Padre Jorge, el de la dura cama y las visitas a los parias de Argentina; Francisco, su santidad: termino de ver en un canal de cable la película que cuenta tu paso de la Catedral de Buenos Aires a San Pedro, de las peleítas políticas locales a la gran escena internacional. Siempre creí que eras el hombre indicado para revertir la declinación de la iglesia católica, incapaz de sostener ya la misión de guardián de los cuerpos -la pedofilia no es guardar sino arrancar- y muro contra la codicia mundana, tras los escándalos bancarios. 

Agotada la experiencia soviética y en auge el mercado de los neopentecostales, la restitución de la autoridad vendría esta vez del enfrentamiento al neoliberalismo. Un liderazgo peronista llegado del subdesarrollo era un manjar exótico contra ese veneno. 

Humilde con diploma de honor, jesuita hasta la médula en su comprensión de la humanidad como rebaño de chantas, decidiste hacer del discurso un palimpsesto. Sobre el viejo lenguaje de la sacra institución, impusiste palabras simples, una cadencia edulcorada y declaraciones revoltosas  alejadas del  lenguaje fosilizado de las tradiciones menos populares. “¿Quién soy yo para juzgar a un homosexual?” fue quizá la que más tiernizó ovejas rosas.  

Pero en estos días trascendió, a través de los famosos WikiLeaks, que en una carta de 2016 urgías a rectificar políticas humanitarias de la Soberana Orden de Malta, que había tenido la soberana idea, “contraria a la ley moral”, de distribuir preservativos y anticonceptivos orales para prevenir la difusión del VIH entre las meretrices del Lejano Oriente y el Africa, y también como programa de planificación familiar.  

Es cierto que nada de esto es nuevo, pero sí es igual de grave. Por si te llega este mensaje a la residencia de Santa Marta, quiero nomás preguntarte si el regreso del pastor con olor a oveja, que tanto reclamás,  contempla dignificar el sufrimiento de las ovejas más desfavorecidas. Dignificarlo, a la vez que ayudar a su propagación. Hacerles sentir a los desamparados, como la de Calcuta, que el sida es una herramienta para que los buenos del mundo demuestren su ñoña solidaridad. Qué decirte, enigmas de la fe.  

Llevar en la ropa el olor a oveja sidada mientras se mantiene el matadero es sostener lo peor del edificio que pretendés reformar. Ya sé, los conservadores te acechan -sostienen los expertos en vaticanidades que, por ahora, prefieren las sombras- pero, en definitiva, en cada una de esas misivas que enviás soterradamente sigue en pie lo más siniestro de sus tradiciones. Ojo, que quizá trascienden otros WikiLeaks, más destructivos y menos obvios que este. 

Si en sus argumentaciones contra la legalización del aborto, el clero pretende develar objetivos biopolíticos del  neoliberalismo (¿el feto fetiche de Mariana será distribucionista?), con tu extrema intimación a la Orden de Malta solo estás anticipando que los verdaderos sobrevivientes a la crisis de la Iglesia serán los conservadores, émulos de Trump. Caída la ficción, ellos te sobrevivirán.