Son días agitados para Dolores Fonzi. La conversación con PáginaI12 tuvo lugar exactamente un mes antes del estreno de La misma sangre, la película de Miguel Cohan que la tiene como una de sus protagonistas y que llegará a las salas de cine el próximo jueves. La ex Verano del ‘98 acababa de llegar de Chile hacía apenas algunas horas, y enfrentaba una jornada plagada de entrevistas y sesiones fotográficas. Al día siguiente regresó al país vecino, donde casi de inmediato comenzó el rodaje de Distancia de rescate, adaptación de la novela de la escritora argentina Samanta Schweblin. En esa coproducción internacional con fuertes aportes de la ubicua plataforma Netflix, Fonzi fue dirigida por la cineasta peruana Claudia Llosa (La teta asustada), con la española María Malverde como coprotagonista. “Aunque la historia transcurre acá, en la Argentina, se va a filmar en su totalidad en el sur de Chile”, aclaraba Fonzi. “Es un lugar increíble, yo no conocía. El campo chileno del sur tiene muchos desniveles y esas casas estilo alemán. Serán siete semanas de rodaje, de las cuales haré seis”. Además de su trabajo como actriz, cada vez más concentrado en el medio cinematográfico, la protagonista de La patota viene desarrollando una enérgica actividad como parte del colectivo Actrices Argentinas, lo cual la llena de “orgullo y emoción”. “Terminé el año pasado muy cansada pero emocionadísima. Y este 2019 promete ser un año muy intenso”, afirma.

En La misma sangre, Dolores Fonzi interpreta a Carla, una mujer casada y con un hijo pequeño que, a pesar de una fuerte resistencia inicial, no puede evitar que la imagen que tiene de su padre, interpretado por Oscar Martínez, se rompa y estalle en mil pedazos. En la película hay una reunión familiar tensa, llena de conversaciones detrás de puertas cerradas y más de un secreto, seguida de una muerte absurda e inesperada. Y sospechosa para algunos de los personajes. No para Carla, en un primer momento: ella ve en Elías –un padre de familia seguro de sí mismo, heredero de unos campos en el Delta, además de una pequeña factoría de queso de búfala– a una figura tan entrañable como intocable. Con su tercer largometraje, el director de Betibú y Sin retorno regresa al terreno del film de suspenso, con pizcas de policial, a partir de un guion coescrito junto a su hermana, Ana Cohan. A cuatro años de La patota –la película de su pareja en la vida real, el director Santiago Mitre—, Fonzi tiene como padre en la ficción por segunda vez a Martínez. Un dato que color que, sin embargo, “fue muy importante”. “Ya conocía cómo era trabajar con él y sabía de antemano que nos íbamos a entender bien en el rodaje”, explica. El reparto del film se completa con Diego Velázquez y los chilenos Paulina García y Luis Gnecco.

“Fue un proceso largo, porque hubo algunos retrasos”, detalla la actriz respecto de los pasos previos al comienzo del rodaje y las razones por las cuales aceptó el papel sin dudarlo. “El guion me gustó de inmediato y la verdad es que nunca había trabajado con Miguel, pero sabía por comentarios de gente como Leonardo Sbaraglia –que hizo con él Sin retorno, una película que me gusta– que era un buen director. Además, volver a trabajar con Oscar después de hacer juntos La patota era algo que me entusiasmaba; me parece uno de los mejores actores que tenemos en el país. En cuanto a la historia, me gustaba ese tránsito que hace mi personaje, con esa familia tradicional atravesada por una tragedia y esa vuelta que tiene el personaje, un cambio de perspectiva total que sucede a partir de cierto momento. No quiero spoilear demasiado, pero tiene que ver con la ‘misma sangre’ del título, la idea de repetir ciertos mandatos familiares”. La trama de La misma sangre está dividida claramente en tres partes. Las dos primeras transitan los mismos momentos y situaciones a partir de sendos puntos de vista, mientras que el tercero descansa en gran medida en la visión de Carla, con sus dudas y cambios luego de una serie de revelaciones.

“Ocurrió algo interesante durante el rodaje, algo ligado al hecho de que esos tres puntos de vista fueron filmados en continuado. Es decir, cada una de las situaciones de la historia se dividía en los planos que requería cada punto de vista, lo cual implicaba filmar nuevas escenas y nuevos planos. Era algo muy raro de hacer. Por ejemplo, en un momento le doy un café en la cocina a Velázquez y hay un diálogo medio pavo, pero después esa misma situación se repite desde otra mirada y eso le va dando forma a la historia. Todo eso me terminó de cerrar cuando vi la película, ayer mismo. Los directores, en general, están solos con sus ideas y sus visiones de por qué hacen tal cosa de tal manera. Pobre Miguel. Recién al ver la película terminada entendí que todo el tiempo estuvo editando en su cabeza y eso realmente me impactó. Porque cuando filmábamos pensaba ‘¡Otra vez! Es la novena vez que hacemos el plano del café’. La verdad es que me parece muy lograda: la construcción del clima, del misterio, del suspenso, de eso que se descubriendo poco a poco, las perspectivas de los personajes que van cambiando. Todo parte de una anécdota chiquita que se magnifica y se potencia. Y hay un tono muy bueno de todos los actores”. 

–El personaje de Elías aparenta ser una cosa y termina siendo otra muy distinta. Hay algo ahí de “deconstrucción” de un arquetipo de cierto tipo de hombre.

–Es como un crápula, ¿no? El tipo tiene una vida secreta que justifica por sus problemas económicos. Esa fachada totalmente mentirosa sobre su vida. Y su hija, que cree que la realidad es de una manera, se da cuenta de que hay otras cosas detrás. Al mismo tiempo, ella cae en un comportamiento que, de alguna manera, es parecido al de su padre. La película pone en evidencia que ella no puede escapar de ciertos mandatos, que la historia continúa y la sangre sigue tirando. ¿Cómo cortar con eso, con los mandatos familiares? 

–La película es y no es un policial, utiliza elementos del género para contar una tragedia familiar.

–Creo que el mayor don de la película es que, justamente, con una idea muy pequeña de trama logra algo muy complejo. Si Santiago, el personaje de Velazquez, no compartiese ciertas inquietudes –que no podemos revelar—, mi personaje no se modificaría. Es apenas un momento el que destapa la tragedia. Carla está construida de manera tal que comienza a entrar en el misterio, a pensar en otra posible realidad, al mismo tiempo que Santiago comienza a dudar y a tratar de recuperarla a ella. Carla es alguien que está cómoda en su realidad, con un vida convencional, de alguna manera. Y de pronto todo se le da vuelta. Con un simple cambio de perspectiva, Miguel logra hacer un thriller que no parecía serlo desde el guion. La película terminada es otra cosa. Miguel es como un matemático, un matemático del cine.

–Has interpretado personajes muy diferentes a lo largo de tu carrera. ¿Cómo te acercás a ellos para construirlos antes del comienzo de la filmación?

–Depende de cada caso. Tiene que ver con cómo es cada director y qué manera de trabajo prefiere. Después está el laburo personal, que es tratar de entender lo más que se pueda y después olvidar, de manera de estar viva durante el rodaje. Por ejemplo, en la película de Constanza Novick, El futuro que viene, un poco el trabajo era hacerse amiga de Pilar Gamboa. Un trabajo fascinante. Realmente nos hicimos amigas y después filmamos. Cada película requiere una locura distinta. La cordillera fue otra cosa, en algún punto más inaccesible. ¿Qué es ser la hija de un presidente? Es un personaje único. La universalidad del personaje de La cordillera es muy particular; en cambio, ser la amiga o la hija de alguien es mucho más cercano y universal, a lo cual una trata de aportarle su toque personal. Todo depende de lo que se requiere, de lo que me impongan hacer, y después tratar de ver qué juego le puedo dar a partir del texto.

–¿Seguís algún tipo de método? ¿Te metés en el personaje de manera profunda?

–Diría que me concentro de afuera hacia adentro. Necesito estar conectada con el set, con el equipo, con el director. Eso implica hacer chistes, pasarla bien, crear un buen clima de trabajo e intentar que todo el mundo esté contento. No soy de esos actores que pueden maltratar a alguien y después meterse en escena como si nada hubiera pasado. Con el tiempo, después de haber hecho muchas películas, me di cuenta de que los rodajes me gustan. Soy un bicho de rodaje. El tiempo de espera, el pensar la escena previamente, todo eso me permitió generar un método que es, por un lado, muy interno y, por el otro, muy permeado por lo externo, lo que ocurre en el presente. Ojo, si hay una escena muy dramática sí intento concentrarme y administrar esa energía para que se direccione hacia la actuación.

–¿Preferís el cine, el teatro o la televisión?

–Soy una fan del cine. Justamente ahora estoy revalidando eso. En general, me gusta mucho el cine: me gusta verlo, hablar de las películas. Y hacerlo. Hay actores que se desesperan con la espera, pero a mí me pasa lo contrario: todo lo que no pude preparar previamente, lo que quedó medio flojo, se concreta en ese momento del armado de la escena. Por supuesto, depende de la película, pero en general cada vez la paso mejor en las filmaciones. Me gusta más el proceso cinematográfico que cualquier otro. Al teatral, por ejemplo, lo padezco mucho más. Me angustia. Es muy diferente al del cine. En el teatro tenés que llegar al cien por ciento sin que nadie te haya visto, en una salita con la única presencia del director y su asistente. Me da mucha bronca eso (se ríe). Obviamente, todo termina cerrando con la gente sentada en las butacas. Ahí, cuando la cosa ya está aceitada, volás y está todo bien. Pero el proceso que implica llegar hasta ese momento me resulta muy angustiante. En el cine pasa otra cosa: construís, ensayás, charlás un poquito y entonces se enciende la cámara. Por supuesto, hay gente que es animal de teatro y lo entiendo. Después está el medio televisivo, que es más liviano y me divierte. Pero es más institucional, como ir al colegio. Una cosa de compañeros, el día a día. Hacés una cosa y mañana ya te olvidaste. Si tuviera que elegir entre los tres medios, sin dudas elegiría el cine. Debo tener un fetiche con la cámara: se enciende y yo me prendo.

“Me entusiasmaba volver a trabajar con Oscar después de hacer juntos La patota”, asegura la actriz.

–El último año, fuiste una de las presencias más visibles de la lucha por la legalización del aborto y la construcción del colectivo Actrices Argentinas. ¿Qué balance podés hacer y qué mirada tenés sobre el futuro cercano?

–Es muy emocionante pensar en lo que logramos. Si lo analizamos, es un movimiento muy influyente que creció en cinco meses de una manera estrepitosa. Por supuesto, hay gente que intenta desvirtuar lo que estamos haciendo, porque sí hay un poder ahí, claramente. Somos actrices a las que el sistema nos dio un espacio y que, desde adentro del sistema, lo denunciamos. Eso es así. Nos unimos para poner en evidencia problemáticas que tienen que cambiar. Y #MiráComoNosPonemos no es solamente la denuncia de Thelma (Fardín) hacia su agresor, sino cómo nos ponemos con la desigualdad, con el aborto, con la iglesia y el estado. Es un movimiento político, totalmente apartidario, que me llena de orgullo y emoción. Reflexionamos constantemente: qué somos, para qué, quién ocupa qué rol. También valoramos las individualidades dentro del colectivo, porque cada una hace algo distinto. Yo no puedo ir a sentarme a discutir con un antiderechos radical porque no me da la cabeza. No puedo hablar, me enojo. Hay gente que sí puede. Pero, en definitiva, siento que pudimos darle un espacio a una ideología que tiene que ver con el otro, con poder acompañar a víctimas de la explotación patriarcal –que somos todas, pero algunas peor que otras–, que no son escraches individuales caprichosos. Es muy importante que se haya podido poner en agenda el poder decir lo que casi todas sufrimos. No tenemos estructura, nadie nos da un peso, es un trabajo gratis que implica tiempo de nuestro trabajo, de nuestras familias. Y poner nuestro cuerpo al servicio de esa causa. Nos bancamos la que venga, pero todo el tiempo están diciendo que somos de un partido o de otro o no sé qué. Eso habla de que logramos tener cierto poder. Porque nos interesa cambiar cosas ligadas al trabajo de las actrices, el protocolo de trabajo con los menores de edad. Éramos actrices y seguimos siéndolo, pero nos juntamos y eso cambia todo, se valida de otra manera.