La inobjetable victoria electoral de Nayib Bukele, el 3 de febrero, no fue una sorpresa en El Salvador. Lo anunciaron, con meses de antelación, más de diez sondeos de opinión.

Bukele (cuyo padre, de origen palestino, hasta 2015 que falleció, fue presidente de la Asociación Islámica Árabe Salvadoreña), primero fue alcalde del pequeño municipio de Nuevo Cuscatlán, aledaño a la capital salvadoreña y a continuación alcalde de San Salvador hasta abril de 2018. Todo bajo la bandera del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Fmln. Parecía contar con el respaldo de un sector de la cúpula partidaria, sin embargo fue expulsado del Fmln en octubre de 2017, acusado de violentar los principios partidarios.

De ahí en adelante, Bukele se embarcó, acompañado de sus varios equipos de trabajo, en la conformación de un movimiento político paraelectoral denominado Nuevas Ideas, cuyo objetivo explícito declarado era alcanzar la presidencia de la república en las elecciones del 3 de febrero de 2019.

En El Salvador, para ser elegido presidente de la república hay que estar inscrito en un partido político. Por eso Bukele y sus seguidores emprendieron ese camino. Pero encontró obstáculos insalvables. El Tribunal Supremo Electoral le dio largas. Nuevas Ideas había cumplido con todos los requisitos. Todo indicaba que se queda fuera.

Mientras tanto las encuestas lo colocaban arriba de su principal contendiente, que llevaba más de un año en campaña no declarada, y que el partido Alianza Republicana Nacionalista, Arena, respaldaba para así mostrar una cara y un discurso nuevos, en su tercer intento consecutivo, desde 2009, por retomar la presidencia de la república. También los sondeos de opinión mostraban que el Fmln se había desplomado.

¿Fue solo la habilidad publicitaria del manejo de su imagen y el empleo a fondo de las redes sociales lo que permitió el ascenso meteórico de Bukele? Desde luego que no. El escenario propicio para que Bukele se convirtiese en el receptor de la aquiescencia ciudadana lo facilitó el deterioro del sistema político vigente. 

El punto sin retorno se produjo en 2017 cuando comenzó el proceso contra el expresidente Saca (del partido Arena) por actos de corrupción y culminó con su confesión en sede judicial en 2018. Aquí algo se rompió en el sistema político. Otro expresidente, también del partido Arena, Francisco Flores años atrás había sido acusado por apropiación ilícita de 10 millones de dólares provenientes de una donación taiwanesa, pero murió antes de ser judicializado su caso. Además, se inició el proceso de investigación, por parte de la Fiscalía General de la República, contra el expresidente Mauricio Funes (respaldado por el Fmln), quien en medio de la confusión logró pedir asilo en Nicaragua. Hay pues un marco general de descomposición y de esclarecimiento de turbios manejos de la cosa pública y esto rebalsó la paciencia ciudadana. Bukele, con experiencia y olfato en el negocio publicitario, lo captó a la perfección.

Cuando vio que el tribunal electoral no le entregaría a tiempo las credenciales de su partido, buscó cobijarse en el pequeño partido Cambio Democrático, del que pendía una sentencia constitucional que urgía su cancelación. Así, las autoridades electorales le cerraron el paso cancelándolo de inmediato.  Entonces, en una voltereta pragmática, peligrosa pero audaz, se inscribió a pocas horas del cierre como candidato del partido Gran Alianza Nacional, una instancia muy cuestionada que hace una década se desgajó del partido Arena.

La campaña comenzó a finales de 2018 y ya Bukele estaba más adelante de los demás. Con pocos argumentos y promesas casi fantásticas (un nuevo aeropuerto, un tren que recorrería la costa Pacífica y un mega hospital) logró ganar más ventaja. Y remató con la propuesta de la creación de una comisión internacional contra la impunidad.

El 3 de febrero ganó en primera vuelta con un poco más de un millón trescientos mil votos. Seguido de Arena, con cerca de ochocientos mil votos. En tercer lugar (el verdadero perdedor de esta historia) el Fmln, con un poco más de trescientos cincuenta mil votos. La toma de posesión es en junio y debe pasar a negociar con varios factores de poder, porque aunque ganó de forma aplastante, otros tienen los hilos de la otra parte de la institucionalidad estatal.

Bukele y su movimiento político, ahora partido político, le hizo un auténtico touché a la política tradicional.

Jaime Barba. Región, Centro de Investigaciones.