“No has visto nada en Hiroshima. ¡Nada!”, decía él. Y ella, con una voz transida de dolor pero plena de certezas, le respondía: “He visto todo. ¡Todo!”. El de Hiroshima mon amour (1959) es uno de los comienzos más famosos de la historia del cine. Y la voz de esa mujer –porque en ese célebre inicio de ella sólo se escucha su voz, inolvidable– era la de Emmanuelle Riva, una actriz que desde entonces quedó asociada para siempre con ese film seminal, una de las piedras basales del cine moderno. Ya entonces, un joven crítico de La Nación, Tomás Eloy Martínez, escribía: “Hiroshima… tiene un creador, Alain Resnais, o dos, con Marguerite Duras, o tres, con Emmanuelle Riva”. Ella –el personaje, que no tenía nombre– venía de un pasado oscuro, traumático, y con su pasión amorosa luchaba a brazo partido contra el olvido. Pero nadie que haya visto Hiroshima mon amour podrá olvidar a Emmanuelle Riva, fallecida ayer en París, a los 89 años.

Se dice que Resnais quedó prendado de su imagen cuando la vio en un cartel publicitario de una obra teatral parisina. Porque Riva, entonces de 32 años, salvo por una pequeñísima participación secundaria, no tenía experiencia en cine, pero sí en teatro, donde se había formado. Después de Hiroshima…, el cine no tardó en querer hacerla suya. El italiano Gillo Pontecorvo la convocó para su controvertido film Kapò (1961), sobre los campos de extermino nazis, mientras que en Un cura (1962), de Jean-Pierre Melville, fue una agnóstica enamorada del improbable hombre de iglesia Jean-Paul Belmondo. Un punto alto de aquel momento fue Thérèse Desqueyroux (1962), de Georges Franju, que le valió el premio a la mejor actriz en la Mostra de Venecia, y con quien volvería a trabajar en Tomás el impostor (1965). Pero para entonces, Riva –hija de una modesta familia obrera de origen italiano– ya había decidido postergar su carrera cinematográfica para darle prioridad a su primer amor, el teatro, donde trabajó con algunos de los mejores directores, como Roger Planchon y el argentino Jorge Lavelli, con quien hizo La Journée d’une rêveuse, de otro argentino anclado en París, el recordado Copi.

En cine ocasionalmente reapareció convocada por grandes autores, como en Gli occhi, la bocca (1982), de Marco Bellochio, Liberté, la nuit (1983), de Philippe Garrel, y Tres colores: azul (1993), del polaco Krzysztof Kieœlowski, donde interpretaba a la madre de Juliette Binoche. Pero su reaparición triunfal fue junto a Jean-Louis Trintignant en Amour (2012), del austríaco Michael Haneke, premiada con la Palma de Oro del Festival de Cannes, y por la que Riva fue nominada al Oscar de Hollywood a la mejor actriz.