En pleno auge de la militancia o del discurso de la militancia, cuando desde la lectura oficial se recuperaba la figura de la política como un hecho positivo y militar era moda en todo el país, nadie pensaba en la caída. Pero llegó. La militancia no desapareció pero dejó la centralidad y la política, otra vez, fue el lugar de los corruptos. Y los militantes pasaron a ser “vagos” o “planeros”, gente que “pierde el tiempo” y defiende “causas perdidas o robadas”. La mirada de Damián Selci, autor de Teoría de la militancia. Organización y poder popular (Cuarenta Ríos) es menos dramática: dice que en el país del “genocidio contra la militancia juvenil en los ‘70, la mera duración de la militancia organizada ya es un dato positivo”.

Partiendo de la pregunta sobre por qué en 2015 ganó Macri --o por qué perdió el kirchnerismo--, Selci construye en su libro un sustento académico, una palmada que prestigie la militancia y le devuelva su valía en tiempos donde se instaló lo contrario. “La militancia es el punto más alto de la civilización, es hacer algo por otro sin esperar nada a cambio”, dice. Y aunque su teoría, que revisita la teoría populista de Ernesto Laclau bajo el prisma de Slavoj Zizek y Alain Badiou, no está enfocada particularmente en la juventud, resulta de gran ayuda para comprenderla y, por qué no, sacudirla.

“En Argentina, las palabras militancia y juventud están indisolublemente ligadas. Es la historia de los ‘70. Juntas tienen una potencia transformadora. Militar es contracultural, cosa que el movimiento feminista también tiene. Por supuesto que esto es sólo la primera parte del asunto. Porque hay que prepararse para no tener glamour. Eso es la organización. La juventud puede ser eterna, si se organiza”, señala en diálogo con el NO.

En su libro, Selci explica que la teoría del populismo de Laclau puede adaptarse de izquierda a derecha sin problemas: hacen política construyéndose como el garante de cubrir las demandas no satisfechas. Sin embargo, aclara que su teoría de la militancia, que parte de comprender que las demandas insatisfechas son culpa de un sistema y que por eso es necesario militar, es exclusiva del campo popular. En el día a día, dice, “Macri garantiza el sufrimiento del pueblo y que haya miles de demandas insatisfechas: falta trabajo, los servicios son impagables, la inflación no tiene techo, los jóvenes vuelven a sentir que no valen nada, las mujeres sufren violencia cotidiana”.

Selci tiene una mirada cruda sobre la época y la función impuesta a los jóvenes: “No me siento quién para decir cuál debe ser el rol de la juventud. Las que sí no tienen empaque en designar el presunto rol de la juventud son las series de televisión y la cultura twittera asociada, donde los jóvenes tienen que cumplir siempre el rol de seres neuróticos e irónicos que están sobrecalificados para el sueldo que ganan, a la vez aburridos y torturados por nada, y cuya única aspiración es hacer un viaje por el mundo. Me parece que esa juventud es una porquería. La militancia ofrece algo superior a ese sedentarismo psíquico estilo Black Mirror, donde la obsesión por las redes sociales y el narcisismo se comen todo. Por eso, de la juventud militante yo lo espero todo. Otra vida, otra juventud”.

Ante el panorama sombrío, a la juventud le queda oponer una resistencia activa. Para ello hay, antes, una toma de conciencia. Eso es lo que ocurre con el feminismo, explica Selci: “Una de las ideas claves del movimiento feminista argentino es que para luchar más agudamente contra el patriarcado las mujeres deben salir del lugar de víctima. Ésa es la condición para lograr más lugares de responsabilidad y de poder. Las mujeres claramente son víctimas del patriarcado, lo sufren cotidianamente, pero se trata precisamente de reconocer que se es víctima para dejar de serlo. Digamos que un día la persona, por el motivo que sea, toma conciencia de que hay una injusticia y que se acabó la paciencia. Ese día es como si cayera un rayo. Y entonces la persona empieza a hacerse cargo de esa toma de conciencia. La injusticia ya no se sufre pasivamente. Deja de tolerar lo que antes toleraba. Se politiza. Y esta politización marca algo muy importante porque la compromete. No puede mirar para otro lado. Después la persona se empieza a preguntar si su politización es suficiente o si, en realidad, debería hacer algo más. La teoría de la militancia toma también este segundo momento: con lo que hago, ¿alcanza? Si decidimos que no alcanza, entonces hay que militar de manera constante, y la constancia conduce hacia la organización. Nadie es constante solo”.

Respecto de la juventud, en ese fresco epocal que trazás hay una vida destinada al ombligo propio que te parece cuestionable y una militancia a la que le atribuís el único sentido posible. ¿Es así, entonces: militancia o pérdida de tiempo?

--Lo esencial es pensar qué tipo de vida nos parece interesante. De antemano, me parece que los modelos actuales de lo que puede ser una vida, y no sólo para los jóvenes, resultan algo bastante triste. Vidas donde prevalece la idea de que lo fundamental es que nunca ocurra nada importante. Soy consciente del rasgo extremista del planteo. Puedo decir que me baso en Badiou y su idea de que una vida sin acontecimientos, sin fidelidades por las que valga la pena asumir algún riesgo, realmente no es interesante. Pero me hago cargo de que, en esto, pienso igual que él. La vida actual, la vida sin causas, la vida normal del neoliberalismo, es horrible. Mark Fisher la caratula como “hedonismo depresivo”. Es eso. Y me parece que la militancia no es ni hedonista ni depresiva. Lo diría en estos términos. Y además hay que hacer una crítica de la vida. El nivel de conformismo social es atroz. Imaginar que la vida pueda ser otra cosa es, muy humildemente, lo que para mí radica en la idea de la militancia. Es su contenido más novedoso. La vida neoliberal es un prospecto cada vez más extenso de todo lo que no se puede hacer. La militancia responde siempre que hay una posibilidad. Que es posible hacer algo. Que nuestro destino no es acomodarse a una derrota cómoda. Lo digo con este lenguaje un poco de arenga que puede sonar impostado. Pero la verdad es que hoy la militancia es lo más contracultural que se puede hacer. La militancia que sea. Al sistema no le gusta que seas militante. Es lo insoportable. Y es lo liberador, para nosotros.