Alcanzaba con caminar los metros que separan la entrada del Hipódromo Argentino de Palermo del escenario, para descubrir el cuadro del público que asistió este sábado al festival Buenos Aires Trap. No confundir con lo que ocurría enfrente, en torno a Ed Sheeran, acá había adolescentes y post adolescentes –muchos–, pero también parvas de niños. A su lado, padres que regalaban bostezos, pero otros que hasta se animaban a cantar.

El fenómeno del trap registró un crecimiento astronómico en el último par de años –principalmente alrededor de los jóvenes, adeptos a plataformas digitales como YouTube o Spotify–, y los dos artistas encargados del cierre ofrecen ejemplos claros. Duki, acaso el mayor referente de la escena local, se volcó al estilo una vez consagrado campeón del Quinto Escalón, la ya mítica competencia callejera de freestyle de Parque Rivadavia fundada por YSY A, y dos años después llenaba un Luna Park sin siquiera haber editado un disco. Y Bad Bunny, el cantante que hace tres años era cajero en un supermercado en Puerto Rico y hoy es el máximo artista hispanoparlante del género a nivel global –está entre los 20 más escuchados del mundo en Spotify–, se encargó de abrochar un festival que resultó exitoso desde su propósito: juntar a la escena del trap para hacerla aún más fuerte y esbozar un concepto.

Más allá de los números, y del hecho de que hace tres años la mayoría del público desconocía a todos estos personajes pero hoy los tiene en su playlist cotidiana, la conexión de los artistas con su gente tiene vocación de ser real. El trap no requiere de intermediarios, quiere medios para manejar su propia comunicación. Por eso, la escena dialoga con una órbita de influencers, desde el gamer–streamer Martín “Coscu” Pérez Disalvo, hasta el youtuber Martín “El Demente” Kovacs: ambos construyeron su popularidad al margen de los medios tradicionales de comunicación, y oficiaron de presentadores.

Al paso de Dakillah le siguió el toque europeo, con el español Kidd Keo, que desplegó su personalidad y discurso al borde de la misoginia. Movió así las agujas de la tarde, especialmente al quedar parado sobre el vallado, sostenido por gente de seguridad al canto de “Me la suda”, canción que expone su actitud frente a quienes desaprueban su megalomanía: “Mírame en YouTube/To’ tu coro, uh! me da problema/De vuestra boca no sale más que mis temas”.

Acaso con Paulo Londra –que el año pasado agotó cuatro Gran Rex– como gran faltante, el festival dejó en claro qué rasgos hacen al género, como los escasos elementos de música en vivo: en pocas palabras, un DJ y un MC, al punto que, cuando algún grupo de bailarines asalta el territorio, los músicos son minoría en las tablas. Y el AutoTune aplicado a las voces, que define una buena parte del sonido trapero y opera casi como trinchera generacional. El paroxismo del trap quedó así solventado por su ascetismo, en el que la premisa “menos es más” se vuelve apoteósica.

La noche devino oscura y pasó Ecko, con un toque más reggaetonero con temas como “Ice” (“A tu rapper favorito lo pongo a que me la mame/Se la doy para que traguen, para que me alaben/Por eso es que me la chupan cuando to’ mis temas salen”) o “Papichamp”. Más tarde arribó Cazzu, importante valor femenino del movimiento, que proclamó: “Llegaron las nenas al escenario”. Se pegó al género en temas como “Puedo ser” o “Toda”, de Alex Rose, y nunca detuvo la arenga. De antesala al plato principal llegó Khea, otro estandarte, con 5 millones de reproducciones mensuales en Spotify, y contemporáneo de Duki, quien se sumó sobre el final.

El blinblineo del andar de Duki es directamente proporcional al éxito artístico que cosechó en muy poco tiempo. Es el puntal de una generación que se cultivó en el hip hop, a fuerza de freestyle y poesía callejera –mientras en sus casas sonaba rock–, y ahora se vuelca al trap casi como un mandato hormonal. “Es uno de los días más lindos de mi vida”, confesó el cantante al toparse con 20 mil personas que lo coreaban. Fueron escasos los momentos en los que estuvo sólo al frente, tal vez para defender la idea de unidad que él mismo instaló. YSY A y Neo Pistéa, con quienes cada tanto conforma Modo Diablo –una de las expresiones de su estampa– lo acompañaron en buena parte del set, como en “QUAVO”, uno de sus grandes hits, más otros himnos generacionales como “Hijo de la noche” o “She Don’t Give a FO”, mano a mano con Khea.

El cierre lo tendería Bad Bunny, que al cabo de una hora demostró por qué es el número uno del trap en español: variedad de géneros contenidos en el movimiento, flow para soltar las rimas y poco discurso. “Levanten la mano las personas reales”, pidió, casi como un mandamiento autoimpuesto del trap, de mantenerse auténtico pese a todo. Una buena ráfaga con “Te boté”, “Original” “I like it” fue el prólogo para la despedida con “Chambea”. Cuando la música se apagó, los fanáticos atesoraron el recuerdo y la sensación de vivir intensamente un presente que les pertenece.