No hay modo de sostener una herencia cultural  si no es por medio de la lengua y la memoria. Una sociedad que está cimentada sobre estas dos columnas casi podría decirse que está salvada del olvido. Cuando la tradición oral se torna imposible,  la escritura, entonces, asume la forma de resguardo y resistencia, un legado, un testamento, una muestra arqueológica;  porque ya lo dijo un poeta: siempre queda algo donde una vez hubo un hombre.  Ahí donde los libros de historia no pueden llegar, surge una excepcional clase de literatura. Ahora habrá que imaginar unos cuadernos enterrados para ser descubiertos cuando todo haya pasado, quizá en el preciso instante en que las sociedades hayan retrocedido lo suficiente  con sus nuevas tecnologías  como para ser capaces manipular el olvido. Escribir como quien talla sobre la piedra un nombre, una fecha, una escena cotidiana para ser descifrada por las generaciones futuras. Alguien tiene que dar testimonio de que alguna vez existimos, hasta el final. Y esto último es lo que se impone sin nostalgia pero con una rotunda convicción en Solo queda saltar, la nueva novela de la escritora María Rosa Lojo. “Escríbelo. Regístralo. Apúntalo. Nadie sabe que dentro de un bloque de mármol hay escondido un cuerpo, una cara, unos ojos que miran los tuyos, hasta que los descubre un escultor. Así es con lo que sientes, con lo que piensas, cuando lo ves escrito. Esas cosas me dijo mi padre cuando yo tenía los años de Isolina ¿Llegó a escribir él, en la cárcel, algún cuaderno, algún libro donde esté su retrato hecho de palabras?”, escribe Celia en su cuaderno fechado en 1948, poco después de que la adolescente llega junto a Isolina, su hermana menor,  a la Argentina, huyendo de la España franquista y de las consecuencias que dejó la Guerra Civil. Atrás han quedado sus padres que han fallecido, la Casa das Animas que conservará una historia muy particular en Fisterra.   En Argentina, más precisamente en Chivilcoy, las espera su tío Juan Lago Liñeiro, el hombre que fue durante años una fotografía y tal vez una leyenda para las chicas, asumirá el rol paterno con todo lo que eso significa, incluso un puesto en su almacén de Ramos Generales para Celia y la posibilidad de continuar los estudios para la pequeña Isolina. Si la escritura es un modo de conocimiento, ahí están los apuntes de Celia como retratos de otras personas que trabajan en el almacén como Angelita Tagliaferro y Clémentine que nació en el Finistére de la Bretaña francesa: “dicen que llegó a este Sur con un hombre de mar que murió en un naufragio, doblando el Cabo de Hornos, y un empleado viejo, Giacomo, que alguna vez pintó frescos en iglesias y en salones de Nápoles”. Otros personajes entrañables son parte de Chivilcoy, y determinantes en la vida de las hermanas, como la profesora Carmen Brey, esposa del doctor  Ulrich von Phorner, el inconfundible y único filósofo alemán de esta Villa, dueños de un “Instituto de Cultura”. Pero es el almacén de Ramos Generales el que lentamente va asumiendo la forma de un refugio para desesperados, aquellos que han necesitado huir. Sólo que hay un lugar del cual no es tan simple escapar. Y es aquí donde María Rosa Lojo da un giro a la trama y se desprende de manera original del lugar común de los relatos de inmigrantes. Si la prosa de la autora de El libro de las Siniguales y del único Sinigual es inconfundible por su refinado y alto vuelo poético, lo mismo ocurre con su composición novelística: se plantea una erudición histórica y literaria para articular y desentrañar zonas donde el lector puede asumir una postura reflexiva y a la vez crítica. Si el hombre es él y sus circunstancias, lo más interesante de María Rosa Lojo  en Solo queda saltar es que lo profundiza a partir de la premisa de que más que nada, y por sobre todo, somos hijos de nuestra época. Y desde esa perspectiva construye sus personajes, por eso resultan tan entrañables. “No hay quien no lleve dentro su Fisterra. Aunque no haya salido nunca de su ciudad o de su aldea. Pobres o ricos, protegidos o a la intemperie, llega el momento en que se nos exige más de lo que creemos poder dar. En que chocamos contra lo desconocido y afrontamos el terror de no ser más. No ser ya quiénes éramos y no poder ser otros.” El tío Juan, protector y benévolo, tiene todo un recorrido, una historia de vida compleja que encuentra su síntesis en la compra del almacén de Ramos Generales; pero también carga con una culpa en la conciencia. La confesión libera y alivia. Algo similar ocurre con Celia que también lleva dentro algo aparentemente inconfesable.  Lojo logra que lo personal se articule con un recorrido histórico de muchos acontecimientos y figuras esenciales del siglo xx, o incluso antes;  desde las consecuencias de Roca y su Campaña al desierto, los anarquistas, pasando por Irigoyen y los peones fusilados en la Patagonia, hasta llegar a Perón y su compañera Eva Duarte. Y en el caso de Celia, algo terrible en el contexto de la Guerra Civil. Pero no todo es tristeza en Solo queda saltar. Muy por el contrario. Hay lugar para el humor y sobre todo para el amor, los vínculos familiares,la amistad y la justicia frente a la violencia.  La segunda parte de la novela es el cuaderno de Isolina, fechado en 2018. La vida ha pasado,  hay un viaje de regreso a Galicia y la vejez es ahora una memoria llena de emociones y recuerdos; y donde por razones personales de las hermanas no se soslaya aquellos años terribles que sufrió la Argentina durante la última dictadura cívico militar. Solo queda saltar dialoga con otros libros de María Rosa Lojo y lo torna imprescindible como toda  su literatura.

Solo queda saltar María Rosa Lojo Santillana 150 páginas