Al comienzo parece que la dimensión espectacular que José María Muscari utiliza y conoce, puede entrar en una alianza perfecta con el distanciamiento. No deja de sorprender que actores y actrices logren mostrar a sus personajes y hacer visible la presencia del intérprete y de su criatura en la imagen que Bertolt Brecht pensaba como un modo de discutir la identificación. 

No se trataba, para el director y dramaturgo alemán, de que una actriz, en este caso Claudia Lapacó, fuera la encarnación de Madre Coraje, la idea era ver como creaba ante al público a esta mujer desde una serie de mecanismos que le permitieran opinar, establecer una actitud crítica sobre el personaje. Este objetivo brechtiano, tan complejo como estimulante, porque permite posicionarse en escena más allá de la empatía, es una realidad preciosa en la puesta de Muscari.

Pero Brecht es mucho más que este procedimiento. Su potencia política no reside en la explicitación de un discurso sino en el modo de instrumentar una serie de yuxtaposiciones que lleven a ver lo naturalizado con ojos extraños. En lugar de asimilar las situaciones como una materialidad con cierto grado de objetividad, Brecht buscaba que lxs espectadorxs pudieran identificar las condiciones de posibilidad que motivan las acciones sociales.  

En esta obra la mercancía determina las relaciones entre las personas, como lo demostraba Karl Marx en El Capital. El carro es más importante que cualquier vida porque proporciona el sustento. Comprar y vender en el marco de la guerra, era para Brecht, un modo de exponer las limitaciones de ese pueblo que carece de una mirada política y cree que podrá enriquecerse con un negocio que solo beneficiará a los poderosos. 

En esta línea tanto la especulación de Madre Coraje, en relación al precio de su mercancía, como el regateo que ejerce sin pudores cuando de salvar la vida de alguno de sus hijos se trata, constituyen el gestus brechtiano como un estado subyacente que hace de la actuación un recurso narrativo. 

Pero es en la escena del tambor de Katrin donde Brecht busca hacer del impacto dramático el núcleo de su ideología. Allí, el comportamiento de la hija muda establece el punto de contradicción con el enunciado de los demás personajes. El pueblo vecino es invadido, pero como todxs sus habitantes duermen será muy fácil para los soldados asesinarlxs. Lo único que se les ocurre hacer a lxs acompañantes de Katrin es rezar para que dios lxs proteja. Katrin, en cambio, se sube al techo de una casa y toca el tambor tan fuerte que logra despertarlxs. Sus acompañantes saben que ahora serán ellxs la carnada de los soldados, que salvar a los demás implica sacrificar la propia vida y su solidaridad no llega hasta tan lejos. Entonces intentan hacer callar a Katrin a piedrazos y como ella persiste en la acción, la matan. Esta escena es eliminada en la puesta de Muscari.  

Iride Mockert compone una Katrin tan dramática como graciosa en esa comicidad grotesca que transita en instantes de desesperación. La actriz hace convivir el humor con una hondura propia de la conjunción entre lo banal y lo grave que Brecht sabía integrar. Al faltar esta escena el espectador no puede entender ese momento donde lo heroico (un concepto al que Brecht se oponía) se convierte en un acto intolerable para las buenas intenciones de ese pueblo inerte que la acompaña. También suprime el parlamento final de Madre Coraje al ver el cadáver de su hija, “tengo que volver a mis negocios”, una reacción que provocó enormes discusiones en la Alemania de los años cuarenta pero, a cambio, nos regala un momento perfecto de Lapacó donde conjuga la emoción con el regreso a su actitud usurera, esa que siempre la define.

Madre Coraje se presenta de viernes a domingos a las 20 en el Teatro Regina. Av. Santa Fe 1235. CABA.