“El espacio público es un espacio político, creativo, de relaciones. Muchas sociedades lo olvidan, porque su organización está pensada como una negación del acontecimiento: se lo piensa como un tránsito, un lugar de reglas establecidas, de poco habitar. No pensamos cuántas cosas diferentes podrían sucedernos”: Fernando Rubio, director argentino que actualmente vive en Río de Janeiro, sintetiza así el corazón de su trabajo. Heredero del situacionismo, hace décadas que indaga en las posibilidades que la calle otorga en relación con la teatralidad, el afecto, la belleza, la intimidad con el espectador, lo político. Llevó sus búsquedas al extremo con Todo lo que está a mi lado, dispositivo de camas que produce un encuentro entre un actor y actriz y un solo espectador y que fue realizada por 27 elencos alrededor del mundo, siempre con su dirección. Y en el FIBA se puede ver Yo no muero, ya no más, acerca de uno de los temas fundamentales de estos tiempos: la violencia de género.

  Estrenó en Montevideo y después se la vio en Río de Janeiro. Aquí, será una intervención de 50 minutos en la Plaza Seca del Centro Cultural San Martín, que presenta así su primer estreno del 2019. Acción social, política y estética, consiste en “una alerta a la urgencia, una forma de decir basta y un grito de auxilio”, según define el catálogo que anuncia las funciones de hoy y mañana a las 19 (en Sarmiento y Paraná, con entrada gratuita y capacidad ilimitada). Son varias las preguntas que la propuesta dispara. “¿Existe la posibilidad de pensar que estas muertes –las que ocurren por femicidios– se van a terminar, de que ese horizonte no sea solamente un deseo o una lucha permanente? Aparecen reflexiones ligadas no solamente a la coyuntura sino también a un orden filosófico”, anticipa Rubio. Gabo Correa, Andrea Nussembaum, Jorge Prado, Silvina Sabater, Pablo Gasloli, Sofia Palomino y Nayla Pose conforman el elenco de esta “experiencia”, palabra que suele usar Rubio para referirse a sus producciones.

  Lo que se ve es un cubo de vidrio que representa a un cuarto; allí se produce la acción, en diez cuadros. Se ve todo, pero no se escucha lo que sucede adentro. Los espectadores pueden ser testigos desde distintos ángulos. Afuera, hay micrófonos que articulan el relato. “La obra habla de quiénes somos frente al tema. Siempre desde adentro. No hay manera de salir. Es la reflexión que me quedó a mí ante el proceso de crearla”, dice el dramaturgo y artista visual. 

–¿Qué opina de la expansión del formato de las intervenciones urbanas?

–Mis primeras intervenciones son del 98. Ya había mucha referencialidad, pero sobre todo de otros países. De la Argentina no. Yo era un marciano hablando de performance. No sólo porque no era tan conocido o no se hacía más asiduamente; era remar contra la corriente. Algunas personas no le daban importancia o no había espacios. Nunca me preocupé por definir a mi obra en un territorio único. El teatro expandido hacia las artes visuales, la reflexión del urbanismo, el pensamiento de la arquitectura y otros lenguajes fue lo que siempre busqué. Hoy creo que muchas personas se han plegado a esto por moda o conveniencia. En otros años era totalmente árido el terreno. 

–¿A qué atribuye la expansión?

–Me parece que las razones son varias. Hay una que tiene que ver con algo muy positivo en términos de atracción: cuando uno se vincula con las personas, ya no con el “público”, desde otra posibilidad de conexión, descubre un territorio enorme y riquísimo. Porque la experiencia vital, no solo estética, es preciosa. Es un regalo. Las mejores cosas que me pasaron fueron en la calle. No hay mejor lugar para estar que aquél donde están  sucediendo otras cosas, y de pronto la obra resignifica el cotidiano y viceversa. Es una experiencia que nunca va a estar en una sala, un museo o centro de arte. Hay una fascinación de cualquiera que atraviesa eso. Recomiendo vivir este tipo de experiencias, que son las mismas que da cualquier tipo de movimiento. Como los movimientos políticos, sociales, colectivos, te ubican en un lugar donde no está solamente el “yo” para mirarse al espejo. Aparecen otras dimensiones, multiplicidades que no esperabas y eso es artística, humana y vincularmente potente. También creo que hay una evolución a partir de algunos acontecimientos, por lo menos en la Argentina, respecto de la mirada hacia el otro. Después de 2001, hubo una salida a la calle de muchos que en otras épocas habían perdido ese contexto social-político y empezaron a encontrar un resurgimiento de la voz colectiva. Y junto a eso, apareció una aceptación mayor de otro tipo de estéticas ligadas a prácticas de situación. 

–¿Cómo surgió Ya no muero…?

–La creación comienza en 2016, por invitación de la Comedia Nacional de Montevideo, en el marco de un proyecto sobre violencia de género con la intendencia. También me convocaron para colaborar en repensar la relación de los actores y actrices de la Comedia con el espacio de la ciudad y la sociedad. Justo había todo un momento mío, de estar en pareja con una militante feminista. Eso te hace rever todas tus miserias como hombre, tus errores, equívocos heredados, por omisión y decididos. La escritura de la obra nace con una búsqueda de transformación y crítica hacia mi persona, no tanto a las lógicas del machismo y el patriarcado. Lo primero que hice fue un trabajo de introspección, complejo y doloroso. La escritura me llevaba a zonas difíciles. Había que aguantar una mirada que dolía. Atravesé diferentes formas de la violencia a lo largo de mi vida; la recibí y la ejercí. Y observar eso es terrible. Claro, alguien puede mirar desde afuera, y decir “bueno, no mataste a nadie, no le pegaste nadie”. Pero son tantas las formas de la violencia... El haber tenido dos parejas que fueron violadas es un dolor hasta hoy. Y al escribir también se me presentaba mi mamá, que empezó a trabajar desde muy joven, en fábricas, a los 14 años, y sufría abusos permanentes, de poder y físicos. Siempre recuerdo que me contaba que le partió la cabeza a un tipo que le tocaba la cola en el colectivo. Sacó un día un taco aguja y le abrió la cabeza, y a partir de ahí todo el mundo le agradecía porque ese tipo no había subido más al colectivo. Es grande la responsabilidad de tocar este tema.

–¿Es una responsabilidad ser hombre y abordar la violencia de género?

–Me tomo con responsabilidad todo lo que hago. En mis obras en general estoy involucrado intelectual, afectiva, políticamente. Nunca hice obras livianas. Nunca los temas me pasaron de costado, o las hice para entretenerme o entretener. Los hombres tenemos que reflexionar, cambiar, trabajar para la transformación. Tenemos que escuchar, aprender e intentar entender cuál es el lugar que las mujeres necesitan que ocupemos. Me pareció interesante rodearme de compañeras de diferentes colectivos que pudieran amplificar mi mirada. Es decir que sometí el texto a la mirada de mujeres ultra feministas, acepté todo lo que venía de ellas para intentar aprender.