Nos vimos en el playón de Federico Lacroze, en la asamblea para preparar el paro y la marcha del 8 de marzo. Primero Araceli Bellotta encontró a Julián García Acevedo. “¡Dame un abrazo, che!” Hacía décadas que no nos encontrábamos lxs tres juntxs. Por ahí andaba Liliana Furió con la cámara y le pedí que nos haga una foto. “Somos la generación del 87”. Araceli es buena para los títulos. Lxs tres fuimos parte del primer grupo que se atrevió a pararse en las calles de Buenos Aires con un rótulo en la frente con la inscripción “apasionadamente lesbiana”. Fue el 8 de marzo de aquel año y con esas cintitas lilas en la frente nos pusimos a vender los Cuadernos de Existencia Lesbiana. “¿Se acuerdan? Elena Napolitano llevó las cintas y entre todas las escribimos con birome”. La historiadora se acuerda de todo. Al año siguiente marchamos en el 8 de marzo organizado por la Multisectorial de la Mujer, con el cartel de Cuadernos de Existencia Lesbiana y logramos encabezar la columna -digamos que no pacíficamente-. Faltaba un par de décadas para que se instaurara el 7 de marzo como Día de la Visibilidad (en homenaje a Pepa Gaitán, asesinada por lesbiana). En 1987-1988 no marchábamos por visibilidad, marchábamos por nuestra existencia, para mostrar que las lesbianas existíamos y que no éramos personajes de fantasía de melodramas morbosos. Lo que no se nombra no existe. Éramos negadas por extraños y por las propias lesbianas.

“Veníamos marchando por Callao. Cuando doblamos por Corrientes quedamos adelante y el mujerío atrás. Yo te decía: ‘¡Vamos Adrianita, que nos van a cagar a trompadas!’ Y vos gritabas: ‘¡No me voy! ¡Porque yo soy peronista, feminista y lesbiana!’”, recuerda Araceli. Ese adelantarse no fue casual. Fue muy premeditado. Nos considerábamos la vanguardia del feminismo. Durante años las lesbianas fuimos la fuerza de trabajo y las que aportábamos la logística al feminismo. Nuestra existencia no solamente era negada o patologizada/criminalizada por la sociedad sino también resistida por el feminismo, y hasta por las propias lesbianas dentro del feminismo. “Las feministas no somos lesbianas”, solían afirmar tanto heterosexuales como lesbianas y bisexuales feministas.

Julián recuerda que “aquello que hicimos estuvo planeado. Presionamos para llegar a la cabecera, porque no nos querían adelante. Vino a jorobar una mujer (que ahora es alta funcionaria gubernamental y pasó por muchos partidos políticos). ¡Una cara, tenía! Bien pesada. No me acuerdo qué fue lo que nos dijo. La re enfrentamos a esa situación. No nos achicamos. Después creo que hicieron una reunión para hablar de lo ocurrido, para arreglar. Fue un enfrentamiento que tuvimos con ella por la palabra ‘lesbiana’”.

Para aquellos años Julián aún no había transicionado. “Hasta comienzos de este siglo, yo siempre me había identificado como lesbiana. La necesidad de la transición viene más o menos hacia los años 2000-2004. La verdad que no me di cuenta de lo que me pasaba, me fue surgiendo. De repente vi que estaba en esa cuestión de haber cruzado algo, no sé si decir que crucé un puente. No fue algo pensado sino algo que me fue llevando a hacer la cirugía el año pasado. Anteriormente ya había puesto mi nombre. Fue un devenir, no una decisión drástica. Es algo que estuvo en mí desde la infancia y que dejé ser. En mi adolescencia me identifiqué con el ser lesbiana, pero a lo mejor ya estaba en mí ser una persona transexual. Por una cuestión epocal, no se nos ocurría desarrollar una transición en aquellos años”.

“No había Ley de Identidad de Género. Y es gracias a eso que vos podés afirmar: ‘Quiero hacer una transición’, y nadie te puede decir ni mu. A veces no nos damos cuenta de que todo esto se puede desbaratar. Nos ponemos a discutir tonterías, cuando semejantes desuniones pueden propiciar cualquier cosa”, sostiene Julián. “Me identifico con la x más que con la o. Porque mi transición es para poder sacarle a la masculinidad algo que unx podría utilizar por ser varón: rasgos que tienen ellos que son interesantes. Por eso me gusta usar la palabra ‘lesbianx’. En mi persona no me siento mujer, pero tampoco me siento un varón. Sería un poco no-binarie. Pero tampoco sería algo fijo. Siento que soy sobreviviente porque pude resistir a un montón de historias que no fueron fáciles, al cáncer de mama, a situaciones extremas económicas, a una nueva cirugía. Y yo todavía estoy, voy acá, voy allá. Como lesbiana antes y ahora como trans, siento toda mi vida atravesada tanto por el sexo como por la clase”. Recién ahora Julián cree que puede empezar a organizar los textos que escribió a lo largo de su vida, para publicarlos.

DERRIBAR LOS MUROS

Araceli recuerda por qué un pequeño grupo de lesbianas feministas salió a manifestarse en Plaza Congreso en 1987. “Nuestro planteo era que las lesbianas marchábamos cuando asesinaban a mujeres, también por el aborto legal y por otras reivindicaciones del movimiento de mujeres y del feminismo. Éramos solidarias con el movimiento de mujeres. Pero no ocurría a la inversa. Las feministas y el movimiento de mujeres no marchaban por las lesbianas. En Lugar de Mujer la mayoría nos acusaba de que queríamos formar guetos. Decían que no teníamos que agruparnos como lesbianas”. En realidad las que vivían en guetos eran las lesbianas que hoy llamaríamos “enclosetadas” en el feminismo. 

Hay un artículo firmado por C.G. (antiguas iniciales de Julián). Araceli lo rescata del Cuaderno de Existencia Lesbiana Nº5. Es un artículo durísimo. Cuadernos tenía una línea más cercana a los textos de Adrienne Rich (Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana) y de otras autoras estadounidenses (aunque el término “existencia” también remite a Simone de Beauvoir). 

Pongamos un poco de contexto. Durante 1986 veníamos movilizándonos con Ilse Fuskova y la artista plástica anarquista Josefina Quesada, las tres todos los sábados a la noche en la calle Lavalle, con el Grupo Feminista de Denuncia (teníamos edades muy dispares: Ilse, 57; Josefina, 64 y yo, 22). Era un grupo de agitación callejero. Una tarde en casa de Ilse le propongo hacer un taller de lesbianismo en las Jornadas de ATEM 1986. Hoy suena a algo común. En Buenos Aires no se había hecho nunca. Recién se empezaba a mencionar al lesbianismo cuando en el Encuentro Feminista de Bertioga (Brasil) de 1985 asistió Empar Pineda, integrante del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid. De esa manera entró en Buenos Aires el texto de Adrienne Rich, en la forma de artículo largo, no de libro, publicado por las de Madrid (se encuentra en pdf en la web). En aquel taller participaron Ana Rubiolo y Julián. Propuse reunir los testimonios escritos que salieron de ese taller y compilarlos en un Cuaderno de Existencia Lesbiana, tomándole parte del título a Adrienne Rich, y uniéndolo al feminismo materialista existencialista de Simone de Beauvoir (la existencia precede a la esencia/ no se nace mujer, se llega a serlo/ no hay determinaciones esenciales fijas de “mujer”, “lesbiana”, etcétera, sino situaciones, dadas por un juego entre la libertad y las condiciones materiales de existencia). Adrienne Rich sostenía que “el supuesto de que ‘la mayoría de las mujeres son heterosexuales por naturaleza’ es un muro teórico y político que bloquea el feminismo. (…) Para las mujeres, la heterosexualidad puede no ser en absoluto una ‘preferencia’ sino algo que ha tenido que ser impuesto, gestionado, organizado, propagado y mantenido a la fuerza”. Este texto potente de Rich nos impulsó a trabajar lesbianismo dentro del feminismo y del movimiento de mujeres. Ilse agregaba otras lecturas y traducciones y el cuidado de que los Cuadernos no estuvieran llenos de textos pesados. Josefina Quesada le puso arte surrealista a las tapas. Y la generación del 87 le agregaba ideas y el power joven peronista.

Nosotras queríamos producir una escritura propia y territorial. Habíamos leído muy pocos textos lesbianos y no conocíamos ni por asomo los ensayos políticos de Monique Wittig (tampoco tienen por qué ser la Biblia, sobre todo si hablamos de una existencia lesbiana latinoamericana, colonial, en parte racializada). Ni se nos cruzó por la cabeza plantearnos si pertenecíamos o no a la clase de las mujeres. Lo dábamos por hecho, como lo daba por hecho el texto de Adrienne Rich y las condiciones de incorporación al feminismo local. Buscábamos enfrentar a las lesbianas feministas lesbofóbicas con su propio espejo. Y que reconocieran el daño que hacían a las demás al mantenerse en el armario y hacerles la vida imposible a sus congéneres. En un sentido más general, pretendíamos mostrar que el lesbianismo es una posibilidad para todas las mujeres. No analizábamos nuestro lugar en la producción de cuidados hacia los varones (Monique Wittig sostiene que las lesbianas no somos mujeres porque no pertenecemos a un marido. De forma tal que nuestro cuerpo no está apropiado de manera privada en la relación de cuidados maritales, cuidados que son trabajo no remunerado. Lo que define la clase de las mujeres, para el feminismo materialista, es que sus cuerpos son apropiados por el grupo social de los varones. Wittig habla de esclavitud, pero este punto es más discutible, al menos en un continente donde tuvieron lugar varios genocidios ligados a la trata y a la explotación esclavista. Habría que preguntarles a las lesbianas y mujeres negras y originarias qué piensan de esta afirmación. La otra cuestión es qué ocurre con la apropiación colectiva de nuestros cuerpos. ¿Siempre que somos víctimas de apropiación colectiva lo somos como lesbianas? No solo ahora sino en proyección histórica. Y no desde el punto de vista de nuestra autopercepción -desde donde resistimos- sino desde la situación social que nos toca en cada caso. Lo que está en juego es la tensión entre nuestra libertad y la situación social, donde se pone en juego la capacidad objetiva de resistencia. Que no es la misma en un contexto posindustrial como el de Buenos Aires que en un contexto feudal como el de las provincias del noroeste argentino o en el Brasil gobernado por Jair Bolsonaro. La autopercepción identitaria no se discute, la situación y las condiciones materiales de existencia, sí, porque no son iguales para todxs y un grupo social no siempre se solidariza con la situación de otro).

NO SOY “CUCARACHA”

Volvamos a aquel artículo de producción territorial, firmado con nombre y apellido por C.G., que señala Araceli y que acompañaba la presencia y la marcha de este pequeño grupo de lesbianas por las calles del centro de Buenos Aires. El título del artículo es “No soy cucaracha ni lo quiero ser”. Este es un extracto: “Sentirse lesbiana, feminista, asumirnos, salir del encierro mujeres que amamos a otras mujeres. Luchar por nuestra libertad, para sentir con libertad y hacer de todo esto una política, un estilo de vida sin reprimendas, ni de adentro ni de afuera, creo que querer agruparnos como mujeres lesbianas feministas, hacer un lineamiento político y un trabajo creativo con otras mujeres, formar grupos de autoafirmación y compartir nuestros problemas comunes a todas, no es estar o formar ghettos. El patriarcado mismo permite el ghetto. El ghetto sí es válido porque es el redil seguro donde nadie va a cuestionarse nada de su sexualidad. Homosexualidad = enfermedad = perversión = inversión = encerrarse entre cuatro paredes de la casa, del boliche. No queremos ser cucarachas, escabullidas de lo que esta sociedad patriarcal quiere que seamos, adoptando modales o formas que nosotras no deseamos”. Las cucarachas salen de los zócalos a las dos de la madrugada.

Araceli cuenta siete lesbianas con cintitas el 8 de marzo de 1987, en Plaza Congreso, “a pesar de que dicen que éramos 8”. Mi chiste es que la número 8 es la lesbiana solo conocida por Dios (o tal vez nos estamos olvidando de alguna, pasó mucho tiempo y estamos grandes). En la adolescencia, Araceli fue novicia y vicepresidenta arquidiocesana de las Jóvenes de Acción Católica de Buenos Aires (a los 19 años, en 1979). “Aquel día, según mi cuenta, éramos Elena Napolitano, Ana Rubiolo, Julián, Graciela, Ilse Fuskova, vos y yo”. Con Elena la relación era esporádica, era más feminista que militante lesbiana y nos veíamos en Lugar de Mujer. Tenía una disquería en Mataderos y fue una gran cantante de blues. Nunca fue “closetera”. Ilse pertenecía a otra generación y venía de una larga vida familiar hetersosexual a la que intentó resistir de muchas maneras. Ni Elena ni Ilse eran peronistas. Las demás, sí. El haber militado en la Juventud Peronista nos hizo coincidir en los métodos y en la urgencia de poner los problemas concretos sobre la mesa y de resolverlos cuanto antes. No nos interesaba el feminismo abstracto ni de salón. Julián nació en Floresta en 1953 (“como Cristina Kirchner”), Araceli en Caballito en 1960 y la autora de esta nota, en Barracas a finales de 1963. Podemos decir que esos eran los límites epocales de la Generación del 87, que territorialmente podían ir de la Capital Federal al conurbano Oeste.

“Que me volcara a militar en el feminismo y en el lesbianismo fue consecuencia del regreso a la democracia, con la eclosión del movimiento de mujeres. Yo venía del peronismo, donde me decían que era imposible ser peronista y feminista al mismo tiempo. Lo mismo me decían en Lugar de Mujer. Hasta que me encontré con compañeras peronistas, en este pequeño grupo de lesbianas feministas jóvenes. Para mí era más interesante militar en este espacio porque podía formarme y definir mi propia sexualidad, aunque no descubrí ahí sino mucho antes que era torta”, cuenta Araceli, historiadora, escritora y ex directora de Patrimonio y Museos.

“Si algo tenía muy claro en la secundaria es que no me quería casar ni tener hijos. Cuando escuchaba a mis compañeras hablar de sus novios, me imaginaba un domingo a la tarde planchando un guardapolvo con un partido de fútbol de fondo en la radio. Era un rechazo intuitivo al patriarcado, más que una cuestión de deseo sexual por una mujer. Me imaginaba como una profesional independiente, viviendo sola. Cuando cumplí 15 años no quise fiesta. Mis padres tenían comprado un vestido blanco horrible. Me parecía un disfraz ese vestido. Yo practicaba deportes en Ferro Carril Oeste. Quedaba divina en el vestidito, pero en cuanto me movía se me notaba enseguida lo chonga. Como siempre fui a colegio religioso y tenía inclinación a trabajar en comunidad, me metí de monja. Todavía no se me había ocurrido ser torta. Fui al convento y no tuve problemas con los votos de castidad ni con los de pobreza. Pero ni loca me iba a bancar los votos de obediencia. Apenas llegué a novicia”.

YA NO SOMOS “BETTER”

Del convento, Araceli pasó a militar en su parroquia (entre 1977 y 1978) y al año siguiente se enamoró de una mujer. “Pensé que me había enamorado de ‘una’ mujer. Pero no. Estuve 5 años con esa mujer y me enamoré de otra. No era que me había gustado ‘una’ mujer sino que me gustaban las mujeres”. En 1985, Enrique Rojas (un militante gay que fue franciscano) pasó por su casa a visitarla y le mostró un volante que le repartieron en la avenida Santa Fe: “Si sos cristiano y sos gay, vení a la Fraternidad del Discípulo Amado”. 

“Fuimos a ver qué era. La Fraternidad funcionaba en la Federación de Gatos. Así, tal cual. Tocamos la puerta y nos abre un antiguo dirigente de Jóvenes de Acción Católica de Buenos Aires (JAC). En JAC eran todos fachos. Nuestro grupo, el de jóvenes mujeres (AJAC), había estado muy enfrentado al de ellos. Hablo de finales de los 70, en dictadura, cuando el arzobispo era Juan Carlos Aramburu. Nosotras trabajábamos con curas de las cooperativas de viviendas en las villas y hacíamos reuniones mixtas en parroquias. Ellos no querían saber nada de todo eso. Después entendí por qué querían ‘los nenes con los nenes y las nenas con las nenas’. Eran gays. Enrique y yo nos quedamos duros cuando vimos a ese tipo con el que vivíamos peleándonos antes. Estuvimos una hora hablando de gatos y de cualquier cosa, hasta que nos animamos a tocar el tema del volante. El tipo había fundado esa fraternidad. Había católicos y metodistas en ese grupo. Las únicas mujeres éramos mi pareja y yo. Pero sentí que era todo muy machista y que la realidad de las mujeres no estaba representada ahí. Alguien me contó que en Lugar de Mujer estaba Safina Newbery con algo que se llamaba Mujer Iglesia. Fui a Lugar de Mujer y también estaban las chicas de Cuadernos de Existencia Lesbiana. Y como ya no me importaba la iglesia, me fui con ellas. Nosotras, las de este pequeño grupito que salió a la calle en 1987, fuimos las primeras que tuvimos el coraje de identificarnos públicamente, con nombre y apellido, con la palabra ‘lesbianas’ en todas partes. Y también éramos feministas, luchábamos contra el patriarcado”. (Safina Newbery era una de las antiguas “better” y ex monja. Muchas lesbianas se nombraban a sí mismas como “las better” en los años 60 -y tal vez antes también-. Ellas fueron las que bautizaron “paquis” -con q, no con k- a los heterosexuales). 

Durante un viaje de Ilse Fuskova a San Francisco (que duró casi un año), formaron el Grupo Autogestivo de Lesbianas Feministas que funcionó en Lugar de Mujer y que luego de una difícil lucha logró figurar en el programa mensual de actividades. Gracias a la publicidad de las reuniones, se incorporaron muchas jóvenes lesbianas. El grupo inicial continuó volanteando en boliches a comienzos de 1988 bajo el nombre de Las Remolachas, combinando militancia con diversión. Habían pasado ya las Felices Pascuas de Raúl Alfonsín y la hiperinflación que se iba a llevar puesto al primer gobierno de la democracia de 1983 comenzaba a mostrar las primeras señales. Poco faltaba para el derrumbe del Muro de Berlín y para el final del siglo corto. Otras lesbianas se estaban preparando para delinear nuevos rumbos en los 90.

Volvemos a 2019, en el playón de Lacroze. Nos sacamos la foto y rumbeamos para distintos lugares en la asamblea. Araceli se va con las mujeres peronistas del Oeste (Moreno), Julián hacia el sector más elevado junto a los vagones de ferrocarril donde se ubican lesbianxs y trans antifascistas. Yo me ubico en el llano, entre jóvenes con mochilas con pañuelos verdes y anaranjados, pero que a la vez es espacio de circulación e ingreso a la asamblea. Hay un acuerdo entre lesbianas, travestis y trans de exigir que las radfem no participen de la asamblea. El sector del feminismo denominado “radfem” es biologicista y considera que la opresión de las mujeres tiene su origen en haber nacido con vulva. Y sobre ese factum es que les cae la opresión patriarcal. De ello concluyen que si no tenés vulva, no sos oprimida por el patriarcado. Dan por natural la existencia concreta de dos sexos y no advierten la sexuación al nacer como opresión ni aceptan como lucha feminista la resistencia a la sexuación binaria. Se abre la lista de oradoras. Se oye la voz lesbiana de Ana Clara Benavente, que sostiene que “la democracia no se basa en el vacío, que hay exclusiones, y no aceptamos nazis ni racistas, entonces no vamos a aceptar transfóbicas. El movimiento feminista además tiene que demostrar que no es transfóbico”. Lesbianas participando con voz en la asamblea feminista, interpelando al movimiento de mujeres. Lía Ghara con su intervención torta peruca nos recuerda aquel power con que nos llevábamos puesto el mundo que no nos dejaba respirar. “Queremos escuchar a les gordes, a les afro. Se nos están colando la derecha y el fascismo por todos lados, incluso en el mismo movimiento. Las lesbianas peronistas les decimos que sin las travas no vamos a ningún lado. Nuestro desafío también es simbólico, tenemos que dar un ejemplo de unidad y consenso. Dar el ejemplo de una política feminista que combate la política machista que hacen los chongos. Subamos la vara de la política argentina, compañeras”. Y la presencia de las lesbianas negras en la voz de Sandra Chagas denunciando al “sistema capitalista heteropatriarcal que nos pisotea y nos tira. Somos las que no ven, pero estamos presentes. Nuestros cuerpos negros están presentes siempre, el problema es que no nos quieren ver”. Con esta potencia saldrán las lesbianas a manifestarse hoy en las calles.