Lo lógico sería incluir a Lorena (reciente estreno de Amazon Prime Video) dentro denominado género de True Crime. El mayor logro de la serie documental, sin embargo, es quitar del centro de la escena lo que le sucediera a John Bobbitt durante la noche del 23 de junio de 1993 y encuadrar la historia dentro de la violencia de género. “Claro que hubo un crimen. Y fueron dos”, apunta la mujer que se volvió un apelativo para el terror masculino por haberle amputado el pene a su esposo. Los cuatro episodios repasan el suceso que despertara interés global durante buena parte de esa década con abundante material de archivo, recreaciones puntillosas, más las voces de los partícipes principales y secundarios.

El primer episodio (“La noche en cuestión”) se reserva las partes más morbosas e hilarantes del caso. Aunque las mejores líneas no pertenecen a Adam Sandler, David Letterman o Robin Williams, sino al urólogo que atendiera a Bobbitt durante su intervención. El médico recuerda que el pene “estaba perdido en acción”, se lo entregaron dentro de un paquete de salchichas llenas de hielo y le dijo a la enfermera que “la plomería funcionaría”. El segundo capítulo (“Una mujer en problemas”) y el tercero (“Impulso Irresistible”) reservan el metraje para los dos juicios que mantuvieron en vilo a esa nación (uno por violación y otro por la mutilación). El último (“La espiral del abuso”) desmenuza como rehicieron su vida los implicados y ubica al caso como un antes y un después dentro de la violencia hogareña contra la mujer. 

Lorena –al igual que otro documental seriado como Wild Wild Country– sirve para mostrar los caminos pantanosos del sueño americano. No por nada la primera imagen –y por ende el primer corte del documental– muestra la bandera de barras y estrellas colgada en el porche de una casa suburbana. Ahí están los souvenirs que vendían los ciudadanos del pueblo de Virginia en el cenit del proceso: “Manassas: siempre adelante por un pedacito”. O los eufemismos que usaba la policía por radio para dar con el pene que había sido arrojado al costado de un mercado 7-Eleven: “Hay que salvar la dignidad de este hombre”. “Estamos en búsqueda de la extremidad”. “El órgano aún no ha sido localizado”.  

Lo del “típico de panfleto de marina” –como define el fiscal al exmarido– es una deplorable espiral de yerros, infamias, mentiras y violencia entre burdeles, la industria del porno, ranchos y la cárcel. “Ya te corté el pene, dejame en paz”, lanza la Lorena del presente mostrando las cartas y mensajes en las que John le pide una reconciliación. El documental le sirve a la mujer –retratada por los medios como “latina caliente”, “furiosa inmigrante ecuatoriana”– para brindar su testimonio sobre lo acontecido esa noche y el calvario de su matrimonio. Joshua Rofé, el director de la serie, no se equivoca al tomar partido por su versión, pero el uso de la música incidental para remarcar sus logros y pesares se siente como un subrayado innecesario. 

Lorena lleva el sello de Jordan Peele como productor ejecutivo. Y si en Get Out, el realizador expuso el racismo latente en los Estados Unidos con el vehículo del terror, en este caso se sirve del documental para diseccionar las contrariedades de un hecho que se volvió parte de la cultura pop, enrostró la misoginia del sistema judicial y aún cuesta encuadrarlo dentro de la violencia de género.  “Si lo de Lorena Bobbit sucediera hoy, Fox News ocuparía el lugar de Howard Stern y se focalizaría en lo que ella hizo en vez de lo que hizo él”, desgrana una de las entrevistadas. 

Otro de los méritos de la realización es ubicar al caso en un su contexto. Según se explica, aconteció poco después de que un juez accediera a la Corte Suprema tras haber sido denunciado por abuso y por su tratamiento se transformó en uno de los pilares del sensacionalismo mediático en el mismo lustro que los hermanos Menéndez, la patinadora Tonya Harding y O.J. Simpson llegaran a los tabloides. Pero principalmente será recordado por aquello que expone Whoopi Goldberg –una de las pocas comediantes que empatizó con Lorena–. “Los hombres se ponen muy incómodos cuando hablás de sus penes y la posibilidad de removerlo. Por alguna razón es sagrado. (…) Ella hizo lo inimaginable”.