El juego transforma la cárcel de lo real. El escritor Luis Duarte juega cuando escribe. Como si no tuviera límites, como si cualquier frontera pudiera desplazarse más allá en el horizonte. En ese escribir jugando o jugar escribiendo –el orden de los factores no altera el producto de la imaginación– puede ser tan tierno como cruel. A Palmiro, “el nuevo millonario”, una fuerza ajena a su voluntad lo tumba. Un profesor de filosofía, viudo y desempleado, deviene boxeador de circo; una niña es la protagonista de la versión femenina del chico que en el cuento de Hans Christian Andersen grita que el rey anda desnudo. Aunque suene aguafiestas, siempre hay alguien que no acepta las “reglas” de la farsa que proponen los adultos. La inundación no perdona y convierte a la calle en un “campo de batalla, en una gigantesca piscina de lodo”. Los relatos de Los guantes de Zaratustra (Hincohe) son como botellas lanzadas sobre un mar de fantasmas y miedos que asedian a los personajes.

   En el cuarto libro de cuentos de Duarte (Buenos Aires, 1969) aparecen por primera vez ficciones vinculadas con el imaginario del escritor y el absurdo que provoca que los personajes se rebelen y decidan matar al autor. “El tema me interesa indagarlo también como lector. Cuando leí Niebla, de Miguel de Unamuno, me impactó; el personaje principal de la novela lo increpa al autor por haberlo matado. No lo fui haciendo de una manera consciente, pero sí fui armando distintas situaciones donde me gustaba además de poder poner a los personajes comunes en situaciones extremas, que es por donde va mi literatura, indagar qué pasa con la creación”, dice el autor de La herradura de Freud (2013), Fósforos gemelos (2014) y Latigazos del Azar (2016) en la entrevista con PáginaI12.

–Los personajes a veces necesitan liberarse del yugo de sus creadores. ¿Cómo es la relación que se establece entre los escritores y los personajes?

–Lo que me pasa es que no tengo un personaje, sino que me aparece algo que veo, un tema particular, un disparador. Después del disparador, que puede ser algo que vi o que escuché, veo qué tipo de personaje puede darme el tono de lo que quiero contar. El libro le pertenece a los lectores; pero sí me doy cuenta de que hay temas que aparecen. Yo no tengo demasiado rollo con los personajes; una vez que los escribo, que se publican y demás, me gusta ver el efecto que causa en los otros, que tiene que ver con la paradoja de la vida. No es algo que me pregunte demasiado qué me pasa con los personajes; pero los personajes hablan de mis fantasmas y de mis propios miedos.

–¿Cuáles serían esos fantasmas? ¿Que se le acaban las ideas?

–En un punto sí, creo que Fernando Pessoa decía que un escritor si tenía algo para decir lo tenía que decir en tres o cuatro libros. Y yo ya voy por el cuarto… El gran fantasma que arrastro es la finitud. El tema que más me jode es saber que un día no voy a estar. Y eso está presente en algunos cuentos del libro; pero no es la muerte vista desde el lado del morbo, sino como un camino. Y estoy bien rumbeado cuando digo que esos fantasmas tienen que ver con dejarme decir aquello que necesito decir. Mi ficción es un atajo envolvente; una manera de parecer que estoy caminando, aunque me quedo siempre en el mismo círculo. Yo no quiero edulcorar mi ficción, quiero que salga como viene. Nabokov decía que no hay que leer con el intelecto ni con el sentimiento, sino con las vísceras.

–“La ficción es una iglesia reclutando fieles que aspiran a la inmortalidad mediante la mediocridad o el talento”, dice uno de los personajes. ¿Está de acuerdo?

–Sí y no. La ficción y la literatura es una especie de nicho; hay poca gente que se apasione por la literatura. Por eso es como una iglesia que recluta pocos fieles. En ese sentido, estoy de acuerdo. Por otro lado, no creo que sea tan taxativo; lo bueno de la ficción es que tiene muchos matices. A la hora de poder vincularnos, hablar de ficción, de literatura, no creo que tenga que ver con lo dogmático. No sé cómo llegan esas frases; no son frases que yo tenga anotadas hace diez o veinte años. Estoy escribiendo y un personaje dice eso y yo soy como una especie de médium. Después me preguntan en una entrevista por la frase y no sé explicar lo que escribí (risas). Estoy cerca de decir que no se me ocurren más ideas para escribir… creo que tengo que aprender a convivir con esto. Tengo que aceptarlo y decir que todo lo que tenía para decir está en cuatro libros… Y si aparece algo más tiene que ser algo que me enamore y no pueda parar de escribir.

–¿Por qué en varios cuentos hay un narrador o un personaje que extraña al padre muerto?

–Hace más de un mes que falleció mi papá. Cuando presenté el libro en octubre, él estaba sentado en primera fila, y yo conté que papá nos enseñó a jugar y a que tratáramos de reírnos lo que más pudiéramos… Hay textos que escribí y no volví a revisarlos… Lo increíble es que los cuentos son anteriores a su muerte. Mi papá no tenía nada que ver con la literatura, no venía de ese palo, fue empleado del Estado y después trabajó como cobrador; era una persona muy querible, muy entrañable… Mi viejo me dejó el legado de ser fanático de River. Cada vez que jugaba River me llamaba a casa y comentábamos el partido. Había una parte mía que estaba “contenta” por el hecho de que se suspendiera la final con Boca, porque iba a estar esperando un llamado que nunca llegaría… Y cuando llegó el tercer gol de River, lloré todo lo que no lloré en su momento.

–“La risa y la lectura liberan”, se dice al final del libro. ¿Qué libera la risa?

–La risa libera el miedo a la muerte. Si sé que me voy a morir, voy a tratar de reírme. La risa de la que estoy hablando no es la risa de la burla o de la cargada; estoy hablando de la risa como un estado natural del alma, como una convicción. ¿Qué podés hacer ante un tipo que se ríe porque algo le causó gracia? La risa, para el sistema, es algo anarquista.

–¿Y qué libera la lectura?

–Creo que Mauricio Kartun habla del “tiempo abolido”. Cuando entrás a ver una obra de teatro, una película, cuando te sumergís en un libro, el tiempo empieza a correr de otra forma. La lectura libera las limitaciones de la realidad. No hablo de evasión, sino de una construcción que logra abolir el tiempo y consigue que lo trasciendas. La vida es eso: pequeños momentos que buscan trascender.