• En una de las tantas jornadas de las lunas de Cosquín, narraba Baglietto que en el medio de un tema contemplaron con horror como muchísima gente se empezaba a levantar buscando afanosamente la salida. Aquello los entristeció: no creían haber protagonizado un despropósito o algo feo de sostener. Lito Vitale estaba destruido. Luego, en camarines les aclararon que aquella multitud se había levantado de golpe no por estar disconformes con la música sino que por ser todos de Pami y estar vacacionando, sencillamente se les estaba escapando el micro de vuelta.

     
  • Era un viernes nocturno del 2 de octubre de 1970 cuando Central venció a Independiente 5 a 3 con aquellos 4 goles preciosos de Roberto Artemio "Chango" Gramajo. Aún no era el héroe en que se habría de convertir esa misma noche.

    -- ¡Dejá de tocar la guitarrita que empieza el partido! -bramaba mi viejo. Fue una belleza y mi Melódica de olor a bosque aquella jornada le dejó paso al césped en blanco y negro. Siempre tuve la duda entre la música o la pelota. Ganaron las cuerdas. Aún ignoro si el fútbol se perdió un goleador o la música ganó un compositor. Todavía siento que estoy en la inferiores y haciendo pretemporada hace como treinta años.

     
  • El delay, un efecto muy usado en los años '80 que multiplica y retrasa una señal sonora y aún en boga, fue realmente un invento del Nutria, un pescador de la isla a quien venerábamos por su inventiva y sus mañas para vivir con casi nada. Una noche se acercó al fuego y nos mostró un tronco ahuecado que, colocado junto a una de las comisuras de sus labios y empuñando una armónica, hacía que el sonido "planeara" en el aire y se replicara imperceptiblemente entre los árboles y la superficie oscura del río. Cuando de grande -y ya formándonos como músicos- escuchamos el efecto en la guitarra de los Doobie Brothers, creo, todos saltamos y nos acordamos del Nutria, el auténtico precursor del delay isleño.

     
  • La historia es triste pero contundente en emotividad. Cartas de amor que se queman es una canción con letra de Castilla y musicalizada por el Cuchi Leguizamón. Cuenta que el fuego convierte en ceniza cartas amorosas. "El que las quema no sabe que quema su corazón". Lo sustancial y melancólico del tema es que el hecho existió y su autor fue el protagonista: su esposa un día, harta de que su marido guardara aún entre sus cosas, esas epístolas gloriosas de romances anteriores, le sugirió que las incendie en su presencia. No sé si por miedo, amor o respeto, el poeta lo hizo y protagonizó así la simiente para un bello tema. Mi amigo de la Trova, sabedor de esa historia real, aún guarda bajo el alero de su casa materna envueltas en un nylon y a salvo de la humedad, fotos y poemas de sus ex novias.

    -- No sea cosa que me ocurra como al amigo una desgracia -y lo dice bajito, semblanteando a su esposa en la cocina, temeroso de que lo oiga.

     
  • Algunas anécdotas resultan invencibles: duran y son relatadas y refundadas en cualquier encuentro. En la casa mortuoria donde ensayábamos o escuchábamos música los cuatro estudiantes secundarios que éramos convivíamos en una bohemia donde poco se estudiaba, mucho se anhelaba y a veces mucho se debía hacer silencio, cuando abajo, en la entrada del negocio algún deudo se acercaba para los trámites. El resto de la noche la pasábamos guitarreando, eligiendo el nombre del grupo,componiendo entre ataúdes y coronas. Uno de nosotros, un devorador compulsivo, se comía las reservas que dejábamos en la heladera gigante que había debajo, junto a los sarcófagos. Una noche el petizo Giardineri tuvo una idea: se escondería dentro del sitio de los comestibles. Cuando el susodicho comilón abrió la portezuela para entrarle a los sanguches, el de adentro le gritó. Se desvaneció y con mucho susto lo mojamos con agua fría. Dejó el grupo para siempre el mejor de nosotros, enojado por el horror vivido. Aún lo suelo encontrar, gordo como un cerdo, al mando de un restaurante famoso. Sigue sin invitarme a comer.

     
  • Inauguraban una heladería por Junín al fondo, donde la calle se curva hacia el noreste. Justo en esa ochava era el acontecimiento que significaba un emprendimiento joven de crema helada artesanal. Todos tocaban en un grupo, y algunos de sus integrantes con el tiempo pasarían a ingresar la Trova. Iban cargados con bafles e instrumentos para dar un petit recital conmemorativo en el sitio. El chofer, un jovencísimo guitarrista, lo que tenía de talentoso con el instrumento lo tenía de indolente en el mantenimiento de su autito. Especialmente las pastillas de frenos. Entraron al local con auto y todo, llevándose puesta la vidriera entera. Luego del pánico inicial y de comprobar que no había heridos se decidió armar igual el módico sonido y tocar a modo de empañar el incidente. Humo sobre el agua quedó bautizada como Helado sobre vidrio.

     
  • Uno era un pájaro implume y nada conocía de los amores, argucias y seducciones varias. Una chica se asoma por la sala de ensayo y afirma conocerme. Me invita a pasear en un coche blanco de su papá diplomático. Dejé la rutina del grupo y me fugué con ella hacia su casa. Un edificio por calle Oroño.

    -- Estamos solos -dijo y se quitó la solera- Hacé lo mismo -me invitó.

    Fuimos a un gran living con aire acondicionado, un lujo exótico para mí. Y me condujo al sillón amplio, blanco desde donde se miraba al mundo desde muy arriba

    -- Pero antes... -ronroneó y apareció con una bandeja de torta de chocolate bajo sus tetas.

    Un vaso de Coca Cola y su convite que sonaba a arpas del Paraíso. Luego, el mareo, la paranoia, la taquicardia y las risas de ella que me llegaban en sordina hasta la camita de servicio donde creo, me depositó por piedad. Luego de unas horas, la fiesta estaba en su auge, según comprobé en mi debilidad. Mi cabeza era un tambor. Junté mis ropas y desaparecí en la multitud como pude. Al tiempo me enteré que la dama para divertirse con un pibe inexperto había depositado en la receta de su torta poderosísimas semillas de marihuana, que eran las primeras que mi cuerpo recibía.

     
  • Unos conocidos pretendían que tocara para ellos. En realidad, yo no era bueno, pero le ponía garra. Querían eso: un bocón que escribiera letras contestatarias. Me adelantaron un fajo de billetes. Fuimos a la salida de Alvear, a una casa semi abandonada. Me sentaron en la galería.

    -- Esto es un grupo musical, pero en realidad es un grupo revolucionario armado -dijo uno.

    -- Queremos llegar a derrotar al sistema a través del arte.

    -- Porque primero está la guerra contra el capitalismo; después, la música -afirmó un tercero que ya mostraba una incipiente barbita copiada a Fidel y parecía el líder del grupo. Evalué mi plan de escape, mi necesidad, el toco de plata en mi pantalón, la locura extrema de los tipos. Por la tarde, en un descuido, me rajé dejando la rebelión y la emancipación de los pueblos libres para otro momento.

     
  • Mi mamá murió como un animalito que se fuera extinguiendo de a poco entre las sábanas. Su último suspiro lo oí mientras le sostenía la mano. Luego, la pasión mortuoria y el final. A los dos días tenía una actuación que decidí no suspender. Había un tema al que no le había podido encontrar el final. Le agregué algo sobre ella, que al fin había partido intuyendo que en algún recodo del tiempo nos cruzaríamos en el universo. "Y allá nos encontraremos", termina el tema que, como ella, se iba diluyendo hasta cerrarse suavemente, en un fade out, como se pliegan los ojos en las despedidas.

 

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