"Exijo que lo que ocurrió con la Biblioteca Popular Vigil sea considerado un genocidio económico y cultural", dijo ayer la cantante y filósofa Liliana Herrero durante la audiencia por las causas Feced 3 y 4, que tramitan en estos días los delitos de lesa humanidad cometidos durante la intervención de aquella experiencia popular que el lenguaje judicial reduce a "institución". La presidenta del Tribunal, Lilia Carnero y los magistrados Aníbal Pineda y Eugenio Martínez escucharon ayer seis testimonios sobre la devastación que provocó el terrorismo de estado en aquella construcción que revolucionó barrio Tablada. Herrero fue directora de curso en la escuela secundaria del complejo educativo. Era un cargo pedagógico, paralelo pero a contramano de la figura del celador. "Aprendí ahí que enseñar es aprender", fue otra de las frases que dejó Herrero. En un momento, como lo hace cuando canta, emocionó a toda la sala de audiencias. Fue al recordar que -además de artista plástico y creador de la Editorial Biblioteca- Rubén Naranjo era el director de la secundaria, su "amado director". Se le quebró la voz. En la sala, la mayoría lagrimeaba.

El fulgor del hombre íntegro que fue Rubén Naranjo iluminó toda la audiencia. Sus hijas, Elina y Ada, recordaron con detalles la intervención de la escuela secundaria y la noche en que la patota fue a buscar a su padre en un lugar del que se habían mudado un mes antes. Se enteraron por un vecino, y Rubén partió a un exilio interno porque no quiso salir del país. Antes, habían detenido ilegalmente a la comisión directiva de la Biblioteca. Platón y Augusto Duri, Raúl Frutos, Domingo Denichilo, Manlio Perrota, Tomas Pedrido, Omar Perez Cantón y Francisco Routaboul fueron encarcelados. El interventor de hecho, integrante de la patota de Feced, Ramón Telmo Alcides Ibarra (alias Rommel) se paseaba por la institución con su arma. "Un día le dijo a Ramona, una portera, que se había lastimado una mano trabajando con la picana", recordó ayer otra de las testigos, María Elena Albaiceta, que era profesora en el secundario.

"Una compañera de trabajo que enseñaba geografía había estado detenida, y reconoció a Ibarra como quien había estado en su interrogatorio", contó ayer esa testigo. "Ahí teníamos una prueba del doble trabajo que hacía Ibarra. O que ese era su trabajo", abundó. Y dijo el nombre de aquella docente: Miriam Tarragó.

"Un día (Ibarra) le dijo a Ramona, una portera, que se había lastimado una mano trabajando con la picana".

"Agradezco esta instancia pero qué lástima que no ocurrió unos años antes, no tanto tiempo después", expresó Albaiceta. El primer director interventor de la escuela fue Carlos Sfulcini, ya enjuiciado por delitos de lesa humanidad en la causa Guerrieri 2. Después llegó Marta Pareja, que les hizo los deberes a los represores. La directora observó una clase de Albaiceta y realizó un informe muy desfavorable. Poco tiempo después, la docente fue cesanteada. Si cada juicio por delitos de lesa humanidad abre nuevas puertas para comprender lo ocurrido con el terrorismo de estado, la audiencia de ayer en la Vigil desnudó en varios tramos el alcance de la complicidad civil, y su entramado en el sistema educativo.

Fue Ada Naranjo quien contó la discriminación sufrida en el Normal número 2 cuando se cambió de escuela. Tras la intervención, la Vigil había dejado de ser el luminoso proyecto educativo que ella había conocido. Al llegar a su nuevo colegio, una de las docentes le prometió en marzo que se llevaría la materia a marzo del año siguiente por provenir de "una escuela subversiva". No fue la única afrenta sufrida.

Elina también recordó el paso de la "felicidad" al "horror" que significó la intervención del 25 de febrero de 1977. Del después, sólo recuerda flashes. Y los padecimientos de su padre, que estuvo al menos cuatro años lejos de su familia. "Recuerdo la presencia de mi padre Rubén Naranjo antes, durante y después. Su lucha por la recuperación (ya en democracia). El estuvo enfermo, tenía un problema pulmonar, y subía a la rampa de la Vigil con su mochila de oxígeno. Fue una de las cosas por las que luchó hasta el final", dijo Elina, y también lloró.

De la rampa habló también Liliana Herrero. Fue lo primero que llamó su atención cuando entró, por concurso, a trabajar en la Vigil, en 1975. "Es una metáfora", dijo en un momento. "La gente podía entrar ahí en silla de ruedas. Había una consideración que no era habitual en la época", expresó ayer. El extenso testimonio de la artista rescató que la institución tenía "otro horizonte pedagógico". Y recordó a Ovide Menin, Mario López Dabat, Naranjo y Elba Parolín, algunos de los que constituían la "vanguardia pedagógica extraordinaria" que brilló en la Vigil.

Herrero quiso recordar otra anécdota, conversada anteanoche con Oscar Arias, el padre de su hija. La noche en la que llevaron detenidos a los ex directivos de Vigil, Naranjo fue a su casa a pedirles que le avisaran a Raúl Frutos lo que estaba pasando. Arias tomó el auto para advertir el peligro. Frutos le respondió: "¿Y adónde vamos a ir?". Luego se presentó en la policía.

Herrero quiso subrayar el carácter económico del desguace de Vigil. "Las propiedades que tenía Vigil eran muchas y todos las disfrutábamos. No era un negocio. Era un sistema de distribución", rememoró. Subrayó que quienes intervinieron el enorme complejo cultural construido desde 1959 en barrio Tablada encarnaban "el terrorismo económico, el terroriso de estado y la desaparición de cuerpos, propiedades y vidas". Herrero se declaró "defensora feroz de ese proyecto", al que definió como profundamente político, en el sentido de "un deseo de transformación de lo real". "Ese es el plan mío, traer desde el pasado hacia el futuro una felicidad que aún está esperando", definió el sentido de su testimonio de ayer.