Aunque todavía faltan muchos meses para enfrentarse efectivamente a las urnas, está claro que el 2017 amaneció políticamente marcado por el enfrentamiento electoral que casi al final del año puede determinar en forma contundente el destino del país y la calidad de vida de sus ciudadanos no solo coyunturalmente, sino por un tiempo prolongado. Un nuevo triunfo de la alianza Cambiemos en las elecciones legislativas garantizando control parlamentario le permitiría refrendar la exigua victoria electoral lograda en segunda vuelta en las presidenciales y puede ser una cuota de oxígeno vital para el gobierno de Mauricio Macri cada día más acorralado por sus propios errores y empecinado en ratificar el rumbo de ajuste neoliberal y la transferencia de ingresos hacia los sectores más ricos. Por el contrario un retroceso del PRO y sus aliados en la contienda electoral probablemente permita un reacomodo de las fuerzas opositoras, aún a pesar del descalabro, de la fragmentación y de las deserciones que generó la derrota de octubre de 2015. Hasta podría pensarse que ciertos dirigentes políticos y sindicales hoy “dialoguistas” y por eso solo hecho más cercanos a pactar a cualquier precio con el Gobierno comiencen a pensar en su futuro político y con ello decidan prestar atención a los reclamos ciudadanos que denuncian la permanente pérdida de derechos ya adquiridos y caída de calidad de vida de la población.

En el Gobierno la orden de mando es que hay que hacer todo para “fidelizar” –un término amigable al lenguaje de los gerentes ahora convertidos en gobernantes– al electorado. Lo anterior se traduce en promover aquellas iniciativas que caen bien a los ojos y oídos de sus votantes siguiendo las tendencias de las encuestas y los grupos focales, luego reforzadas por la propia operación a través de redes sociales y el sostén del blindaje mediático, un combo de estrategias en el cual el macrismo confía a pie juntillas. Y, a decir verdad, razones tiene. Hasta el momento los resultados le dan la razón.

En primer lugar porque ni las mentiras reiteradas, ni los atropellos a la calidad de vida, han impactado de manera significativa en gran parte de la ciudadanía que sigue alimentando la esperanza de un “cambio” en su beneficio. Aunque para muchos –incluso para quien escribe– resulte difícil de explicar que el relato de la “pesada herencia” siga teniendo vigencia después de más de un año de gestión o que a nivel ciudadano (... y no solo en los medios, aunque estos se encarguen de alimentarlo) se continúe hablando de la “corrupción k” ignorando que existe una “corrupción m”, solo para dar un ejemplo. O que Milagros Sala siga detenida bajo el insostenible argumento presidencial de que una “mayoría” de la población considera que debe estar presa, mientras se vulneran todas las normas del derecho. Simultáneamente, Macri y los suyos sostienen cínicamente el discurso del republicanismo, a la par que se da rienda suelta al espionaje político, se distorsiona sistemáticamente la información y las estadísticas oficiales, y se usa al poder judicial para perseguir adversarios y proteger a los propios. En otro ejercicio de cinismo el macrismo se llena la boca con “la verdad” mientras junto a sus aliados políticos y mediáticos instala la mentira como método político. En nombre del diálogo, de la democracia y de la institucionalidad Macri veta y usa de manera abusiva los decretos de necesidad y urgencia.

El gobierno de la alianza Cambiemos no duda en impulsar recortes en los derechos de los trabajadores mientras se pierden puestos de trabajo, se cierran posibilidades para las pymes en tanto se agiganta el negocio financiero de los bancos, se promueven restricciones para los migrantes y se impulsa la baja de edad de imputabilidad de niños y jóvenes. Todo ello con el falaz argumento de que hay que reducir el costo laboral para generar inversiones y que hay que perseguir a los migrantes y los jóvenes porque son los causantes de la inseguridad.

Lo cierto es muchas de estas medidas además de contar con “buena prensa” suenan como “música para los oídos” de gran parte de los votantes del macrismo que terminan dando por cierto y sin constatación alguna, una retahíla de falsos argumentos, algunos de ellos xenófobos y discriminatorios. Es posible que ni las denuncias, ni las propuestas prosperen. Pero se habrá copado la agenda y desviado la atención sobre otros temas que sí son esenciales. Casi nada hace mella.

A pesar de lo ya experimentado gran parte de la oposición sigue argumentando que “hay que darle tiempo” y “garantizar la gobernabilidad” porque “si al gobierno le va bien, le irá bien al país”. Todas premisas incomprobables. La mayoría de los dirigentes sindicales dicen estar de acuerdo con el fondo de las medidas, aunque discrepen con las formas. Unos y otros hacen poco o nada por disimular el oportunismo de sus decisiones.

Todo lo anterior resulta posible porque existe un sector importante de la ciudadanía que no toma debida conciencia de lo que está ocurriendo y sus graves consecuencias, o se aferra al espejismo de las promesas (aún ante la evidencia de que muchas de ellas ya no se cumplieron) o bien no se resigna a aceptar el error político cometido al emitir el sufragio. No hay que desestimar que la falta de información o la tergiversación de la misma coadyuvan a esta situación. Tampoco sobra formación política. Desde el Gobierno se insiste en “menos espíritu crítico y más alegría”.

Frente al panorama anterior la oposición –en su más amplio espectro– parece seguir envuelta en sus propias contradicciones, incapaz de elaborar alternativas políticas que no solo tienen que atender oportunamente los desafíos de la coyuntura, sino construir estrategias para consolidar una fuerza que se oponga al modelo de destrucción que se sigue impulsando desde el oficialismo. Posiblemente, si tales alternativas políticas existen, éstas tendrán que surgir muy desde las bases sociales e incorporar a nuevos actores y protagonistas del campo popular dispuestos a rescatar y defender derechos adquiridos, que no son de nadie en particular sino de la ciudadanía. Y seguramente también ésa sea la única manera de sumar votos.