Francisco Carrasco, el papá de Omar, y su esposa Sebastiana, viven desde hace años en Neuquén, luego de dejar su humilde vivienda en Cutral Co. Ayer, nadie atendía el teléfono de línea, y tampoco había respuestas cuando los periodistas locales le golpeaban la puerta. Omar era tímido como sus padres, reservados incluso a la hora de expresar su dolor. Pocas veces se los vio llorar en público. 

La única reacción de sorpresa, ni siquiera de indignación, fue la primera vez que se toparon con la prensa en la puerta del despacho del juez de Zapala, Rubén Caro. Rodeados por periodistas locales y los enviados desde Buenos Aires, casi fueron aplastados por un fotógrafo de la revista Gente que, para tomar una foto “distinta” se había subido a un árbol enclenque, una de cuyas ramas cedió bajo su peso. 

En distintas oportunidades, PáginaI12 pudo hablar con Francisco. Cuando salieron en libertad, a partir del 2000, el subteniente Ignacio Canevaro y los soldados Víctor Salazar y Cristian Suárez, se lamentó con voz tímida, mirando al suelo, porque “duele que cualquiera mate y al poco tiempo quede libre, es triste porque a veces me parece que la gente se acuerda más de los asesinos que de mi hijo”. Los padres, y sus abogados querellantes, parecían conformes con las condenas y poco participaron del fallido juicio por encubrimiento. 

Sin embargo, alguna vez Francisco dejó salir su opinión, siempre calmo, como pidiendo permiso: “La Justicia tendría que hacer cumplir las sentencias hasta el final de la pena, y si no puede, los diputados tienen que cambiar las leyes. Y se hizo poco para condenar a otros culpables, a los que hicieron el encubrimiento”. En ese momento, fines de 1996, todavía estaba en marcha la investigación del juez Guillermo Labate. 

A Francisco siempre le gusta decir que a su hijo lo despidieron, ese tres de marzo de 1994, “con buenos consejos, como siempre, para que se portara bien como siempre se portó”. Nadie que conoció a Omar Carrasco, el chico silencioso, bajito, tímido por unanimidad, puede pensar que haya cometido un acto que pueda justificar, ni por asomo, una infracción que diera lugar a ningún tipo de escarmiento. A Omar lo mataron a golpes y nunca se supo por qué. “El no pudo haber hecho nada”, afirmó Francisco en cada charla.