los que se destacan algunos llamativos como cultivar verduras y flores en recipientes herméticos diseñados para la ocasión por 28 universidades del país. 

“El Rover podrá detectar hielo en los primeros metros del subsuelo. Es algo que se viene explorando desde hace veinte años porque hay datos firmes que apuntarían a comprobar tal hipótesis y hallar agua congelada. Esto podría ser clave para los viajes tripulados de permanencias extendidas: el agua podría ser empleada por los astronautas como combustible ya que facilitaría muchísimo los traslados durante la estadía”, explica Ribas. “Son dispositivos tecnológicos muy sofisticados. Hay que tener en cuenta que se trata de sondas que deben trabajar en el vacío, por lo tanto no se puede perder de vista que tienen que ser aptos para desplegarse en condiciones muy singulares y distintas a las terrestres”, explicita Bagú. Además, todo el material recolectado y las imágenes tomadas serán remitidos a la Tierra a partir de Quequiao, un satélite también de bandera oriental. 

Durante décadas, en las aulas de los colegios secundarios y las universidades, la carrera espacial entre EE.UU. y la URSS sirvió como ejemplo para explicar la Guerra Fría y el mundo bipolar. Ambas naciones optaban por suspender el enfrentamiento armado pero el conflicto sucedía en todos los frentes de manera tácita. Así, se disputaban el trono para colocar a sus primeros hombres en el espacio, conquistar la Luna y subirse a lo más alto del podio científico-tecnológico. Como es bien conocido, la obsesión del ser humano por acariciar su satélite natural tiene varios capítulos; de manera que la conquista del presente se suma a las innumerables misiones no tripuladas todavía en actividad y a las seis tripuladas que tuvieron su célebre apertura en 1969 con el recordado Apolo XI, Neil Amstrong y compañía.

Como ocurre con todo fenómeno de repercusión internacional es necesario hacer culto de la precaución. En este marco, la hazaña china no debe sorprender sino funcionar como un despertador que comience a acostumbrar y a convencer a los seres humanos acerca de las virtudes de la potencia oriental. El programa espacial chino viene silbando bajo desde hace décadas y en poco tiempo –según se pretende, antes de 2026– enviará una misión tripulada a la luna. Incluso, tiene su propio lenguaje para denominar a sus capitanes del espacio: ni astronautas (como EEUU), ni cosmonautas (como Rusia) sino “taikonautas”.

“China cuenta con un programa lunar muy ambicioso. El objetivo es conseguir supremacía en el espacio; estamos viviendo una nueva carrera espacial, en la que también entran a jugar actores privados como Elon Musk y su famosa SpaceX”, dice Bagú. De la misma manera lo comprende Ribas: “Sin dudas, este acontecimiento constituye un eslabón más que podrá desencadenar en un descenso tripulado próximo. No debe interpretarse como una proeza aislada sino como un engranaje en una cadena de hechos muy bien planificados. En los próximos años tendremos más noticias de China como potencia espacial”, concluye.

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