Sofía Oportot llegó a mi pantalla en 2012, con el videoclip de “Entender”: un himno lésbico electropop donde la cantante se enamora de su mejor amiga. Estética de cumpleaños infantil, las amigas soplan todas juntas la torta, Sofía, romántica, maneja una bici con canasto. Debajo del video, alguien comenta: "los cuarenta son los nuevos dieciséis". Fue un hallazgo para mí, yo de doce años (hambrienta de referentes, atesorando videoclips de t.A.T.u) y lo es aún hoy para las chicas queer que habitamos este género musical donde predominan, más que nada, los guiños hacia el público gay.  

¿Quién puede entender a una mujer mejor que otra mujer? Sofía maneja un universo poético donde el amor, el odio, la indiferencia y la enemistad se dan entre feminidades. 

Enamorada de esta nueva referente chilena, todavía no tenía idea de que esa Sofía Oportot era la ex cantante de Lulu Jam, el trío del nuevo milenio que también me cautivó a temprana edad con sus influencias k-pop y juegos de palabras que oscilaban entre el erotismo y los chistes infantiles, casi didácticos. “Yo soy un chocolate bom en un sushi bar karaoke de amor”. 

 Sofía es, ante todo, camaleónica: cambia de piel, navega entre personajes y narrativas. Es actriz, performer, y también canta en una banda de space disco: Quierostar.

Estilo de Vida, su tercer disco solista, salió en diciembre dejándonos una sensación de regalo de navidad. Es ahí donde Sofía Oportot resurge con identidad cyborg. En el videoclip de “Soy Robot”, el primer single del disco, le da vida a una muñeca sexual robótica que asesina a su comprador. Ella, con body y armadura plateadas, baila imitando las típicas secuencias de transformación de las magical girls en el anime.

Sofía, que reflexiona como una adulta pero siente como una niña, trasciende en este disco las barreras de la edad y la especie humana. Construye a lo largo de sus letras un personaje robot que busca el vaciamiento de la propia identidad, que nadie la salude ni pueda reconocerla (“Borrar todo el historial, borrar mi perfil, cerrar de una vez todas las pestañas”), pero que resulta inevitablemente frágil. Se aísla voluntariamente y vive una soledad exquisita que sufre pero degusta de a poco como una caja de bombones, de esos que nombraba en sus letras de Lulu Jam. 

Para esta replicante el amor, igual que la lotería y los juegos de azar, es un alimento más. La equilibrista de taco aguja se emborracha sola en su departamento, con un babydoll puesto y la calefacción bien prendida. 

"Lolita del 2000", la canción del disco que más hemos bailado hasta ahora, evoca el año exacto en que nací. Dudo que sea casualidad: Sofía conoce bien a mi generación, casi como supiera con exactitud qué posters decoraron nuestras paredes y qué tinturas para el pelo compramos todos estos años.

“Soy contrafóbica”, declara con su voz dulce. Sofía Oportot no huye del miedo, lo busca activamente. Entre sintetizadores, sus frases suenan como slogans, fácilmente imaginables en remeras, paredes graffiteadas, y epígrafes de Instagram. Esto último ya lo puso en práctica ella misma: las letras del nuevo disco acompañan las selfies protagonizadas por su pelo bicolor fosforescente, que podría ser tranquilamente una peluca kanekalon. 

Si bien es una millennial, se aleja del tono condenatorio propio de su generación en “Víctima potencial”, donde se asume “dependiente como las demás de algunas prácticas referentes a la aprobación virtual” y piensa los vínculos dentro de la virtualidad. La canción comparte su título con la película de Nicolás Guzmán que representará a Chile en Tallin Black Nights, el festival de cine de Estonia donde va a estrenarse este 29 de noviembre. Sofía, como protagonista, encarna a una vampira digital que engaña adolescentes con sus canciones. ¿Esas adolescentes le recordarán a nosotras, las lolitas del 2000 que sigue hipnotizando hasta el día de hoy?