El 15 de enero falleció el profesor Claudio Spiguel, un eminente historiador de la economía, la política y las relaciones internacionales del país, que se destacó desde muy joven en la enseñanza y la investigación en la Universidad de Buenos Aires, colaborando  estrechamente en el Instituto de Historia creado desde el retorno de la democracia en la Facultad de Ciencias Económicas, y haciendo una brillante carrera como docente en varias cátedras en el grado y el posgrado de la misma Facultad, en Ciencias Sociales, en Filosofía y Letras y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación.

Cuando lo conocí, en el momento que comenzaba a formar una cátedra de Historia Económica y Social, junto al recordado profesor Horacio Pereyra, tratando de retomar el hilo académico perdido y terminar con la arbitrariedad antidemocrática existente durante el período de la dictadura, que había excluido a valiosos docentes, especialmente en esa materia, Claudio era de los más jóvenes que pudimos reclutar y recién había obtenido su título universitario. Sin embargo, lo aceptamos como auxiliar docente en uno de los numerosos cursos creados por la marea de estudiantes que empezaron sus estudios con el retorno de la democracia. Yo particularmente quedé impresionado no sólo porque reveló enseguida su amplio bagaje de conocimientos sino por su orgullo de ser argentino, con padres de distintas religiones, provincias y orígenes no sólo europeos sino también criollos. Él me decía que en la mezcla de sus antepasados podía expresarse la historia del país. Pero lo que más me impresionó fue su calidez humana, su simpatía y su compromiso social. Siempre estaba de buen humor y siempre tenía algo para decirnos o enseñarnos en cualquier tema que estuviéramos conversando o discutiendo en el marco de la cátedra o el Instituto, desde el arte a la filosofía. Sabía de todo y tenía con sus alumnos una comunicación especial.

No sólo era un erudito, sino que siempre se expresaba apasionadamente y con una generosidad que lo hacia inmediatamente muy querido por todos los que lo conocían estuvieran o no de acuerdo, incluso yo personalmente, con todas sus opiniones e ideas.  Tenía un don especial para la enseñanza que lo distinguía. Sus clases eran magistrales, y en ellas lucían sus aptitudes didácticas y pedagógicas. Pero también sobresalía en los trabajos de investigación que realizamos en la Facultad, cuando pudimos poner en marcha este rasgo esencial de la vida universitaria que había casi desaparecido desde la noche de los bastones largos. 

Con él colaboré estrechamente en diversas investigaciones sobre la historia económica argentina y en particular sobre su política internacional. Basados en una amplia bibliografía, pero sobre todo en una inmensa fuente documental de archivos externos e internos, en este caso, especialmente en Estados Unidos, obtuvimos documentos secretos invalorables que nos permitieron escribir conjuntamente artículos y libros publicados localmente y traducidos luego en Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Sería muy largo mencionarlos todos, pero en su mayoría tuvieron que ver con las relaciones argentino-norteamericanas en el primer peronismo, con la historia de la política exterior argentina desde la organización nacional, y con problemas metodológicos e historiográficos, presentados en congresos y jornadas nacionales e internacionales, que tuvieron amplia repercusión. A eso él agregó, sólo o en colaboración con otros colegas, trabajos sobre las relaciones de Argentina con países europeos y latinoamericanos, y otras temáticas sociales también invalorables y originales. Hace tiempo que no nos veíamos, pero sabía que estaba muy enfermo.

Su recuerdo como intelectual y como persona quedará grabado en todos los que trabajaron con él y recibieron sus enseñanzas y apoyo, así como por sus libros y escritos sobre diversos aspectos claves de la historia argentina.

* Profesor emérito de la UBA.