Presentada en el Festival de Cine de Mar del Plata, con exhibición en El Cairo Cine Público (hoy y mañana a las 20.30), La boya es una de las (dos) películas más recientes de Fernando Spiner. La otra, de ciencia ficción y recién filmada, es El último inmortal. "Increíblemente, me pasa por primera vez en la vida. Acabo de filmar una película y estoy estrenando otra", le cuenta el director a Rosario/12.

De la ficción y sus géneros -habituales al cine de Spiner (La sonámbula; Aballay, el hombre sin miedo)- a la introspección sentida que propone La boya, hay un vínculo que ya estaba inscripto. "La productora que yo creé para hacer Aballay (2010) se llamó Boya Films, y ya van a ser diez años de esa película. O sea, ya tenía esta idea dando vueltas. Hace tres o cuatro años la encaramos con la convicción de hacer la película", responde Spiner.

La boya del título es el signo, el McGuffin que encierra una historia familiar con sede en Villa Gesell, de donde es oriundo Spiner. A través de ella y con ella, hay una historia familiar que descifrar, con el mar como lugar al cual (poéticamente) preguntar. Hacia allí nadan, una y otra vez, Spiner y su amigo, el poeta Aníbal Zaldívar. "Lo que también me motivó fue participar de las charlas que Aníbal da sobre la poesía y el mar. Una puerta de acceso para la gente que no tiene una vinculación intelectual con la poesía. Ahí descubrí algo hermoso, una manera muy llana de que la gente pueda vibrar y trascender de algún modo a través de la expresión artística. Esto se conjugó con la experiencia de nadar. Ahí nos dimos cuenta de que tenía que ser una película sobre nuestra amistad, sobre la poesía".

Para mí la película ya es algo más que una película, ya me constituye de otro modo y me permite proyectarme.

--Zaldívar dice que, antes que lo libresco, a la poesía hay que vivirla. No hay mejor manera de entenderlo que en los poemas corales que registrás.

--La intención que tuvimos todo el tiempo fue la de transmitir que no hace falta ser un erudito para vibrar con la expresión artística, que cualquier persona puede hacerlo, sólo hay que lanzarse. El valor está en la expresión, en poder hacerlo, y ése es el camino de trascendencia. Como pasó con mi padre, que se abrazó a la poesía siendo un tipo ya grande, y gracias a eso se reencontró conmigo.

--¿La poesía de tu padre estaba prevista de antemano?

--No, yo la desconocía. Gracias a la película me vinculo con su poesía, que él empieza a escribir cuando yo me voy de mi pueblo a vivir a Italia, a estudiar cine. A través de esa poesía logro volver a encontrarme con él. Es un reencuentro que me confirma esta idea de que a través de la expresión artística, él logró trascender y vincularse conmigo quince años después de haber muerto.

--De hecho, das a entender que tu padre descubre la poesía a raíz de tu viaje.

--Eso es algo que también descubro con la película. Nunca había pensado que mi ejemplo lo había catalizado a ir tras su propio deseo. Durante los '80, tomarse un avión para estudiar cine en Europa, sin mucho dinero, era algo que tenía más audacia, era una aventura. Eso a él lo motivó, y me entero de eso haciendo la película. Lo cual es algo hermoso, porque descubrí a un padre capaz de abrir el corazón a que sus hijos le enseñen cosas. Para mí la película ya es algo más que una película, ya me constituye de otro modo y me permite proyectarme hacia el futuro de una manera diferente.

--Hay una carta suya que abrís por primera vez, ¿fue así?

--Fue realmente así, había muchas cartas de mi padre. Era una persona muy amorosa, con la que nos escribíamos mucho a principios de los '80, cuando fui a estudiar a Cinecittà. Como ellos no tenían teléfono, la manera desde la cual nos comunicábamos era a través de cartas, y como yo me mudaba cada tres o cuatro meses, las cartas a veces llegaban a direcciones viejas y volvían, él las guardó. Yo sabía de la existencia de muchas cartas suyas que estaban cerradas, me las fui reservando, y finalmente todo esto se conjugó en algo muy personal, sanador: mi padre, mi abuelo, mi pueblo, mi amigo. Estoy muy feliz de haber podido hacer esta película y de haberlo logrado, de que la película cobrara la dimensión simbólica que yo pretendía, en donde cada uno pudiera proyectar sus propias cuestiones y emocionarse por sí.

--Y está el mar, como atracción inevitable. Me gusta la descripción que hace Ricardo Roux, sobre acostumbrar los ojos a la playa para lograr la abstracción.

--Fui descubriendo la potencia simbólica que tenía esa boya metida en el mar, junto a la pasión por entrar a ese territorio desconocido, atravesado por el peligro y por cierta ética también; además de la experiencia misma, que es física, espiritual. El mar es de donde venimos, es la potencia simbólica, metafórica y poética, más poderosa que existe. Por eso sumar también a los guardavidas, que si bien son gente que uno podría imaginar en las antípodas de la poesía, están ahí todo el día, en ese vínculo. ¡Y con cuánto amor y cuánta entrega leen la poesía y vibran con eso! (cuando leen El nadador, de Viel Temperley).

--¿Qué te aportó la tarea de Pablo De Santis en el guión?

--Con Pablo ya había tenido una experiencia en la mitad de los '90, cuando escribimos el guión de la serie Bajamar, junto también a Fabián Bielinsky. Con Aníbal íbamos trabajando la vivencia sobre hechos reales, con la predisposición puesta en una película con un fuerte componente experimental. Pablo le aportó mucha estructura. Yo soy un narrador y me gusta mucho contar historias, me gusta mucho la trama, que una película -del género que sea- tenga un punto de giro, tenga un enigma que se devele. Pablo aportó mucho a la organización de las cuatro estaciones, insistió en que nos apoyemos en la idea del doble -en esa vida que podría haber sido la mía y no fue, el que se quedó fue Aníbal-. Es una persona muy sabia, apoyó cosas que ya estaban ahí y nos indicó cuáles caminos había que seguir.