Me despierto a 14.000 kilómetros de distancia de mi país. Abro la cortina y la claridad bate en mi cara. Un día más. La nieve acumulada de anoche cae del borde de la ventana y explota -pólvora blanca- en el suelo.

Plash.

Agarro el celular y leo el primer mensaje sin leer de anoche, es una fotografía que me envía una amiga, con el título: "Ya van ocho en lo que va de enero".

Ocho. Abro la foto. Leo Martillazos. Leo Asfixia. Estrangulada. Descampado. Sola.

Adentro mío algo se quiebra. Se cae de los bordes de mi cuerpo y explota en mi corazón.

Plash.

A 14.000 kilómetros de distancia. Hago el desayuno, rompo nueces con dos golpes secos, como cada mañana, para agregárselas al yogurt y pienso: ¿Con qué martillo la habrá golpeado? Hasta dejarla en nada. Trato de hacer memoria de las pocas veces que me he martillado un dedo. Cuánto me dolió. Me figuro lo que debe ser un martillazo en la cara. Acaricio la tersidad de mis pómulos como si con una caricia se pudiera curar el dolor de un golpe... a veces lo hace.

También me pregunto: ¿Alguna vez venceremos este miedo? De que alguien venga y te destruya, porque quiso. Porque pudo.

La vida es un tapiz de buenas y malas elecciones, tejido por nosotros mismos. Suena autodestructivo.

A veces solamente nos toca. Y a veces simplemente elegimos mal. Y ya no podemos tirar del hilo hasta arrancarlo porque está tan incrustado en las lanas de nuestra historia, que sacar a un hombre que te pega de tu vida es destrozar el telar entero y perder para siempre el tapiz.

Es difícil decir me quedo sin nada. Empiezo de nuevo. No tiene arreglo. Lo voy a tumbar, porque sino, no se va a caer más. Voy a prender fuego los hilos podridos de mi telar.

Es difícil. Muy difícil... porque por ahí los hilos podridos vuelven a tu vida y son los que te ahorcan en un descampado una madrugada a las tres. Y ahí sí que no volvés a tejerte una vida linda nunca más. No vas a caminar por la calle, a sentir el viento en la cara, a tomar un trago de vino que te abra en dos la garganta. No vas a besar al hijo que no tuviste, ni al que sí. No vas a hacer nada más que indignar, que encorajar a otras como vos. Que hacer doler a una chica como yo, que está a miles y miles de kilómetros y que podría mirar tu tragedia desde la distancia de otro continente, en el que seguramente también pasen atrocidades. Pero no, en cambio leo Martillazos y ahí estoy yo también debajo del acero que te machaca, acariciándote la herida. Leo Estrangulada y ahí estoy, llenando con aire de revolución tus pulmones ya secos. Leo Desaparecida y ahí estoy, pidiendo al universo que aparezcas viva.

Leo mujer: y ahí estoy.

julianaamandolesi@gmail.com