Mauricio Dayub recuerda que cuando era chico lo elogiaban por ser equilibrado, hasta que un día, impulsado por sus deseos, se lanzó hacia lo desconocido. Esa decisión de abandonar el camino seguro para, entre otras cosas, poder desarrollar su pasión por la actuación, y la frase en la que su abuelo sostenía que “el mundo es de los que se animan a perder el equilibrio”, sirvieron de motores creativos para su nueva obra El equilibrista, en la que se luce en el triple rol de autor, productor y protagonista.  

Con formato de unipersonal, Dayub cruzó textos de su autoría con la mirada y la pluma de Patricio Abadi y Mariano Saba, y delegó el rol de la dirección en el reconocido dramaturgo y actor César Brie, para contar una historia que combina elementos autobiográficos y ficcionales. En ese punto, la frontera entre lo real y lo imaginado se torna difusa, aunque poco importa la fuente del relato. Lo cierto es que el actor sube al escenario para mutar en cinco personajes diferentes a través de los cuales recrea parte de su árbol genealógico. Así, en primera persona, se pone en la piel de su abuelo, y evoca a su abuela, inmigrantes italianos. También interpreta a su padre, un subastador de obras de arte, a un tío guardavidas, a otro tío árbitro de fútbol y hasta actúa de él mismo en su juventud, cuando ya daba sus primeros pasos en el oficio.   

Queda claro que Dayub se divierte en escena. A propósito de ello, en el programa de mano ya se anticipa ese espíritu que luego se corporiza sobre las tablas. Dice allí el actor: “Cuando llegué a ser adulto me di cuenta de que estaba en un problema: no me gusta la vida de los adultos. No me gustan la resignación, los cumplidos, los bancos, ni los remedios. Me gustan la ilusión, la euforia, la expectativa, la posibilidad. En eso ando. Por eso este espectáculo”. Y de eso se vale para su interpretación, porque precisamente en este plano lo que se destaca es su capacidad de disfrute y de crear a partir del juego, recursos no demasiado presentes en ese mundo adulto al que alude. Su versatilidad, además, es otro aspecto que no sorprende para quien ya lo conozca en acción. Sin ir más lejos, desde hace nueve años integra el elenco de Toc Toc, la exitosa comedia con la que lleva realizadas más de 2600 funciones. Y ese entrenamiento escénico se ve, porque el pasaje de un personaje a otro fluye sin fisuras.

Con todos los hilos teatrales a la vista, el actor realiza un trabajo de artesano en el que va montando él mismo cada una de las piezas necesarias para la actuación a medida que avanza la obra. Ahí es donde el texto, nada pretencioso, y que interpela más desde la emoción que desde la risa, termina de tomar forma. En una poética en la que un decorado de luces puede convertirse en un cielo estrellado, o una proyección sobre las paredes de la sala puede simular el oleaje del mar se intuye la impronta de César Brie, un director atento a que cada elemento encuentre un sentido que esté al servicio de lo que se cuenta, pero sumando belleza a esa funcionalidad.  

El equilibrista no es más que un viaje retrospectivo hacia los orígenes, que prepara el terreno para que cada espectador reviva parte de su historia. Ir al encuentro de la identidad parece ser la esencia, para saber de dónde venimos y, fundamentalmente, hacia dónde vamos.