Un dinosaurio que se pregunta por su existencia. Un nene que vive muchas de sus mejores aventuras bajo la protectora frazada de su cama. Un perro, una foca, un oso que afrontan las inclemencias de la vida urbana, pero encuentran en los premios cotidianos –¿un programa en la tele? ¿una buena taza de café humeante?– el consuelo para metas ya no tan cruciales. Las tiras a página completa que presenta Antolín en Planes para toda la vida (Maten al Mensajero, 2018), su primer libro de historieta, funcionan por acumulación. Al principio cuesta ver lo que las relaciona, lo que convoca una a la otra, más allá del trazo grueso y el dibujo plano que comparten. Pero en un momento la lectura cada vez más rápida hace su efecto y ese universo de ensoñación cotidiana que le conocemos, de tristeza tenue como bruma difuminándose un día de sol, vuelve a hacerse presente. 

“No hago distinción en cuanto al origen de lo que hago”, cuenta Antolo, formado artísticamente en La Plata, pero radicado en Capital desde hace un tiempo. “Como sale todo de un mismo cuaderno, el resultado final se relaciona entre un poema, una canción o una historieta. Y me gusta que pase eso. Es como volver sobre lo mismo y darle otro significado”, asegura el autor de “Asalto comando”, “Días del futuro”, “Vigilantes en la oscuridad” y demás gemas del cancionero Laptra (el mismo sello de 107 Faunos, Javi Punga y El Mató a un Policía Motorizado, entre otros) que se ganó su lugar labrando una obra personal sin estridencias. Una timidez lúcida que logra abrirse paso con estribillos románticos, poemas sueltos y –ahora también– historietas como pequeñas estrategias para sobrevivir.

“Crecí leyendo Peanuts e Inodoro Pereyra más que novelas gráficas”, dice sobre el por qué del formato de tira que el más habitual relato por episodios. “Me gustó que puedan leerse individualmente pero con un vínculo subterráneo entre ellas. Y en eso me ayudó mucho José Sainz”. Periodista cultural además de editor en Maten al Mensajero, la casa editorial que conduce Santiago Khan y viene enhebrando uno de los catálogos más apreciables del comic under argentino, Sainz trabajó junto con Antolín para encontrar un hilo conductor. “Por primera vez quise desvincular la cultura pop que venía trabajando, lo de la referencias a las películas o la tele, para jugar más con lo universal, lo neutral. Un personaje variable que pueda reflexionar sobre cosas trascendentes pero también valorar lo de todos los días. Y apareció en la voz en off que une a las tiras”.

La belleza de lo banal o lo pasajero.

–Sí, esas cosas. Tal vez el título viene de ahí. Una sensación que tuve en una etapa de mi vida: cómo aprovechar mi juventud estando en mi habitación gran parte del día. El sentimiento de que me estaba perdiendo algo, cuando en definitiva la aventura también podía estar en todo eso que estabas sintiendo y pensando. 

Antolín sabe de lo que habla porque hubo un periodo –posterior a la explosión de creatividad que vivió junto a sus amigos platenses de Laptra apenas llegó de Neuquén siendo un joven criado entre vientos, fósiles y desiertos; una época dorada que traza entre 2006 y 2010– en la que se vio pasando demasiado tiempo en el cuarto de su casa materna. Las cosas habían empezado a estancarse y de aquel fuego original sólo quedaban algunas brasas. “Al menos en mi caso, había como una post depresión producto de la necesidad de querer mantener eso tan intenso que habíamos logrado. Sentía que se había perdido algo de esa fuerza original”, recuerda.

Había que pasar a la siguiente etapa, dar el “salto profesional” –varios en el sello lo estaban dando con buenos resultados– y Antolo quiso lograrlo con El susurro de las estrellas (2013), su disco mejor grabado y con canciones más rotundas a la fecha. Pero algo no funcionaba. “Mantener una banda, organizar fechas, ‘hacer un carrera’. Me vi envuelto en todo eso y no me daba satisfacción”. Los recitales, entonces, empezaron a espaciarse al mismo tiempo que incrementarse sus posteos como dibujante o ilustrador. Primero con retratos preciosistas de poetas y escritores románticos, figuras del siglo XIX que subía diariamente a su página de Facebook. Y luego con tiras sueltas de un particular dinosaurio con más preguntas que certezas. 

“‘¿Pero por qué parás? ¿por qué no hacés nuevas canciones?’, me decían varios ante el cambio de rubro. Fue difícil porque implicó arrancar de cero. El cariño de la gente venía por del lado de la música; no de los comics. Pero era lo que necesitaba hacer”, se justifica Antolín que durante ese tiempo tomó cursos, se formó todavía más, y simplificó su manera de dibujar. “Empecé a encontrar una mayor sencillez, sin tantas referencias a la fotografía. Algo que me resultó más rápido de resolver y me dio mayor productividad”. A la par, las tiras del dinosaurio le fueron dando paso a otras. Y, cuando quiso ver, ya casi que tenía la base de su primer libro de historietas. “Fue como reinventarme, de alguna manera”.

La sensación en ese momento fue que la música había quedado atrás o suspendida hasta nuevo aviso. Pero llegó el verano y el destino tuvo otros planes. “Fue raro. Yo pensé que no iba a volver a hacer canciones”, dice sobre Paraíso cancelado, el sorpresivo disco, casi venido de la nada, que compuso y subió a las redes a la par de la salida del libro. Y que en un poco vino a mostrarle que la música no iba a abandonarlo así nomás. “El disparador fue una pintura de mi novia que terminó siendo la portada. Empecé a componer a partir de esa imagen, sin la presión de hacer algo que después fueran a escuchar los demás. Y de repente había recobrado esa diversión de ‘poder decir cualquier cosa’. Esa libertad”.

Grabado de manera austera, el disco es Antolín en estado primario; ése que puede sacar melodías con imágenes recitadas a lo Mountain Goats (queridos del indie yanqui en sintonía con su narración sensible) o generar sonrisas de aprobación en temas como “El tenista”, armado con todas frases de Gastón Gaudio. “Para mí es como un Richie Tenenbaum de acá”, dice sobre el ex campeón de Roland Garros. “Tuve la suerte de que escuchó el tema a través de Fabián Casas y me mandó un audio agradeciéndome. Dice que me quiere conocer. Por suerte no se enojó”, se alivia quien a su modo, sin romper raquetas o lamentarse sobre una cancha, también vive la ciclotimia de los días, esa marea que viene y va. Y a veces deja una historieta, un dibujo, un poema. Y otras una canción.