La inmensidad inabarcable del paisaje patagónico, la perspectiva distintiva que desde el cielo asume ese mundo natural tan bello como inalcanzable, la corrida desesperada de un padre con su pequeña hija en brazos por la orilla de un lago azulado. Así comenzó Campanas en la noche, la ficción que Telefe estrenó esta semana (lunes a jueves a las 22.30). Esa misteriosa huida, ese improvisado escape hacia algún lugar, fue el prometedor comienzo de la ficción protagonizada por Calu Rivero, Esteban Lamothe y Federico Amador. Claro que la impecable puesta en escena que mostró Campanas... en sus primeros episodios pareció paulatinamente desvanecerse a medida que la trama tropezaba una y otra vez con lugares comunes y situaciones subrayadas más de lo necesario. Thriller en las formas, culebrón grueso en el contenido, Campanas... parece estar atascada entre la conciencia de saber que el estándar de calidad es cada vez más alto y la decisión de darle al público masivo de la TV abierta el producto más digerible posible.

La trama escrita por Lily Ann Martin y Jessica Valls comienza con esa corrida hacia algún lugar de Luis (Amador), junto a su hija, escapando de una escena dantesca de la que poco se sabe: la de su mujer apuñalada en su casa. En medio de ese escape, Luis se topa con Luciana (Rivero), una adolescente aficionada a la fotografía, que percibe que algo extraño sucede y que más tarde será la que encuentre el cuerpo. Ese crimen, archivado rápidamente por la policía del pueblo, volverá sobre los protagonistas catorce años después, en el presente de la trama, cuando tras una serie de forzadas casualidades sus vidas se cruzan en la gran ciudad. Entre el pasado que Luis desea enterrar y la inquietud de Luciana por saber qué fue lo que ocurrió, se cuela una irresistible atracción entre ambos. Pero no todo será sencillo para los amantes: Luciana está casada con Vito (Lamothe), un esposo soberbio y que la maltrata cotidianamente, al punto de llamarla “tontita” y “animalito”, revisarle el contenido de su teléfono móvil y desear embarazarla para someterla un poco más a sus deseos, apurándola porque su “reloj biológico” se termina. Un marido que, incluso, es capaz de involucrarla en extraños negocios de los que ella nada sabe, pero en los que también parece estar metida su madre (Patricia Viggiano). Madre y marido esconden un vínculo mucho más cercano y siniestro del que la ingenua Luciana cree.

El reencuentro de todos los involucrados en aquel crimen no sólo impulsará la causa “cajoneada”, sino que también sacará a la luz el rol que cada uno tuvo en ese asesinato impune. La llegada a la Patagonia de la hermana de la víctima, oriunda de su Brasil natal, también es clave para que la causa no prescriba, de la mano de un policía que la acompañará en el proceso. Mientras, en Buenos Aires, Luciana intenta dar señales de querer romper con la relación enfermiza que tiene con Vito, un manipulador de manual, entablando paralelamente un vínculo con Luis que trasciende la búsqueda de la verdad. Luciana y Luis intentan apoyarse uno con el otro en busca de escapar de un pasado que los atormenta y del que son víctimas. “Creo que me vas a complicar la vida”, le dice Luciana a Luis, en el primer y acelerado encuentro a solas que tienen.

Como en todo thriller, la trama y las acciones de los personajes avanzan a partir de un gran interrogante del que paulatina y pacientemente debería empezar a resolverse. Las pistas, los indicios, las sugerencias y las vueltas de tuerca son claves en el género, con el fin de brindarle al público la información para volverlo cómplice, pero sin darle más que la justa y necesaria. Debe haber un interrogante por descubrir. En este punto es donde Campanas... parece tropezar, con un guión que en sus dos primeros episodios peca de subrayar por demás lo que debe ser apenas sugerido, mostrando más de lo que el género requiere. Una historia de suspenso sin cabos sueltos, ansiosa, corre el riesgo de transformarse en la crónica de final anunciado.

Ese mismo problema transitan los vínculos de los personajes, con complicidades aceleradas, incluso para la lógica de la TV abierta. En Campanas... todo parece demasiado explicitado para los tiempos que corren, más digerible que pollo hervido. Si a los tropiezos del guión se le suma un elenco que no se destaca por su practicidad escénica, interpretando personajes sin dobleces ni matices, Campanas... puede terminar padeciendo el síndrome de no terminar de romper a las viejas y oxidadas cadenas que aún aprisionan a la TV de aire.